viernes, 28 de diciembre de 2018

Rei dos meus ollos

No sé lo que supone para ti acordarte de mí- y me sorprende que lo hagas.
Ni sé lo que sientes cuando me llamas de la forma que sólo tú sabes.

Pero a mí se me ocurren mil y un motivos para borrar todos los kilómetros que hay entre los dos cuando te escucho llamarme así entre la gente.
Porque cuando me llamas reina me significa que alguna vez vestí las mejores galas y que fui dueña y señora de algo tan maravilloso como tu corazón.
Que me llames reina hace que quiera quedarme a vivir en el instante en que rompes a reír.
Hace que quiera mandar a la mierda toda barrera susceptible de ser saltada para llegar a mi objetivo.
Hace que tú seas el único sueño que me ronda las ideas.

Cuando me llamas reina me haces contemplar que en un pasado no muy lejano fui la princesa de nadie.
Y crees en mí, fuerte. Y crees que puedo con todo. Y haces que yo me contagie de tu alegría exultante y termine por creérmelo también.
Cuando me llamas reina me dejas llorar a mis anchas y me dices que las de hoy ya no llevan corona pero que a mí eso ni siquiera me haría justicia.

Has depositado, sin saberlo, la confianza que necesitaba para dar la útilma orden a mi cerebro.
Y no has dejado de hacer enroque cuando viste venir el jaque mate para que las vistas fueran bonitas incluso con la torre en ruinas.
Has hecho que me crea eso de que el cariño es tan verídico como nosotros y que quererse demostrándolo no está sobrevalorado.

Ojalá coincidir pronto contigo de nuevo, en esta misma vida.
Y decirte de una vez por todas que yo no quiero ser reina de nada si no tengo tu sonrisa para gobernarme el alma.


                Leslie Rose y Kit Harington

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Cuento de navidad.

Diciembre siempre fue mi mes preferido pero aquella noche el fin de año inminente me saturó y necesitaba volver a poner en paz mi alma. Necesitaba silencio- cosa que, en una casa tan repleta de vida como la mía, se me antojó imposible.
Bajé las escaleras a toda prisa con el abrigo en la mano. El ascensor iba muy lento y yo necesitaba aire y fundirme en la inmensidad de la noche, y lo necesitaba en aquel instante.

Dejé que el portón me diera su estruendoso adiós y me senté en el banco de siempre. Estuve tentada a colgar un cigarrillo entre mis labios pero me recordé que aquella maldita droga era el primer punto en la lista de propósitos para el año que se nos echaba encima.
Pensaba en respirar hondo y relajarme cuando los vi.

Ella era la viva imagen de un muñeco de nieve demasiado colorido, lo cual no casaba con sus ojos. Era lo único que dejaba al descubierto de su persona y sólo supe adivinar desolación.

Primero me asusté, pensé que él iba a hacerle algo pero me obligué a esperar y; minuto y medio más tarde seguían en el mismo punto.
Ella lo miraba con el miedo con que se increpa a lo perdido y él con la sensación agridulce de estar paseando una pena por el paraíso. Parecían conocerse de años atrás aunque algo me decía que habían cambiado.

Él tenía el pelo desgreñado y una barba de dos días. Las solapas de su abrigo le tapaban el cuello y las gafas de pasta negra no me dejaban adivinar si la pequeña muñeca de nieve intentaba encontrarse con el mismísimo Clark Kent.
Mis nervios fueron desapareciendo poco a poco cuando la vi atreverse a cortar la tensión de alguna manera.

Yo sonreí en silencio: estaba tan cerca de la extraña pareja como para sacarle punta perfecta a mi vena cotilla.

-Creo que ha llegado el momento.- comenzó ella.- Deberíamos poner las cartas sobre la mesa. Y las balas. Y la artillería pesada. Por eso te he llamado. Gracias por venir…También creo que deberías empezar a hablar tú, si quieres.
Te prometo que esta vez mi única tarea será escucharte. Suelta todo lo que has callado. Vacíate. Me gustaría que te sintieses en casa de nuevo. Y, por favor, deja de mirarme como si sólo hubiéramos coincidido en una parada de metro. Cuéntame que te pasó por la cabeza la tarde que todo sonó a roto.

La escena dejó de ser monólogo y los ojos de ella vaciaron el miedo para derramar sus ganas.

-Yo… no lo sé. Te quería ¿sabes?- Él no la miraba, estaba concentrado el bullicio de la ciudad.-Más de lo que fui capaz de admitir. Parece que he madurado, porque me estoy atreviendo a decírtelo sin querer llorar. Es algo bueno, ¿no? No sé explicar el motivo. Simplemente, tenerte cerca, me hacía sentirme yo. Un yo que fui descubriendo desde cero contigo. Un yo que veía la vida de manera crítica, y estaba dispuesto a cualquier cambio activo. Y, la otra parte de la balanza…mi corazón. Te lo regalé, joder…Era tuyo y terminó en la basura. Jamás pensé que dejar de latir por alguien iba a doler tanto. Contigo me pasaba lo siguiente: te escuchaba reír (reírte de mi, de hecho), y el este músculo iba por el metro noventa y cinco de los cien lisos. Me acariciabas y juro que no he conocido rincón más bonito. Te quise pero no debí hacerlo muy bien porque no fue suficiente para que siguieras conmigo. ¿Cómo querías que me sintiera? Me dolió. Pasé por todas las fases del duelo una y otra vez. Ni recuerdo el número de veces. Hasta que decidí matar tu recuerdo. No podía seguir viendo tu sonrisa tan lejos de mi y no sentir…rabia. Me preguntaba continuamente por qué… Y creo que me equivoqué. Te odié tanto… pero más a mi por la autodestruicción. Y aún guardo mis reservas.

-¿Tus reservas…?- alcanzó a murmurar ella.
-Si. Ya sabes que siempre me alegra saber de ti pero, una cosa es eso, y otra acceder a que nos veamos…Porque, no sé si a ti te ha pasado, pero a mi al verte me ha llovido TODO lo que viví contigo. Y no necesitaba recordarlo, y más el dolor, para ser exactos.

El rostro empapado en lágrimas de la joven se crispó. Estaba deseando gritar.
Aquello era una olla a presión a punto de estallar y yo ya me había olvidado de tener una familia preparando una cena de gala en el octavo.

-Si no te importa, voy a empezar por el final… He conseguido dejar la pared de mi cuarto inmaculada de tu recuerdo. Tapé los agujeros de todas las chinchetas que marcaban las todos los sitios donde fui feliz contigo. Arranqué tu sonrisa de mi ventana. Los restos de ti ahora caben en una caja. Y eso es algo que no termino de aceptar porque alguien que me hizo sentir tan grande no debería ser recordado de manera tan escueta. Por eso quise verte. No me gustaría dejar pasar otro año para resolver lo que me pasa contigo. No puedo recordarte mejor porque he saltado de golpe varios capítulos de nuestra vida juntos. La parte de madurar, los preliminares, las madrugadas…Y ahora me vienen con el cuento de que si la audiencia, la publicidad, las cifras… Ya paro de aburrirte, porque sé que nunca te gustaron. El resultado de todo esto es una televisión apagada por impago de las facturas de luz, un helado derretido sobre la mesa y una serie que no continuará porque las criticas la tildaron de mediocre.

-¿Qué cojones dices?- Clark Kent comenzaba a desesperarse.

Pero yo me había dado cuenta de lo que ella pretendía. Hacía tiempo que no escuchaba a alguien darle tantas vueltas a una idea. Engalanarla sin decir absolutamente nada. Soltar indirectas vestidas de tul para que él siguiera tirando de su lengua. Apunté mentalmente la estrategia de la muñequita de nieve.
Lo tenía en el punto que quería, con la electricidad palpable entre los ojos, a un beso de distancia y con mucha verdad aún por revelar. ¡Bravo!

-Digo que te quiero. A lo mejor no es lo que necesitas oír. Igual piensas que soy una egoísta, que no te mereces esto pero déjame decirte por qué si. Voy a tirar de que es navidad, de que llevábamos años sin entendernos, de que la vida cuando termina de ser puta, es cuando empieza a doler… Voy a tirar de todo para pedirte otra oportunidad. Por la que no me diste cuando quise explicarme. ¿Cómo demonios le dices al amor de tu vida que te sientes fuera de la relación? ¿Cómo le dices que no te gusta ser espectadora? Que lo vuestro era el papel protagonista…
Intenté decírtelo muchas veces. Darte los motivos que me “pedías” en silencio. Quise contarte que el tedio estaba comiéndose nuestra rutina, que las ganas estaban a cero y que necesitaba que me dieras un único motivo para seguir luchando por aquello.
Perdóname…porque al final no tenía tanta confianza contigo como para decirte cómo me sentí. Y eso. Que llevo mucho tiempo intentando compartir este cariño con alguien. Y ese alguien llevaba tu nombre. Perdona también por eso.

Creo que el último lunes de diciembre se paró en seco, rendido como yo ante aquella estampa. 

Ella, vaciada, soltó el suspiro y se dio la vuelta para marcharse. Se iba así…

Él se había quedado igual de gélido que la noche con la diferencia de que ahora eran sus ojos los del miedo, el daño y los reproches.
Y ella que estaba dispuesta a salir de nuevo de su vida después de ponerla patas arriba.

Sentí pena por ver acabar aquella historia así pero él actuó todo lo rápido que le permitió el corazón.
Creo que el suyo ya jugaba en otra liga, había dejado los cien metros lisos para principiantes y se había atrevido con las maratones.
Lo vi agarrarla por la muñeca y acercarse a sus labios peligrosamente.

Y el tiempo volvió a pararse. 

Estaba viendo una jodida película y mi corazón aquella última noche era un poquito más grande. Fue el beso más bonito que he visto nunca.

-No voy a dejar que te me vuelvas a escapar, no otra vez. Ahora estoy dispuesto a aprender de mis errores. Y no, para tu desgracia, yo no he dejado de quererte nunca. Me vuelves…

-¿…loco?- Entonó ella coloreando sus mejillas.
-Cállate, idiota.- Bromeó.- Si vuelves a escaparte de esa manera un treinta y uno de diciembre no me hago responsable de mis actos.

-Te echaba de menos…pero vamos a ir lento, ¿te parece?

-Señorita, creo que deberíamos ponernos al día. Contarnos todo lo que nos hemos perdido de la vida del otro, y luego ya vemos…pero, prométemelo.

-¿El qué?

-Prométeme que a partir de ahora vas a confiar en mi.

Luego los vi marcharse de la mano. Y para cuando subí repleta de amor ajeno y maldiciendo entre dientes a la soledad en me esperaban con la copa de champán en la mano. Fui hasta mi habitación e hice añicos la lista de propósitos de año nuevo. No iba a ser yo quien creyera que aquella lista tendría un futuro. El futuro sería mío.


Al año lo recibí con un pitillo en los labios, colmada de abrazos y risas y una nueva historia que contarle a las amantes de la novela rosa. Y a ellos, en silencio, les deseé mucho tiempo de confianza y la recuperación de todo lo perdido.


domingo, 9 de diciembre de 2018

La tarde veintitrés

¿Sabes aquello que te dije la tarde veintitrés?
Te preguntarás a qué viene todo esto.

Volverás a callarte eso de cómo puedes estar tan loca, y tú seguir regalándome el caso.
Y querrás saber qué es lo que me come por dentro cómo para volver a llamarte
después de todo este tiempo.

Te echaba de menos.
Y en mi defensa, debo decir que nunca has salido de mi vida.
Te guardo en formato resueño. Un sueño repetido hasta la saciedad.
Ese que has tenido demasiadas madrugadas.
Uno en el que vuelves a ver a quien quieres y te olvidas de la parte onírica.

La veintitrés fue la tarde de la merienda interminable- la que se nos juntó con Catalina sin quererlo.
Aquella tarde en la que los gustos de uno y de otro se entrelazaron a la fuerza y no dejamos de reír.
La tarde de mi vestido verde, y mis ojos más negros de la cuenta.
La tarde de tu sonrisa tímida de más.

Aquellas horas coincidimos en que cada persona era un mundo
y que costaba mucho hacer colisionar dos planetas si orbitaban juntos,
pero a mi se me fue la cabeza, como de costumbre,
y te confié mi otra teoría:

Creía que en cada lugar en el que empiezas de cero vuelves a encontrar a todos los tuyos reflejados en otras vidas.
Como si necesitaras un elenco para completar el guión de la tuya, y aunque la escena cambie y el decorado de un giro de 360 grados,
la vida continuaría tal y como la dejaste.
Y los tuyos vuelven a ser los de siempre con un poco menos de kilómetros de diferencia.

Entonces volviste a decirme que soñaba demasiado.

Pero me ha parecido encontrarte en los ojos de otro. En su risa tímida y en su ilusión.
Has sido la prueba de que mi teoría no era humo del todo.

He conocido a alguien que me recuerda mucho a ti y creo que tengo miedo de creer enamorarme.
De tirarme al vacío de la ilusión y que vuelva a doler como antaño.
Pero lo que me da aún más miedo es dañar.
No sentir con la misma intensidad y no estar a la altura.

Y he vuelto a despertarme con el domingo mientras me llovía un rayo de lucidez.

Mi teoría vuelve a desmoronarse. Carece de base estable sobre la que sostenerse.
Eres tú en otros ojos, pero esa vida no es más que un espejismo.
Son mis recuerdos de ti proyectados en otro.

Hace tiempo también te dije que eras un ser único e irremplazable.
Que sería difícil encontrar a alguien como tú.
Y eso es de las pocas cosas sobre las que puedo presumir tener razón.

Por eso me pasaba por aquí.
Quería saber si estabas bien.

(Ryan Gosling- Blue Valentine)

Entresijos.

Con la ilusión de las primeras veces pero sin mucho que decir.
Porque hay veces que sentir es más fuerte y no es estrictamente necesario
eso de verbalizar las emociones.

La vergüenza vino derretida y el gato que comía lenguas ya descansa bajo la cama.
Y aquí está la loca loca de los domingos:

Con las pestañas sin poner y las luces apagadas.
Y veinte planes zurzidos en la más bonita de las madrugadas.

Con los ojos vestidos de legañas y muerta de miedo.
Con el alma envuelta en un abrazo de nadie.

Con la lluvia queriendo entrar por la ventana.
Y tú sin dejarle espacio.

Con los ojos de la gente jamás puestos en un nosotros.
Porque los dos enteros nunca sumaríamos las mitades
necesarias para completarnos.

Con las ganas exprimidas,
pasando por todas tus heridas y colándose hasta las mías.

Porque no puedo prometerte que vaya a quererte siempre-eso corre a cuenta del corazón.
Pero si puedo inventar cuarenta y ocho horas de felicidad contenidas
en un beso.
Aunque digas que te aburres cuando llegas a mis labios.

Y después puede que todo empiece y nosotros acabemos.
Que el tiempo se rinda ante la perfección de lo imperfecto
y se cubra los ojos para no vernos.

Con la sonrisa puesta desde un sueño profundo y un buenos días nada lunes.
Y tu fragancia sobre mi almohada, yo que sigo echándola del cuarto con la boca chica.

Así es como me gusta esperarte desde que te conozco.