lunes, 31 de agosto de 2020

Punto y coma

 Al mirarte,                                                                                                                                                       a cada instante- duele todo lo que callas.

Mueves los dedos, como dejando que la vida se escape entre sus rendijas.                                                      No obedeces a localización ni retiro alguno.                                                                                                    Dices que es hora de flexionar los miedos y extiendes un mapa que sacaste de ninguna parte.

Y me dices que no es cierto. Que no sé conjugar mis verbos contigo.                                                        Que el lejano Oriente no confunde, que no son adecuadas mis razones cuando las dejo en simples pestañeos. Y que tampoco comprendes mis besos a medias.

[Y yo me pregunto quién demonios te cedió la vela para enterrarme viva].

Para devolverme todas las historias en forma de risa y despertar de una vez por todas- en Glasgow, y contigo.



domingo, 23 de agosto de 2020

Intimidad

 

Creo firmemente en eso de sentir. Y de poder compartir esos sentimientos.

Hay quienes lo ven absurdo, una nimiedad. O piensan que no es importante, que hay temas que ocupan más relevancia en el ranking de la preocupación mundial.

Con esto no intento quitar importancia a la información que nos llega de manera masiva desde todos los puntos del planeta.

A veces me da por pensar que la vida sería un poco más sencilla si no hubiéramos avanzado tanto tecnológicamente hablando. Si no estuviese estipulado el tener que cumplir con unos estándares o tener que demostrar según que cosas.

Al margen de que cada uno tenga sus preocupaciones para con la vida y la sociedad, creo que primero debemos cuidar de nosotros mismos. Aprender a parar, a querernos. Descubrir por qué si y por qué no. Eso de la búsqueda de la felicidad siempre ha sido una meta nuestra, aunque no se diga en voz alta por miedo a destruir lo etéreo de ese sentimiento. 

En este propósito me encontraba durante mi semana de vacaciones dentro de un verano pandémico, cuando tropecé con Sally Rooney.

Y al terminar, con Paul y Daisy desempolvando a Connell y Marianne.

Durante este tiempo he podido destapar mi parte más vulnerable reflejada en las palabras de Sally, la cual, a mi parecer, le ha sacado punta a “la normalidad” y nos ha regalado la intimidad en la más pura de sus formas. Ha tocado preocupaciones que muchas veces nos sentimos reacios a exteriorizar creo que para que le perdamos el miedo. Para que no nos avergoncemos de ser quienes somos y de la manera en la que nos da por respirar.

Soy consciente que hay muchas vidas detrás de la adaptación de la novela de Sally a la pequeña pantalla, mucho trabajo, mucha ilusión y muchas horas dentro de ese “Normal People”. Pero al fin y al cabo nosotros a quienes nos encontramos son a Paul y Daisy metiéndose en la piel de Connell y Marianne.

Y vaya vuelco le han pegado a mi alma en poco menos de una semana. Para que quiera quedarme a vivir en cada confesión y cada decisión y cada roce de mejilla.

Me encanta ver crecer vidas de manera tan explicita y creo esta historia con todas sus heridas es una de esas de las que merece la pena pero,

más las alegrías.

Daisy y Paul. Contados por Sally Rooney.


jueves, 13 de agosto de 2020

Retales.

He descubierto que no me gusta que me pregunten.
Me refiero a que interrumpan un sentimiento con esa dichosa pregunta.

Igual es necesario en la mayoría de los casos la aceptación de ciertas premisas antes de actuar, pero yo no funciono así.
Y menos cuando hay un acuerdo por ambas partes.

Creo que hay situaciones en las que las preguntas y los comentarios- como si fuéramos locutores de radio- están de más, me explico, los momentos piel por ejemplo.

Es un hecho eso de que el contacto con la piel de terceros produce algún efecto sobre nosotros. Puede ser positivo, si disfrutamos con esa invasión del espacio personal; neutro, si las caricias o quien las profesa no nos despiertan ni la más mínima sensación; o negativo, si esa caricia, ese agarre, ese tacto ajeno nos hace pequeños, y nos insta a correr en dirección contraria a la piel.

En estas situaciones, como decía, los comentarios, los apuntes, el querer ponerle voz a todo lo que estamos sintiendo, a mi parecer, están de más: Estropea el momento, y lo que antes te parecía un experimento en la búsqueda del placer te hace bajar hasta el más rudo de los suelos y que tu mente vuelva a ser pragmática y hermética.

Por eso pienso que debemos entrenar. Entrenar el arte de tocar, de acariciar, de observar lo que somos capaces de provocar en el otro sin tener miedo a equivocarnos, pero asegurarnos de que esa necesidad de caricia es mutua sin exigir un porqué.

Puede que no todos gocemos de la misma sensibilidad. O a unos nos cueste más que a otros darnos cuenta de lo que sucede.
Es aquí, cuando algo no concuerda; cuando entra la voz a escena. Para marcar el paso, el ritmo y el permiso.

Mientras tanto, creo que somos conscientes de cuando nos gusta algo, y la manera que tenemos de expresarlo nos define en cierta medida.
Podemos ser más o menos partidarios de definir los sentimientos, los problemas y las causas que nos ponen en el día D y la hora H frente a la otra persona.

Pero hablo de olvidarse de las leyes de la física por un corto espacio de tiempo y apelar a la metafísica; a las sensaciones.

No lo llames, no quieras definirlo.
Siente.

Luego, con todo el sentimiento por la piel ya eres libre de pensar si eres de movimientos repetitivos o si prefieres cerrar la puerta a los problemas.

Permítete el lujo de disfrutar de una caricia. De saber si te lleva a buen puerto.

Esta divagación y el miedo a lo desconocido son los que me han llevado hasta hoy.
No me gusta sentirme vulnerable.
Y hay según que momentos en los que me escondo dentro de un caparazón para evitarlo.
Éste es uno ellos.

Si me profesas cariño y me preguntas si me gusta el ofrecimiento, no voy a responderte.
Fíjate en si se me eriza la piel. Si acelero mi respiración o te beso con más ganas.

Solo quería que lo supieras. Para que no cupiese lugar a dudas.

Si te respondo es porque lo he pensado- y mucho- después de sentir.
Así que, si es así quédate a dormir.

Metamorfosis

No todos los presos tenemos prisa.
Ni ansiamos la libertad fingida que solo rozamos en sueños.

No todas las ventanas reposan sobre cornisas, con las que decorar a flores todos los abriles.
Se nos escapa el verano y ni siquiera hemos podido querer a manos llenas.

Y en este agosto atípico vengo a recordarte por qué voy a quedarme siempre:
Una mañana viniste a decirme que a cabeza no te ganaba nadie.
Que los lamentos habían dejado de ser el padrenuestro y que era hora de aprender de las caídas.
También me dijiste que gracias por la confianza.

Y que te permitiera equivocarte.

Y de un tiempo a esta parte tenemos el resultado.
Vemos cerca de metro noventa de seguridad y cariño acorazado.
Cerca de metro noventa de dudas disipadas y de esfuerzo sobrehumano.
Porque ciertamente no sabemos de lo que somos capaces hasta que no cruzamos la línea de meta.

Y tú la cruzaste. Y has arrastrado contigo todos mis miedos.

Has hecho que se evapore el silencio, y que se caiga todo lo voluble que me cubría.
Por eso no me importa luchar con más fuerza ni pelear con más ganas.
Porque te lo debo.

Por cada vez que te quité el sueño, y porque me has regalado los más bonitos que recuerdo.

Por las canciones que sin querer, lo son todo.
Y por el último abrazo.