lunes, 30 de marzo de 2020

Qué manera tan bonita de romperte.

Me hacen falta exactamente tres notas de aquella canción para traerte de vuelta.
Los vuelos transoceánicos están sobrevalorados, igual que las llamadas de madrugada.

En los tiempos que corren se ha revalorizado el cyberencuentro y yo,
entre el vacío emocional y el poco contacto humano, te extraño más de lo que quiero reconocer.

Lunes de radiocassette y roto por dentro ha sonado veinticuatro veces en lo que va de tarde- algunos dirán que soy masoquista.
Esto que suma un total de sesenta valiosísimos minutos canjeados en la evocación de tus manos tejiendo melodías sobre mi cuerpo.
Desconozco el motivo por el que elegiste una manera tan bonita de romperte, pero aquella fue la banda sonora de nuestra semana grande- la última, antes de desaparecer.

Siempre me preguntaron si tenía algún don extraordinario y a esto no puedo llamarlo don; ni siquiera podría calificarlo exento de ordinariez,
pero si tuviera que decir una cualidad peculiar que me defina es la de traerte de vuelta a golpe de canciones.

Aquel abril te habías dejado el acento colgado en el perchero de la entrada, las gafas sobre el microondas y ahora recuerdo que no terminabas de deshacer el equipaje.
Te gustaba pasear las plantas de los pies desnudas por el parquet y nunca nunca tuviste frío por las noches.
Decías que podríamos durar dos vidas en el norte, que para sur ya nos teníamos a nosotros.
Que el encierro podría sacar nuestra parte más creativa pero tenías miedo a que destapase todos tus demonios y no quedase sitio suficiente bajo la cama.

Las horas pasaban a nuestro antojo y yo me empeñaba en adornarlas con tés de media tarde.
Tú pusiste las cuerdas de mi guitarra a rendirme pleitesía.
Te inventaste aquello de que era tu propia roine de coeurs y me ganabas todas las partidas de parchís a grito de quedate a dormir.
En un sofá de metro y medio: tu metro noventa y yo.

Creo que fue entonces cuando me enamoré de las letras de Tarque, leyéndolas desde tus ojos.

Hay alguien en la radio-que me quiere mal-y debe adorarlo de sobre manera porque basta que sea miércoles, domingo o ambos a la vez, para que aparezca su voz y la fortaleza que creí encontrar en la pérdida desplome mis cimientos.

Las letras de Tarque siempre vuelven a mis oídos teñidas de tu voz.
Los tés siguen adornando mis tardes.
Y aquí estoy, otro año más.

Pero ya no me resultan familiares las cuerdas de mi guitarra.
Ni quedan restos de huellas descalzas sobre el parquet.
Ahora salgo a la calle sin luz y me invade el frío.

Los periódicos de mañana rezarán algo así como que Carolina nunca estuvo en sus cabales.
Tan loca como para partir su corazón con unas gotas de sopa demasiado fría como fue tu recuerdo.

Así que antes de lamentar las heridas de los martes tengo que pedirte algo:
Deja de ser mi antihéroe, porque me estás atrapando otra vez- y ni tú ni yo queremos una mancha negra en una historia que se quedó en borrador.

A pesar de todo, gracias por las formas y maneras.

Gracias por los días que vendrán.


a A., por la inspiración.


domingo, 29 de marzo de 2020

Allí estaba ella.

Como Wendy, dándole a Peter el beso de la despedida
-y llamándolo dedal.
Así fue exactamente como se sintió ella en medio de toda la movida.

Dejando de llamar a las cosas por su nombre y encontrando de todo antes que la salida
de algún tugurio mal avenido donde caerse muerta, y darse por servida.

Fue como si aquel cuento extraño, manido y ultrajado,
como si aquella pesadilla que daba de bruces con una realidad fingida,
fuera con todos menos con ella.

Y que ella se sintiera la excepción de toda regla.

Como si los días previos no fueran sino el entrante de lo que se avecinaba.
Y el ruido del ralentí ayudara a mantener la calma a todo hijo de vecino.

Como si toda la rabia contenida, que callas en un beso, que cambias por cien pesos
y que se pierde en el espeso de tu mirada, saliera a flote
para detonar el caos sobre los semblantes impacientes de todos los que la miran.

Y que el polvo de después, sempiterno, supiera a medio camino.
A medio gas de un sentimiento polvoriento y manido.
A un casi que llega siempre en mitad de la huida hacia ninguna parte.

Las migas se quedaron en la mesa mucho después de las cuatro,
víctimas, testigo y presas de toda fiesta de domingo.
En el fondo del vaso, el agua que fuera el hielo y algo de sueños no servidos dentro de la botella.

Fue como si Cenicienta no terminara de llegar al baile porque se entretuvo con el naranja del cielo.
Como si la siesta de Aurora se postergara durante eones
y las palomas de nuestra querida Blancanieves tuvieran que salir para recordarnos
lo bonito que era estar en las nubes.
Fue como si Bella arrancase las páginas de sus libros favoritos para volverlos eternos.
Porque nunca nadie le explicó las dimensiones de la eternidad.

Como si la noche, tan esperada, nos pillara desprevenidos
en mitad de un huracán de sinceridad y miedo.
Y todo por lo que un día luchamos ahora se tornara volutas de humo sobre el sucio de las ventanas.
Sin hoguera alguna a la que echarle las culpas.

Y allí estaba ella.

Campanilla se secaba las lágrimas, y jugaba a ser de nadie.
Campanilla decía que mañana,
que los domingos eran los días comodín
y que su locura no sabía atender a razones.

Y entre broma y broma, dejaba asomar los sueños que le quedaban para sentirse princesa
y volvía a recomponer su inmenso corazón.

Allí estaba el fuego que la volvió hielo
y dejó las quemaduras para los siguientes capítulos de todos sus desvelos.
Y la luna, que lejos de susurrarle todos los porqué la sumió en un océano de dudas.
Embravecido e incesante.

Pero ella nunca había dejado de quererse -aún más cada domingo.
Y más incluso durante las madrugadas.
Cuando se desvestía de temores y la cabeza la dejaban ser.

Cuando por fin podía volver a volar sin necesitar aquel maldito polvo de hadas.






lunes, 23 de marzo de 2020

Paidós-

Es inevitable que en estos días me acuerde de las personas que me lo han hecho todo más fácil.
Me refiero a este año.

Ha sido un año de cambios, de retos, de resiliencia.
Ha sido uno de los años más bonitos de mi vida.
Y parte de la culpa la tienen las personas.

Todas las vidas con las que coincidí estos últimos meses, tanto queriendo como sin querer.
Sabiendo que pasaban por mis días de manera transitoria pero queriendo llevarme de algunas de ellas, los mejores recuerdos.

No voy a engañaros. Tanto tiempo de encierro da para pensar, y mucho.
Quizá antes se pensaba al mismo nivel, pero al repartir las atenciones entre tanta actividad de rutina no le dábamos la importancia requerida a nuestro mundo interior.
Puede que haya llegado el momento de cuidarlo y darle mimos para conseguir unos frutos maduros y consonantes con lo que somos.

Mientras tanto, hasta que esos frutos aparezcan con los albores de un verano que amenaza con saltar el año, yo me quedo con las gracias.

Las gracias que le di a cada una de esas vidas a las que me refería antes- porque era lo mínimo que podía regalarles antes de cada despedida.

En especial a una de ellas:

Una vida que luchó contra viento y marea durante siete funestas mañanas para que su pasión terminara ocupando un cuarto de mi tiempo. Para que disfrutara y aprendiera a partes equiparables sabiendo que si no existen las respuestas, siempre pueden inventarse.

Gracias por la paciencia, por las ganas incansables y por tu sonrisa- siempre será una de las más sinceras con las que me choqué.
Gracias porque, por personas como tú, el mundo es maravilloso, y brilla, y nos levantamos tras cada caída.
Gracias por enseñarme cuál es el secreto del tesón.
Gracias por poblar mi vida durante siete días de sueños.

Por llegar y aterrizar de manera inverosímil. Creo que debes saber que vas a tener un rincón para siempre en mi memoria y en mi corazón.
Aunque llueva, aunque no existas más que en formato recuerdo. Aunque no volvamos a vernos.
Nunca.

Gracias por existir.



A G., por regalar vida.

Crónica de una cuarentena.

Tras semana y media de encierro, no sé si nos están sirviendo de algo estas medidas de confinamiento sin parangón.
Que estemos tan cerca y a la vez tan sumamente lejos no tengo muy claro si suma, resta o si nos deja en el mismo limbo espacio-temporal a cada uno de nosotros. Al mismo nivel de desesperanza.

Pero hay una cosa clara.
Esto se nos había ido de las manos mucho antes, incluso, de empezar.

No soy de esas que malgaste oportunidades.
De hecho, eso del carpe diem siempre ha sido una de mis máximas favoritas- aunque con algunos matices.
Claro que tienes que vivir el presente, claro que debes aprovechar todo lo que la vida ponga en tu camino; pero siempre sin quitar la vista del horizonte.
Sabiendo que todo empieza pero todo tiene también su ocaso en cada final del día. Y poniendo de tu parte. Remando con fuerza y sin pausa para alcanzar la meta que en su día te propusiste.

Y no hablo de ponernos en manos de un destino caprichoso, ni de anhelar tanto con una fuerza sobrehumana para que lo divino lo deposite a nuestros pies.
Hablo de vida.
De la que se pierde, de la que se gana, de la que se busca.
Hablo de todas las vidas que respiran junto a nosotros, y de las que estamos tomando conciencia de que están.
Quizá llegamos tarde.
Pero mejor tarde que nunca, ¿no creen?

Solamente puedo exponer mi caso. Porque a pesar del aflujo de cariño y nuevas telemáticas estos días, no tengo vísceras ni ganas para poner el futuro de nadie sobre el papel.
Desde mi ventana hace días que no veo amanecer. No sé si se ha apagado la mecha que encendía los días. No sé si se han fundido los plomos del bullicio matinal.

Últimamente ese horizonte está borroso. Velado por una cortina de agua, que ni Dios sabrá de dónde ha salido.
Hemos perdido la línea que une el cielo con el mar y ya no hay sol que corone ese límite.

Durante estos días muchos seguimos llevando ese carpe diem  amarrado al cuello y gritamos que podemos con todo para no ahogarnos con el propio peso de la pena.
Pero, lo cierto es que esta cadena de eslabón megalítico comienza a pesar más que cualquier avistamiento de futuro- por incierto que pudiera parecer.

Estamos atravesando un presente lúgubre e intimista en el que vivimos con miedo a que la tempestad, que nos está sobrevolando las ideas, traiga una tormenta de mayor envergadura.

Y ahí arriba están, espero que descansando, todas las vidas que se ha cobrado la dichosa partícula infinita y omnipresente.

Todos aquellos que, víctimas del sistema, ya no volverán a reír entre nosotros.
A muchos les ha faltado una despedida digna- pero allí estaban los héroes con bata. Para sostener sus manos e intentar no derrumbarse ante tanta ruina.

Ahora entran más rayos del sol por las ventanas que ningún otro marzo. Como si aquellos que ya no están estuvieran urdiendo un plan supremo para que no decaiga el ánimo.

Ahora que el confinamiento es dueño y señor de todas nuestras rutinas, los pulmones de la tierra han comenzado a respirar aire limpio y nosotros, a base de golpes, hemos empezado a entender el valor de un beso.

Nos hemos demostrado que toda locura puede quedar contenida en las cabezas para siempre, pero que si se comparte, pasamos por cuerdos.

Hemos sacado de los cajones todos los recuerdos por temor a que los que estamos construyendo sin darnos cuenta no nos sean suficientes.
Por tener algo que contar cuando todo esto acabe.

Si no fuera por que desde esta ventana, que se ha convertido en guía de todo, observo el vuelo que trajo consigo la primavera, pensaría que alguien nos está gastando una broma de mal gusto y ha pulsado pause mute a la vez para hacer medrar todo nuestro silencio.

Y desconozco si enteros, pero que vamos a salir de esta, lo tenemos todos claro.




martes, 17 de marzo de 2020

Otros ‘20 que no pisamos Nueva Orleans

Fue una noche de jueves de otros años veinte pero sin tener Nueva Orleans a nuestros pies.

Quedamos a las veintidós en la puerta de un garito.
En la calle en que se confunde un día con el siguiente,
una especie de bucle temporal que da la bienvenida a todo hijo de vecino.

La barra rebosaba complicidad. Y eran las luces tenues y vetustas las que obraban magia con aquel lugar.
He de confesar que nuestro atuendo desentonaba con la escena pero en mi defensa diré que nadie nos avisó de que viajaríamos a otra época. Nos faltaba el vestido vaporoso, los tacones de salón y la plumaria en el pelo. Nos faltaban los guantes del Put the blame on mame.
A ellos les faltaba el traje de tweed y el sombrero de ala corta.

El brandy corría por las gargantas como único consuelo de un encierro inminente y las dos de la madrugada nos pillaron demasiado sonrientes.

Esperamos entre risas a que la sala colgase el cartel de completo y engañamos a la luna para no volver a casa solos una vez más.

Aquella noche no se veían las estrellas sobre la ciudad. Creo que todas quedaron colgando sobre los acordes del saxofón del tercer rubio.
La presentación nos dejaba con ganas de más y las canciones fueron sucediéndose dejando maravillados a todos los presentes.

Y luego cantó un alma rota. Lo hizo escupiendo al desamor y llenando la garganta de todas las veces que pudo haber sido y no fue.
Cantó como canta quién sabe que puede erizarte la piel con una única nota.
Lento, melódico y conteniendo la última respiración acompasada.

Después de aquello nosotros volamos lejos, a otra vida. Pidiendo que esta comprara el pause permanece y dejásemos de existir.


Un adiós con trampa

Se esta acercando peligrosamente el temporal y no sabes si será bueno o será malo.
Lo único que tienes claro es que cuando llegue, todo será diferente.

Amenaza tormenta y él se ha llevado este y todos tus domingos.
Le dijiste que si las cosas no cambiaban, que si no sabíais querer(os) bien,
aquello debía terminar tal y como empezó, con un beso.

La lluvia se ha empeñado en esconder a la luna entre sus brazos y la tenue luz el domingo aún anda remolona entre las sábanas.
Quiere perseguir ese minúsculo ósculo.
El de la anunciada despedida.

Se ha ido y tú no sientes.
Ha cogido una mochila, una foto de los dos que descansaba sobre la mesilla y el cepillo de dientes de color azul.
Te ha dado el beso y ha cerrado la puerta tras de si.

Y me imagino tú cara de sorpresa.
Porque pensabas- o querías pensar- que estabais arreglándolo todo,
hasta el mundo.

Llevas la ni se sabe mirando el segundero del reloj de la cocina, con un té que hace cinco horas se quedó frío y unas galletas manidas.

Te duele.
Pero lo disimulas fenomenal.
Vaticinas una batalla demoledora con tu cabeza en la que los vencidos nunca volverán a llorar por lo vivido.
Porque ella te pedirá que sigas serena, y tú en el fondo siempre has sabido que te encantan las causas perdidas.

Los lunes dejarán de ser el peor día de la semana:
no llegaréis tarde a casa, ni terminaréis con cualquier serie hasta las tantas en el salón.

Los martes ya no os arreglaréis para bajar al japonés del centro.
Y las siestas de los miércoles tampoco se volverán paseos.

Los jueves no desayunaréis en la cama.
Aunque los viernes puede que se os siga acabando el mundo- a cada uno por separado.

Ya no notas el frío y me has contado que anoche te soñaste ante cuatro puertas cerradas con la necesidad de elegir.
No te pudo la incertidumbre aunque tu indecisión continuó queriendo ser la estrella de la película.
Como premonición de una despedida.

El invierno sigue haciendo de las suyas y a mí no me sale decirte que estás más bonita cuando sonríes, y que eres una luchadora.
Se acercan tus ganas por la calle Remedios y tú dices, sin ninguna emoción en el semblante, que siempre lo rompes todo.

Eres mi hermana, pero a veces, eres una idiota.
Deja de hacer pactos que luego no querrás cumplir.
Deja de decir adiós a lo bonito que te pasa.
Y no te pises los bajos de tus sueños.

Te abrazo, y sigues como perdida.
Veo caer un par de lágrimas y te lo tengo que decir.
Todo lo que pensaba.

Y me sonríes, volviendo a ser tú.

Cuando creo que vas a llamarlo para volver a escuchar su voz suena el timbre de la casa.
Y las dos sabemos, él está detrás de la puerta de la entrada.

Te veo hacer de tripas corazón y mesarte la melena. Intentas que no queden marcas de lágrimas y te ajustas el pijama.

-Perdóname- escucho desde la cocina.- Soy un egoista y he venido a decirte que me niego a que lo de esta mañana fuera una despedida. No me lo creo. No quiero creerlo. Te quiero, ¿sabes? Y me dan igual las peleas, si eres tú con quien la comparto.

Te veo sonreír de nuevo. Pero esta vez tu brillo en la mirada es diferente.
Le besas la mejilla y le susurras hasta siempre.




lunes, 16 de marzo de 2020

Ojos de gato

No entiendo qué tiene de malo expresar lo que se siente.
Vivimos en un mundo que grita eso de la libertad de expresión a los cuatro vientos
pero luego se ríe en nuestras caras al escucharnos hablar de los sentimientos.

Y esto provoca que nos invada la desconfianza y no nos escuchamos más que a nosotros mismos.
Nos da igual si lo que nos están contando tiene fundamento, si están poniéndole pasión o si nos hablan desde dentro, con el corazón en la mano.

Nos hemos asentado y acostumbrado a sernos solos, a vivir con ruido de fondo y en automático y son muchos los que han aparcado eso de sentir en la cuneta.
Ya nada nos parece bonito si no se conjuga desde mirarse el ombligo.

Y en este mundo escéptico, en plena era digital; entre tanto yoísmo, apareciste tú.
Con tus silencios.
Con tus sonrisas mal contadas y tus pocas ganas de matar siquiera a una mosca.

Has aparecido para hacernos creer en los cuentos. Para que recuperemos la confianza en los demás y desaprendamos el egoísmo.

Quiero que tú aprendas que la lucha eterna entre cabeza y corazón que tanto te quita el sueño es un suceso banal y prehistórico.

Te digo que he visto cabezas perder trenes por corazones rotos y billetes de ida hechos trizas al pie de los andenes.
He sido testigo de flores secas sin derecho a sentirse marchitas.
Y corazones aumentar la velocidad hasta frenar en la sístole de un suspiro.

He sido testigo de todas tus carreras.
Siempre a tiempo de alcanzar cualquier acorde para culminar el golpe maestro.

Te cuento todo esto porque es inevitable sentir miedo.
Si tienes miedo significa que tienes algo que perder pero, no que todo está perdido.

Así que abrázalo, al miedo, digo.
Cuéntale lo que has visto al oído.
Dile que claro que sabes sentir pero que aprendiste a ser trinchera a base de malos recuerdos.
Cuéntaselo todo, a ver que solución te da.

Seguro que te dice que confíes.
Que no pienses que no vas a sentirte solo alguna vez.
Seguro que te dice que te dejes llevar y experimentes.

Que tienes el alma bonita pero a pedazos.
Y las instrucciones para recomponerla están dentro de ti.




jueves, 12 de marzo de 2020

Pandemia

Marzo de norte.
Y otro doce que amanece gris.

Quiero pensar que pertenece a la rutina de la que nos han arrancado y no al mal presagio de lo que se nos avecina.

Ahora no puedo más que darle vueltas a la frase de que quién ríe el último, ríe mejor.
Porque nuestras carcajadas ya resonaban desde el día uno en que escuchamos en los telediarios que un  tal COVID-19 estaba comiéndose las vidas en China.

"Aquí no llega." "Hay muchos chinos." "Y estas epidemias son necesarias" 
son varias de las perlas  con las que pude mortificarme desde que esta pesadilla dio comienzos en un enero que ahora se me antoja lejano.

Unas semanas después el tal corona, cómo todo aquel que ambiciona el poder, se ha volatilizado y ha venido a rondar nuestra respiración agitada y a quitarnos el sueño.

Es una gripe, se pasa, no tiene cura. Hay que esperar. 
¿Pero y los que no lo pasan? 

¿Quién nos cura del miedo?
¿Quién nos rebaja la incertidumbre en el vaso que ya no sabemos si ver medio lleno o medio vacío?
¿Quién rellena ese mismo vacío?

Hace una semana veíamos circular millones de imágenes y otros tantos vídeos queriéndose atribuir las risas que provocaba esta minúscula organización proteica,
incluso éramos nosotros mismos los que fuimos propagándolas: persona a persona. 

Hace una semana no teníamos ni idea.
Decíamos ser conscientes de que el tiempo nos estaba adelantando por la derecha, pero no sabíamos que éste iba a ser un partido robado y no nos darían ni los tres minutos del descuento.

Hace unos días éramos ajenos a que el último año de la carrera nos iba a a cerrar la puerta en las narices por obligación,
éramos reacios a pensar que no seríamos bienvenidos ni una sola vez más.

Sin comerlo ni beberlo y con el corazón en agarrado entre las manos, ayer por la tarde llegaron a su fin seis años que algunos tendrán a bien describir como los mejores de nuestras vidas.

Seis años en los que a pesar del vuelo del tiempo, han ayudado a transformar las incertidumbres en certezas y a nosotros asustados, atolondrados e indecisos, en el proyecto de persona que hoy puede mirarse al espejo.

Comenzamos con la idea de salvar vidas. El típico tópico al que acompañan unas calificaciones brillantes y una visión segura de futuro.
Nos dejamos llevar por la inercia y hemos llegado hasta aquí, a base de sudor y lágrimas; pero también a base de risas, de descubrir, de compartir y de decir que aunque sepamos una mínima parte de la profesión para la que nos formamos, algo hemos aprendido sobre los secretos de la vida.

En la soledad de un encierro preventivo me da por hacer balance de estos últimos años y de dónde me veo en los venideros.
Todo lo que os cuente sobre los pasados no podrá hacerles justicia. Siempre serán mejor que lo que queda en el recuerdo.
El futuro lo veo como una página en blanco, en la que falta una historia. 

Sé que hemos escogido una de las profesiones más bonitas que existen.
Nadie dijo que no fuera sacrificada. Nadie nos dijo que el reloj se volvía adorno cuando se trataba de echar horas.
Nada, sobre que nos exigirían las respuestas para todo, ipso facto.
Nadie nos avisó lo fácil que se olvida eso de que los errores pertenecen a la condición humana, y que ésta nos viene de serie.

Por eso, y porque- aunque el mundo se empeñe en sacarnos al ring y acabar con nuestras ganas a golpe de knock out en un segundo asalto mal avenido- permitidme que hoy le escupa a la tristeza.

Estoy triste porque, aunque entiendo y comparto la prevención, me han arrancado de una rutina que se me antojaba maravillosa.

Y me invade el pánico al pensar en este ocaso tan inconcluso.

Y lo peor no es olvidarse de esta pandemia cuando pase- que pasará.
Lo peor vendrá cuando no seamos capaces de dejar volar al miedo y disipar la alarma social.
Porque es el primero, en realidad, quien ha asumido el mando de todo.


domingo, 8 de marzo de 2020

Contagiarse de la manera más bonita.

Una copa en la mano y la promesas de recorrer el mundo a hombros de una sonrisa.
Besos de Jägger, restos de barra de bar y labios.
Y veinticuatro carcajadas.
Mil bailes lentos a unas seis algo torpes hasta para nosotros y una ciudad a la que regresar.

El reloj traiciona al marcar las seis.
Cuando todo el universo se apaga y sólo quedan dos tontos jugando a contarse la vida.
Dos tontos abandonándose a los instintos que acaban por formar la mejor de las cuarentenas.

Como el adviento que acaba bien sin haber esperado ni tan siquiera señal o, una calma de pentecostés fantásticamente avenida.

Contadme qué puedo hacer yo con la manía de meterlo todo en el romanticismo de Liszt y remontarme a cuando los nocturnos eran solamente piezas de piano.
Qué hago con los acordes que prometen suspiros y con las madrugadas.

Qué hago yo que las noches tienen algo que enganchan y la vida me abre la puerta invitándome a pasar.