lunes, 31 de octubre de 2016

El mes de la tristeza

He llegado a la conclusión de que noviembre es un mes triste. No porque me lo susurre Diego cantero en sus canciones, ni porque lo empecemos celebrando el recuerdo de los difuntos.
Noviembre es un mes tristemente dulce y dulcemente triste porque algo dentro nos lo dice, porque en esta vida tenemos siempre una de cal y otra de arena. Y necesitamos esa tristeza para afrontar las fechas navideñas que nos vienen pisando los talones con su alegría rebosante.

Es un mes triste y yo me doy cuenta ahora, cuando faltan horas para que se me eche encima.
Me doy cuenta cuando no dejo de escuchar a Supersubmarina, como esperando que ese gesto les mande una pronta recuperación de un fatídico accidente estival.

Todo el mundo se levanta con ganas de posponer el despertador cinco minutos más, y el sueño pesa en las pestañas.
Tantos cambios de hora no pueden ser buenos. Van a volvernos a todos locos. Ya no sabemos si somos más de luz del sol o de luna. Si nos apetece quemar ciudades a ciegas, o vigilarlas en la penumbra.

Todos quieren dedicarse a contemplar las hojas caer desde una Alameda que nunca estuvo más bonita, sin embargo les pueden las prisas, los agobios, y los kilos de apuntes necesitados de chapa y pintura que aguardan en los escritorios, expectantes.
Noviembre es un mes triste porque se acaba la fiesta-hasta nuevo aviso, y comienza más que nunca una rutina que cansa.
Noviembre es triste porque, aunque quede poco no vemos el momento de volver a casa; porque echamos de menos más fuerte, y más intenso. Porque las lágrimas se escapan solas y la susceptibilidad se convierte en nuestro apellido. Porque el frío nos hiela la cara y nos pilla casi en tirantas.

Pero, al fin y al cabo, la tristeza es bonita si vemos todo lo que esconde detrás.

Noviembre es triste porque es un mes muy nuestro, y si esta tristeza crónica no nos pintara la cara, dejaríamos de ser nosotros.
Y eso es justo lo que no queremos, ¿verdad?

    Ante el espejo

viernes, 28 de octubre de 2016

Manual de usarme

La pulsera que me regalaste sigue brillando como el primer día. Pero sólo la contempla la oscuridad del cajón. Y yo, cada cuarto creciente.

Es irónico que te pensaras que aquel era el mejor regalo y no pensaras en ti.
En que tú eras mi regalo, desde el día en que desvestiste tus miedos.

Venía a decirte todo lo que no me gusta. A reprocharte todo lo que pudimos haber hecho, y sido. Todo lo que debiste saber entonces, cuando creías que me conocías a la perfección. Cuando me di cuenta de que no conocías la mitad del juego, y yo te llevaba ventaja.
Venía a decirte todo lo que me hizo daño.

Pero he pensado que, mejor te digo lo que me gusta, a lo que aspiro, lo que me encanta.
Para que si vuelves a cruzarte por el camino con alguien que se parezca en algo a mi,  sepas cómo tratarla y merecerla. Porque me ha apetecido ser egoísta.

Como buena piscis adoro el agua, caída del cielo, sobre la arena, bajo las huellas, inmersa en charcos, resbalando por mis mejillas. Me encanta nadar. Y en ella, me siento en mi elemento.

Me considero soñadora de más. Si, me encanta soñar, pensar en los imposibles y no poder dormir  hasta las tantas planteando realizarlos en un futuro lejano.
Me gustan las distancias cortas, los besos en la frente, los detalles, los reencuentros.

Me gusta la música. De todo tipo. La tengo desde la más cañera para los momentos de adrenalina, hasta la más corta venas, para las melancolías que no compartiré nunca. Sólo los cantantes saben hacerme sentir comprendida- por ahora.

Me enamoran los domingos. Sus amaneceres entre mis sueños. Me gusta que sean días de no hacer nada o de hacerlo todo, sin término medio. Me gustan los domingos en familia, con amigos; los domingos de playa o montaña; los domingos de desayunos casi comidas, de sobremesas que terminan con las estrellas. Me gustan los domingos de propósitos que no llegarán a cumplirse. Y todos los días de la semana que quieren parecerse a estos últimos.

Me encanta abrir los ojos con un nuevo día y no levantar la vista de las páginas de mi libro preferido.  Adoro el cine, y las palomitas, y el chocolate.

Siento debilidad por el amor en todos sus formatos.
Soy cursi, terriblemente cursi, y llorona desde que nací.
Siempre intenté arreglarlo todo con el llanto.

Me gustan las palabras como vehículo de mis sentimientos, y los girasoles, y recibir cartas.
Me encanta viajar y conocer nuevos lugares, las puestas de sol de Cádiz, mi querida Compostela, mi sur.
Me gusta hacer regalos y adoro las sorpresas.
Me encanta vivir en concierto, las montañas rusas, y los pendientes largos.
Adoro las manualidades y el trabajo en grupo.
Y conocer gente, y volver a casa, y los recuerdos.
Me encanta querer, y ser querida.

Me encanta ser feliz.




Símil

Te pareces tanto a él.

A mi poeta preferido, a mi querido Escandar.

Siempre has sido de pocas palabras pero de grandes abrazos. Has sabido cuándo y cómo decir lo justo y necesario.
Tienes un pecho defectuoso, abierto. Todo por un corazón que no cabe.

Nunca has querido que te paren los pies ni que te pisen los esquemas.
Siempre has presumido de una vida tan cómoda como nómada.

Algunas madrugadas te daba por escribirle cartas de amor a aquella chica acabada en A, y enseguida acababan formando parte de tu magnífica tanda de triples contra la papelera.
Nunca fuiste de atreverte ni atraparte.

Te encanta el baloncesto, pero cada vez lo juegas menos.
Adoras las tardes de flamenco y los domingo con Marley en los oídos. A los martes los llamas 'las noches de los artistas', y los viernes, son de míticos: te sigues durmiendo escuchando a Dani cuando aún le cantaba a un loco.

Tu sexto sentido tiene cuerdas, y nombre de guitarra.
Tus febreros son para cantarle al Falla; y tus odios inexistentes.
Adoras el sol, pero prefieres los inviernos.

Te apoyas mucho en tus amigos, a los que llamas hermanos.
Sabes a quien acudir cuando te llueven problemas.
Y los de tu misma sangre estarán eternamente agradecidos de contar contigo.
Eres tan de familia como de soledad.
Has cruzado mares sin caer en brazos de ninguna sirena.
Has visto belleza en la más triste de las miserias.
Y querido cambiar el mundo desde el sofá.

Y eso que te conozco poco,
pero mi deuda siempre estará detrás del día en que te conocí.


Vida en verbo

Irse de las manos- como persona o como concepto de desmadre.

Volver tornados a tus tripas.
Querer con ganas gastadas.
Estrenar enfados.
Ocupar estómagos repletos de mariposas,
terminar con pájaros en tu cabeza.

Perseguir sueños y odiar daños.

Que tu sonrisa se vuelva bonita con el paso de las horas,
y nuestros besos maduren con el de los años.

Volvernos maduramente inmaduros.
Jugar como Lope, al claro desengaño.

Imaginarnos juntos y gustar a nadie.
Ser escépticos de miras y bohemios de tardes.
Conocer las estrecheces del alma, y el ancho del arte
Llegar-hasta dónde- para aparecerte en ninguna parte.

No salir a matar, ni a morir.
Pasar noches, quemar lunas.
Sufrir eclipses de cabeza.
Volar para hablar, charlar,
bailar, reír, llorar,
y que a la conjugación no le de por acabar.

Hablar de salvar- Sé mi salvavidas y sálvame de mi.
Cruzar líneas de metro, ríos, brazos, caras, bocas.

Guiñar al sol.
Esperar,
y escapar.


viernes, 14 de octubre de 2016

Tercer otoño...

...y el tiempo vuela.

Y 'Parece que fue ayer' se ha convertido en nuestra muletilla preferida. Me siento vieja con tan solo veinte años y esto no es más que una estúpida contradicción.
Imagino que, producto del ritmo frenético que está llevando mi vida.

Nunca antes había oído hablar de este lugar que ahora me tiene comida las entrañas,
ni de sus formas,
ni de su gente.

En ningún momento se me ocurrió pensar 'Galicia' como alternativa.

Y mírame, míranos.

Siempre había vivido en una rutina concéntrica, que consistía en ir de casa al colegio, y del colegio a casa.
Con alguna excepción de viernes noche.
Un eclipse de luna entre tanta vuelta al sol.

Pero entonces, me descubrí a mil kilómetros de casa.
Sin saber a ciencia cierta, si hacía lo correcto, peleando por un sueño- el mío- y muerta de miedo.

Nunca pude imaginar que una ciudad tan pequeña como está podría albergar un espacio tan grande en mi corazón.

Me han preguntado muchas veces, ¿por qué allí? ¿No estás muy lejos? ¿Te pedirás el traslado?

Realmente, lo nuestro, no fue más que una casualidad.
Una que se tornó en fortuna.

Y siempre contesto lo mismo, no me canso.
Un no rotundo entre sonrisas.

Si ellos supieran...

Si ellos supieran que no quería venir, y ahora no contemplo la idea de marcharme,
si supieran que necesito Compostela en vena, más que aire para respirar,
si conocieran el sentimiento de morriña en todos sus sentidos,
si se hubieran lanzado a los brazos de la suerte, como yo hice-
y esta le hubiera contestado con el mejor de los abrazos.
Si se pararan a pensar que sólo tienen que dirigir su vida- y no la mía.
Si supieran lo que duele echar de menos, pero qué maravillosos que son los reencuentros.
Si creyeran cuando se dice que siempre hay algo que hacer, y sino se inventa.
Si hubieran visto nevar en  enero en Compostela,
si los agobios suyos estuvieran tan justificados como los míos.
si no hubiéramos cambiado el llevar las cosas al día y el dormir, por los estudios intensos y las salidas....

Si tan si quiera, se pararan:
A mirarla,
a admirarla,
a sentirla,
a beberla,
a vivirla.

Si pisaran y vieran Compostela con los mismos pasos y ojos con los que yo la camino y la miro desde todos sus rincones,
podrían llegar a comprenderme.

Si no...siempre hay tiempo de creer en la magia.

Atardece en Compostela

domingo, 9 de octubre de 2016

Banda sonora de vida

Hay canciones que por un motivo u otro, siempre vuelven.

Vuelven siempre a recordarte quien eres y en qué momento te convertiste en esa persona.
Siempre vuelven a sonar.
Y en ese instante algo se acciona en tu cabeza. Y te llueven recuerdos, casi como tormentas de verano en pleno invierno.
Las botas de agua se te quedaron pequeñas y tu paraguas tiene demasiados rotos. Y tú te mojas con tus propios recuerdos.
El poco rímel que vestía tus pestañas se resbala por tus mejillas.

Hay canciones que vuelven siempre para respirarte profundo. E impregnarte.
Las hay que tienen el poder de tele transportarte al día 'X' en el momento 'Y'. A instantes que nunca pensaste revivir. A momentos enterrados en un cofre, en tu jardín.

Hay canciones que son personas. Por su vitalidad, por su forma de definirnos, por sus versos, por su sentido, el que nos cobra en cabezas ajenas, siempre por culpa del recuerdo. Como tú y como yo.

Y luego hay canciones que son banda sonora de la vida. Que te resuenan sin estar presentes cuando ves sonreír a alguien que te importa, cuando paseas lento, cuando bailas a ritmo frenético, cuando te apetece cantar a voz en grito. Cuando te escapas a Madrid, cuando guardas un secreto, cuando te concedes el beneficio de la duda y tiras por la borda las prisas...

En mi vida hay tantas canciones que llevan tu nombre que se me hace raro que el que faltes seas tú.

Hoy ha vuelto una de ellas a mi cabeza. Mi preferida, realmente. Favorita por la voz de Alberto de fondo, por lo que supuso, por la lágrima que se me escapa cada vez que vuelve, o tal vez, por lo mucho que me gustaba nuestra rutina anárquica.
'Mi rutina preferida' eras tú, y Miss Caffeina tuvo la culpa.
Pero claro, hay canciones que también llevan mi nombre y el de mis desastrosos domingos.
Por eso, yo me encargué del resto.

lunes, 3 de octubre de 2016

¿De los 'no errores' se aprende?

Lo tuyo no fue más que un error de principiante. Buscabas al hombre de tu vida, el perfecto. Buscabas un abrazo al despertarte, un compañero de manías.

Pero no tuviste en cuenta que ese tipo de hombres no existen. No existe el hombre perfecto porque todos lo son. Cada uno a su manera.
Existen aquellos que te lo dan todo, o que por el contrario no te dan nada. Los que se hacen querer, y se dejan odiar. Los orgullosos, los bordes, los arrastrados, los lentos.
Existen hombres alegres, resueltos, despiertos, tímidos, o tristes. Existen infinidad de temperamentos hechos hombres, tan complicados como simples.
Pero ninguno será el de tu vida, por que no están para eso. Están para querernos, hacernos reír, compartir, llorar, perderse. Pero nunca le pidas a ninguno que se quede para siempre. Corres el riesgo de asustarlos, de que entren en estado de pánico y desaparezcan de la misma estúpida manera en que se dejaron caer en tu vida: de repente.
Algo como un 'para siempre' debe salir de ellos.

Ese fue tu error. Creer, que con él habías encontrado tu tesoro mejor guardado. Sin saber que rondando la veintena, aun nos queda vida.
Quisiste apostar fuerte, y te equivocaste.
Lo viste aparecer, con aires de sur y sonrisa infranqueable y tu mundo de mariposas echó a volar antes de lo previsto. Los castillos de arena quedaron reducidos a sus ruinas antes de empezar.
Y las últimas olas de septiembre arrastraron a su paso cualquier atisbo de nuevo comienzo, de nueva ilusión, de deseo alguno..

Y te enamoraste. Como lo hubiera hecho otra cualquiera al mirarlo a los ojos, al verlo sentir.

Pero ahora, sabes que no serías más que otra de las que desfilaron por la pasarela de su vida. Y no recuerdas cómo te dijeron que se digería esto. Porque eres consciente que de los errores puedes sacar enseñanza, pero, ¿de aquello que no fue un error también se podría?

Quiero que reflexiones acerca de un par de cosas. La primera es que no eres la única. Como tú, todas hemos tenido en algún momento de nuestra vida que tirar de tiritas para recomponer el corazón.
La segunda es que no estás sola. Tienes a tu familia, a tus amigos, y a miles de vidas paralelas que aún esperan encontrarte en sus caminos. Porque estoy segura de que eres maravillosa.

Así que levanta esa sonrisa, vístela de fiesta y que la única sal que surque tu rostro sea la de los restos de un verano maravilloso.

Que amar se puede hacer siempre. Porque el amor está para eso, para hacerlo en cualquier circunstancia; pero reír, eso solo sale a base de ganas.