domingo, 30 de noviembre de 2014

Y a lo lejos ves que sigue siendo lo mismo


A veces me pasa. Tengo ganas de escribir y no sé cómo ni por qué. La una de la mañana larga de un día largo, intenso y maravilloso; un pitido de oídos y el querer unos pies nuevos tras haber paseado por un suelo demasiado sucio al ritmo de unos acordes tan distintos y similares al mismo tiempo; ese es el resumen.
Llevo dentro la necesidad de expresar la alegría y el aliento cariñoso que me invaden.
Esas ansias de sur que tenía al fin se colmaron algo pasados por agua.
Hoy la música no paraba, y nosotros no íbamos a ser menos. Debíamos seguirla sin frenos ni pausa.
Días como los de hoy te recuerdan las mil y una razones que tienes para sonreír.
Días repletos de familia, porque eso es lo que son aquellas personas que no se separan de tu lado, que comparten penas pero también tus mejores alegrías y que te dan la mano para que al continuar tu camino no te hagas demasiadas heridas.
No soy capaz de describir con palabras exactamente como me siento. 
Sólo sé que soy feliz, muy feliz.
Sé que unas cuantas sonrisas de los míos me hacen fuerte.
Sé que puedo ser yo.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Los tacones vuelan descalzos


Y te miras al espejo.
Ocho de la tarde, atardecer lento.
Miras el insulso reflejo de un cigarro, un vicio, en tu espejo.
Te crees que te gusta, quieres creer que te engancha cuando sabes perfectamente que a quien vives enganchado es a ella, a su recuerdo. Duermes a duras penas y comienza un nuevo día.

El hilo de tus pensamientos que anoche se interrumpía con los sueños regresa. Ella es la única razón de que el humo invada siniestramente la habitación, lo único que te mantiene cuerdo.
Y de fondo oyes la misma melodía sin quererlo y una lágrima furtiva se escapa por tu mejilla.
Te sientes débil, impotente.
Caminas con paso cansado hasta la estantería y sacas el álbum que escondes cada noche. Una recopilación de fotos suya. En esas imágenes, ella te mira enamorada, te sonría; y qué sonrisa. Está enamorada.
O al menos lo estaba. Antes de marcharse, antes de querer decirte adiós para un rato o para siempre.

Ahora vuelves a pensar en ella, como cada dos minutos y a quererla. Pero claro, de eso nunca te cansaste. Sientes que tu alma poco a poco te va abandonando, entre mañanas demasiado largas y noches demasiado intensas.
Y de pronto te das cuenta de que has estado viviendo dándole la mano a la soledad todo este tiempo. Quizá sea eso lo que no te ha dejado contemplar el mundo más allá de la vista baja de tus pies.
Te levantas apesadumbrado y vas hasta el cuarto de baño decidido a tirar de una vez por todas el pinta labios que tantas veces rozó tu piel y que sigue descansando sobre aquella repisa.
Pero no llegas, no porque falte la decisión, sino por que suena el timbre.
Automáticamente cambias la cara, te vistes de sonrisa falsa y corres a ver quién llama un domingo a las doce de la mañana.
Al abrir la puerta un escalofrío te recorre de arriba a abajo la espalda. Y tú has perdido el habla.
Es ella.
Intentas recoger los mil pedazos en los que te has desecho al verla llamando a tu puerta.
-¿Qué haces aquí?- Preguntas en  un tono monocorde.
Y te fijas en sus ojos. Ha estado llorando, está más delgada que la última vez que la viste y la tristeza invade sus ojos.
-Yo también me alegro de verte.- Susurra sarcástica.
Y el silencio, ese que os ha acompañado tantas veces vuelve, pero ella está aquí y ha venido a que la escuches, para romperlo.
-Te debo una explicación.
Tú sabes que si, que tiene razón, pero ahora que la tienes delante no quieres oirlo. 
-Ahórratela.- Le dices.
Entonces las lágrimas brotan de sus ojos y es imposible de frenar tanto sentimiento contenido.
La invitas a pasar para que se tranquilice y tu corazón se ablanda, se despoja de todo cimiento que quisiste construir en su contra y vuelve a ser suyo.
-No llores, no te lo mereces...Deberías estar feliz, estás enamorada de él...- Susurras con voz quebrada al nombrarlo.
- Ese es el problema. No estoy enamorada. Al menos no de él. Me asuste, ¿sabes? Tenía miedo de que esto que teníamos se acabase, que te cansaras de mi y yo no supiera olvidarte así que decidí alejarme. Y apareció él, que me hacía reír, que me llevaba al cine y que prefería una mañana de deporte a una tarde de domingo entre películas tirados en el sofá. Entonces le dije adiós. He comprendido que lo que tenemos...tuvimos,- Corrige.- es solo nuestro y que es lo que realmente me hace feliz, lo que hace que quiera seguir viviendo. Que sigo enamorada de ti...
Nunca has esperado que llegase aquella explicación que acabas de recibir, y menos, así.
Solo sabes acariciar su rostro, atraerla hacia ti y volver a comenzar con el recorrido de besos que tan bien conocéis. Y la besas. Y tu corazón late de nuevo porque está contigo y no quiere irse, y se quita las tiritas que intentaron contener las lágrimas. Y pasáis el domingo entre películas, vuestros domingos.
Y a eso de las nueve sus tacones vuelven a estar en tu armario para ella hacer pases de modelo entre risas, solo para ti.
Ella ha vuelto. Eres feliz.

Ver pasar la vida en la pupila de un sueño.

Era tan real, que dolió un poco más levantarse esta mañana.


Estaba con ellos, en un tren de regreso a casa. Reíamos como cada viernes. Éramos los de antes, los de siempre. Hablábamos de temas varios: de la vida, de las clases, de unos programas vistos a altas horas de madrugada...De todo. Y volvíamos a reír mientras veíamos el tiempo pasar entre cristales y railes llenos de vida. Disfrutaba tanto, los abrazaba, que cuando me quise dar cuenta habíamos llegado a nuestro destino.
Pero no me importó.
Lo habíamos pasado muy bien, y volveríamos a repetirlo infinidad de veces. Porque todas y cada una de aquellas sonrisas tan distintas eran mis amigos. Y los quiero, con sus pros y sus contras, con virtudes y defectos.
Les estaba diciendo que al día siguiente nos veríamos cuando la claridad de la ventana me entró demasiado dentro y fui consciente de que todo había sido un sueño.
Que mis amigos siguen siendo los mismos. 
Que los sigo queriendo igual o más pero de vez en cuando la vida se te hace cuesta arriba y les echas de menos. Y duele. Los extrañas a ellos y todas esas sonrisas que te sacaron cuando ni tu misma creíste que serías capaz de continuar.


Me he levantado en este Noviembre Dulce y, sin saber cómo ni por qué mis pies me han conducido a la estación pero ellos no estaban allí. Ilusa de mi. El tren que iba a casa hacía un par de minutos que había partido.
Y que con mil kilómetros de distancia entre nosotros, los necesito.


domingo, 9 de noviembre de 2014

La semana.


Te comería a besos cada jueves. Te comería a versos. La poesía se escaparía entre tus dedos e iría a parar bajo la cama junto con unas sábanas demasiado desarmadas.

Porque ese día empezaría mi semana, ni un domingo por la noche, ni un lunes. UN JUEVES.

Me dejaría los miércoles como comienzo del fin de semana, día de escapada. Me dejaría los miércoles para ir a escondidas a la película menos taquillera de una sala de cine medio llena. Miércoles, con m de me voy, vuelvo en un rato. No me esperes despierto.

Los martes serían los pre-comienzos de fin de semana. Las vueltas a casa, las llamadas porque queremos y no damos explicaciones a nadie. Los te quiero sin que nadie los entienda. Jugaría a  coger un avión a cada parte de el mundo que tú quisieras para ver tu sonrisa entera.

Lunes de carnaval, día de salir pronto de aprovechar al máximo las horas lectivas y de no perder las esquinas. Lunes de desayunos en la cama, de duchas demasiado frías para despertarse del todo.

Los domingos serían los días de fiestas, los comienzos de puente. Los días en los que quedaría menos para el fin de semana. Las noches de serie en el sofá, mirando llover por la ventana con un trozo de pizza en la mano.

Los sábados sería el día más duro. La mitad de semana. Los sábados serían los días de las casualidades, de las sonrisas a quemarropa y las notas escritas con prisas sobre los escritorios. Los sábados serían días de chaqueta y corbata, de vestido y medias en los que nos arreglaríamos para aguantar lo que nos quedaría de semana. Los sábados de supervivencia, los mejores, días.

Los viernes serían jornadas de estudio intensivo, sin frenos ni paradas. Cafés en mano y pilas de apuntes invadiendo mesas y mesas de biblioteca donde muchos jóvenes se prometían amor eterno con ilusas pintadas. Los viernes al salir de aquellas cuatro estudiosas paredes serían días de no parar, de salir a correr y liberar endorfinas, días de duchas de agua caliente para que el vaho del espejo y la música demasiado alta para el vecino del tercero nos transportara a aquel mágico concierto. Tras salir, un beso en la frente y algo de fruta; y habríamos superado el segundo día de la semana.

Y de vuelta a los jueves, adorados jueves, que ahora estáis en el medio de la semana. Para quien diga lo contrario, somos de los que hacemos uso del Carpe Diem y vivimos el momento, eso si, semana a semana. Veríamos amanecer. ¿Qué podría haber más maravilloso que eso?
Cada uno a su manera, a su ritmo, dentro de su vida.
Mundo lleno de vidas cruzadas viviendo películas antiguas en blanco y negro, viviendo en semanas. Y tú, mi semana favorita.

Bodas de plata; aquel 1989.

Quizá hoy no recuerdes lo que te trajo aquí. Cuantas velas soplas, o si volvimos ella y yo a vernos aquella tarde en París.
Querida y adorada Rita:

Bodas de plata, de Lorca, olor a Granada, bañadas en oro. Sin que sus valientes ojos negros, desaparecidos hace tiempo, puedan ser testigos del ansiado amor que buscó en la niebla.
Veinticinco años que esperamos y aún seguimos aquí: La era de los valientes, los que no tienen miedo, si no que lo persiguen, los que son abofeteados y no se dan la oportunidad de caer más bajo, los que continúan incluso con los pies cansados.
Cualquier canción, cualquier excusa es buena, cualquier café a media tarde en aquel bar de carretera era buena para seguir- Seguir dejando que el aire, que el agua y que un "nosotros" medio vago bajase a vernos venir.
Veinticinco vueltas de baile, de Tierra, de la mano del gallardo Sol.




Mil colores, mil emociones, miles de horas esperando a que sucediese hasta que hace veinticinco años, al fin pasó. Naciste tú. Fruto de un amor contra todo pronóstico, que nos mantuvo cerca aunque a punto de desistir.

Él no aguantaba más. Debía saberlo, saber si ella seguía viva. Saber si aunque la sintiese lejos, seguía esperándola con el corazón al otro lado.
De nada servía el apoyo si no era para compartirlo.- Pensó. Y ya no pensó más, solo actuó prometiéndose no parar de caminar hasta volver a tenerla en sus brazos.
"Entrada para dos en el viejo cine de la zona Oeste de la ciudad. Te veo esta noche, preciosa" Escribió   en aquella nota. La tiró por el correo de estraperlo. Si seguía al otro lado, ella recibiría la nota. Lo entendería.




Desde aquella noche el mundo se volvió algo más feliz, más humano. Nos dimos cuenta de que las piedras no harían más que protegernos del frío y de que el temor que habían causado era debido a su frenético orden. La incertidumbre de vidas separadas desapareció.
Hace veinticinco años que veo su sonrisa enmarcada en lágrimas, la de tu madre. Recibió aquella nota insignificante, y me estaba esperando al otro lado, vestida de rojo. Y Rita, sigues aquí, viva, con nosotros.
Cada paso que he dado recorriendo aquellas murallas me hacen pensar. Pienso en cómo hubiera sido todo si aquella noche no me hubiese cansado de no poder hacer nada. Pienso que la vida nos dio un tesoro y que ahora no me importa nada más que mis dos mujeres, mi vida, pues hubo un tiempo en que luché por lo que quería, por mis ideas y conseguí quedar satisfecho. Conseguí la fórmula de la felicidad.  Hoy es un día importante, me gustaría decir todo lo maravillosa que eres, todo lo que nos has hecho descubrir...pero, no hay nada que no sepas ya.
Disfruta de la vida. No pierdas la sonrisa y sobre todo, ama.
Te quiere,
Tu Padre, 
veinticinco años más viejo;tú: veinticinco veces más cielo. 


jueves, 6 de noviembre de 2014

Espejo



Millones de luces salen a tu encuentro. Se estrellan contra tu pupila, demasiado contraída y te vuelven a encerrar en esa caja cristalina llamada espejo. Cuatro bordes que te mantienen prisionera, que te juzgan y no te dejan escapar.
No tienen reparo en escupir a la cara verdades como puñales que una vez dolieron demasiado.
Fuera, la lluvia repiquetea en el cristal y se oyen los motores como prueba viviente de una sociedad velocista. Velocista, si.
Un no parar desde que los pitidos de un estúpido despertador te sacan de la cama a regañadientes, donde aún eras feliz. Un viaje de ida sin retorno hacia una rutina y una vuelta a golpe de carrera. Para volver a repetirlo día a día. Sin descanso. El día de la marmota.
Mientras tanto tu reflejo sigue ante ti, y te acuerdas de cuando, en lugar de plasmarse en el espejo, descansaba sobre las aguas de aquel lago. Cuando no te habías, tan siquiera, despertado.
Tu mundo, tus cuatro paredes, tus límites y Snow Patrol como tu única compañía.
Te acuerdas de aquellos tiempos, cuando tu preocupación se convertía en perseguir a la luna tras el cristal o en apostar qué gota llegaría a la meta de tu ventana en primer lugar.
Sigues intentando conocerte, a través de ese espejo, miras tus pupilas y ves la palidez del miedo mirándote a los ojos de nuevo.
Piensas que en realidad el mundo está loco. Sientes no poder seguir gozando de su compañía, de sus palabras. Pero tampoco le hablas.
Tienes miedo de lo que pueda pasar, de fastidiarle la felicidad, de no saber qué excusa poner realmente para manifestar que lo echas de menos. Y te da pena.
Pero el tiempo corre, la vida sigue y el semáforo se pone en verde cuando se acaba el tiempo de espera para permitirte continuar tu camino.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Año nuevo, Nueva Delhi

Dicen que estoy loca, pero me apetecía. Quería sentirme viva. Vine a embarcarme en la mayor aventura de mi vida.
Aquella noche le daba vueltas, quería ver las estrellas desde otro punto de vista. Subí al balcón, desde allí no las veía. Y entonces tuve una idea.
¿Por qué no? Porque ahora que puedo y soy joven, ahora que estoy viva y aunque sonase a tópico sentí que era mi día. Algo en mi interior me dijo que la encontraría.
Rebusqué en todos mis recuerdos hasta dar con lo esencial y necesario.
Cogí el último autobús cuando todo el mundo dormía y me propuse soñar despierta como tantas otras veces. En una pequeña mochila llevaba un teléfono sin batería, veinte euros y un billete de ida.
Me subí a aquel avión. Nunca pensé que lo haría. Ventanilla, como siempre, y yo mirando las estrellas pero esta vez boca arriba.
Cuando, poco a poco, el avión subió más y más alto y se camufló entre las nubes de di cuenta de que viajábamos juntas, yo con las estrellas; las estrellas conmigo, a mi vera.
Tras doce interminables horas, mientras veía a Lorenzo despertar despuntando al alba, alcancé mi destino.


En mi cabeza sólo había una palabra: Diwali.
Todo, absolutamente todo a mi alrededor era alegría: las calles llenas de gente, cada persona encalanada, cada esquina decorada y otro día, como otros cientos antes que él, que llegaba a su fin. Recuerdo que pensé por un momento que no había lugar para la pobreza.


Aquella era nuestra, nuestra noche. Con ayuda del inglés conseguí el vestido más bonito que habían visto mis ojos. Era un sari de mil colores, tan ligero y delicado que al dármelo aquella señora tuve miedo de romperlo.
Conseguí un pequeño callejero y no paré hasta encontrar aquel pequeño encanto del que todo el mundo me había hablado, el hotel Marygold.
 Cogí un taxi en la avenida principal de aquella ciudad tan llena de vida, no sin antes llenar la memoria de mi vieja cámara analógica, la de mi abuelo.
Quería que aquello con lo que tuvieron mis ojos el placer de deleitarse fuera visto por el mundo entero. Necesité compartir aquel júbilo que se apoderaba de mi.
Allí el tiempo pasaba lento y la vida era un regalo de los dioses.
Me hice amiga de un pequeño botones del hotel- Ghuil se llamaba.
Era un jovencito de tez morena y mirada profunda que aprendió a hablar español en menos de una hora.
Entre risas y sonrisas me ayudó a arreglarme, me colocó el sari y me enseño una a una todas las tradiciones que debía usar en una fecha tan señalada.


También me dio un consejo con el que se me iluminó la cara, que no dejara de bailar en toda la noche.
Quiso saber que hacía yo allí. Fue entonces cuando le relaté mi historia.
Hacía muchos años que conocí a Kendra y necesitaba encontrarla. Cuando hube terminado, tras escucharme atentamente con el rostro serio y sereno, una sonrisa apareció enmarcada por sus labios. Fue una sonrisa que le llegó a los ojos.
-Pensé que vosotros no creíais en la vida. Te pareces a nuestro pueblo mas de lo que piensas.- Me susurró.
Aquella noche volvió a mi el presentimiento de que la encontraría. 
Paseé por las calles de Delhi. La zona más antigua y milenaria era maravillosa.
En una increíble explanada repleta de fuegos y velas, vislumbré a lo lejos las sombras de los elefantes, del viento.

Fui acercándome poco a poco. Eran tan bonitos... La buscaba a ella. Los miraba a todos a los ojos y todos parecían implorar que les deshiciera todas aquellas fruslerías para poder catar la libertad, pero ninguno me conocía.
Al final del camino, cuando estuve a punto de perder la esperanza, la vi a ella en el punto donde confluían los rayos de luna sobre una fuente de mármol inmensa. Era ella, tenía que serlo.
Tenía las mismas arrugas sobre la pata delantera izquierda y su oreja derecha seguía igual de caída.
Habían pasado los años pero estaba exactamente igual.


-¡Kendra!- Grité emocionada.
La pequeña elefanta hindú se dio la vuelta y abrió mucho los ojos acercándose a mi.
No soy capaz ahora de describir realmente todo lo que sentí en aquel momento. Hay cosas que sencillamente no se pueden explicar con palabras.
Me fundí en un abrazo con ella. Era todo cuanto habíamos necesitado.
Aquella noche no dejamos de bailar. Veía las risas de los niños, que divertidos, disfrutaban a mi alrededor. Las velas eran eternas, de esas que no se apagaban nunca.


Las  estrellas nos tuvieron envidia desde lo alto mientras alzábamos las vengalas de colores.
Y el sol fue saliendo poco a poco. A golpe de ilusión.
Ella y yo no nos perdimos de vista en toda la noche y nos pilló el amanecer.
Bendito Diwali, bendita vida.
Nos pilló el amanecer bailando.