sábado, 1 de agosto de 2015

Ecuador



Sin darnos cuenta llegamos al ecuador de un abrazo.

Uno en la última planta de la torre Eiffel, en el tercer pilar de la plaza donde se encuentra la torre de Pissa en Italia, uno junto al Cristo Redentor de la maravillosa ciudad de Río, un abrazo que abarcaba las montañas más altas de la cordillera del Himalaya, la fosa más profunda de la de las Marianas. Uno de esos que resonaban desde las cúpulas de la ópera de Sidney, que se colaba en todos y cada uno de los Fiordos noruegos. Un abrazo que llevase a hombros la ruta 66 para terminar viendo una puesta de sol sobre el Amazonas. Un abrazo bautizado por la aurora boreal, a su debido tiempo, uno lleno de arena del Cairo, uno subido a Guiza y sumergido bajo las leyendas del triángulo de las Bermudas. Uno que nadase, con tortugas, por la corriente australiana del este. Ese abrazo que siempre esperamos y que pasó sin querer.

Pasaron los días, las horas, los minutos, sin que el tiempo regresara. Nunca dejó de sangrar por las heridas de balas. Era inútil eso de intentar curarlas.
¿Que nos daba miedo el futuro? Pues si. ¿Nos arrepentimos de lo que no hicimos en un pasado no tan lejano? También. Pero para ello estábamos allí- fundidos en el abrazo que nos hizo viajar en palabras, sin conocer el mundo.

Fundidos tan tú y tan yo, bajo una luna azul de verano, sin el medio llena que siempre quería llamarla- con un llena entera que rebosaba de color aguamarina las mejillas encarnadas.

Y pasó el tiempo, contigo y conmigo a cuestas.
Y aún nos quedaba verano, hasta que llegase septiembre.
Decidimos parar ese tiempo, y quedarnos en nuestro querido ecuador de verano para siempre.