domingo, 8 de diciembre de 2019

Los días raros- Vetusta Morla

Primer día del resto de mi vida sin ti.
Me encantaría decirte que solamente escueces.
Como una herida que ha madurado y ha empezado a echar raíces.

Pero dueles. Y no sé si dentro hay sangre porque no he tenido el valor de entrar a comprobarlo.
Sólo sé que derramo pena, y no precisamente de la que mereces.

Me escribo a fuego que no eras tan importante.
Pero no puedo mentirme, no a mi, ni ahora que
la verdad es la única que sale a flote y lo llena todo como la calma que sucede a cualquier tempestad.

No puedo mentirme y decirte que ya estaba todo terminado.
Porque la verdad era que tú ya habías condenado ese nosotros a morir ahogado.
Porque quiero verte y no puedo.
Y no me queda valor ni siquiera para mirarte a los ojos.

¿Sabes? Creí conocerte.
Ahora ya no me queda claro si me quisiste todas las veces,
si buscabas hacerme daño o el daño se dio de bruces contra tu risa.
Tampoco sé si pensaste que las mentiras podía sostener nuestro intrincado castillo de naipes.
O si en alguna ocasión disfrutaste al reírte de mis miedos.

Y lloro.
Lloro porque me enamoré de ti sin darme cuenta,
porque hiciste que volverá a soltar las manos de bordillo. Y me prometiste volver a volar sin alas para luego dejarme caer.

Lloro porque pensaba que todo iba bien y el bien se quedó castigado en casa.
Y no lloro por mi.
Lloro por nosotros.

Porque fuimos, y fuimos de verdad.

Lloro porque hoy me sangras, pero mañana será otro día.
Y espero poder decirte que me acuerdo de lo bueno.

Pero hoy es domingo, y estoy cansada de fingir que todo va bien.
Hoy es el primer día del resto de mi vida sin ti y me niego a pasarlo
contigo- en la cabeza.

Por eso escribo esto, para que se convierta en el adiós que nunca tuvimos.

A M. porque siempre será más fuerte de lo que quiere hacernos creer.


Querido Norman, yo ya te conocía

Ya conocí a aquel joven británico en otra vida. Lo juro.
Al encontrarnos ayer con tanto que decir fue como si no hubiese pasado el tiempo. Él hace algunos años que descansa porque sus sueños se hicieron realidad. Coincidíamos en todo porque: él ha conseguido recorrer el mundo; y yo, porque mis sueños están hechos de unas ilusiones preciosas.

Me pidió que fuera paciente, que llegaría el día en que agarrase una mochila y no volviera, porque todo lo que necesito va a mi espalda y hogar será cada nuevo destino sobre el cuaderno.

“Cuando no te queden sueños que cumplir, pequeña, vuela”
Pero claro, quise saber mucho más y vi el mundo desde sus ojos.
Salí de aquella enorme sala de exposiciones fascinada. Porque pensaba en que son pocos los que sepan enseñar al mundo su manera de vivir y hacerse respetar por disfrutarlo todo al máximo.
Él era uno de ellos.
Lástima que llegué tarde y él no estaba allí. Solo su obra. Todos y cada uno de los golpes de pestaña hechos papel, sobre lienzos, en blanco y negro y a todo color.

Pero ahí estaba gran parte de su visión.  Di cuatro vueltas al recinto. Intentando reconocer el patrón, el secreto.
Y creo que iba de elevar a octava maravilla lo cotidiano, de ponerlo al alcance de tus manos y morder la manzana del ansiado paraíso.

Ayer reconocí a un genio, de otra época. Un joven excéntrico que enamoró al mundo con su movimiento y se enamoró para siempre de una de sus musas.
Y qué vértigo tuvo que darle su para siempre a la muerte, porque a ella se la llevó primero. Pero la belleza de Wenda  quedó grabada en los ojos de él.


(Wenda Parkinson, para Vogue por Norman Parkinson)



Ventana de bar.

Apuro mi copa y veo a una pareja bien parecida. Se quieren. Se les ve en los ojos, en las caricias que van dejando el uno en el otro olvidadas durante el medio minuto que se demoran en cruzar la estancia.
Se sientan en la barra y tras pedir un par de copas al camarero se sumergen en su burbuja.
Los escucho hablar del tiempo, de la lluvia, del gris, del cariño que se tienen. Los escucho hablar de un proyecto de vida en común y me dan cierta envidia porque desprenden toda la seguridad que ando buscando.

Vuelvo a pasear la mirada por la caoba vetusta de la barra y entonces me paro en el joven poeta.
Que no sé quién habrá tenido el arrojo de robarle el corazón pero ahí sigue el. Escondiéndose tras el cuarto whisky, apestando a colonia barata y sangrando a versos con el tormento impreso sobre el rictus.
Los hay que sufren por los demás, que se desviven, que necesitan ser el alguien en la vida de cualquiera para ser feliz. Pero también hay quienes hacen del sufrimiento su cadena perpetua personal.
Yo aún no he decidido a que bando agarrarme.
Luego hay un par de pandillas- o cuadrillas, como diría mi querida pelirroja. Algún habitual de sábado noche con la mesa convalidada. Y unas amigas que si no son de toda la vida, bien lo parecen.
Porque cuchichean jugando a no saberse la vida de los demás. Y luego ríen, como terapia.
Ellas han visto lo putos que pueden ponerse algunos días y decidieron hacerle competencia con algo de carmín sobre los labios.

También he visto una cita a ciegas. Y que me disculpe quien la inventó pero, no soy muy devota de ellas. Creo que se rigen por el principio de forzar la magia, cuando esta debe dejarse correr.
Creo que persiguen conformarse con los restos. Y bastante únicos y extravagantes somos con nuestra persona como para meternos nosotros mismos en el famoso montón del tedio.

Miro al vaso vacío. Creo que necesito otra, pero abrazo a eso de que una retirada a tiempo siempre fue una victoria. Dejo la dolorosa saldada sobre la barra y me despido de Lucas.
Creo que volveré mañana, porque estas cuatro paredes siempre tienen otra historia que contar y yo ando bastante ávida de ellas.

Carolina está en la ciudad de las galerías. Perdiéndose entre la gente. Se deja llevar por el espíritu navideño que desprende la ciudad, pero su cabeza le sobrevuela kilómetros. Esta despidiéndose de Lucas en algún garito de Malasaña.

Louis Garrel 


sábado, 23 de noviembre de 2019

La timidez

Minipunto para ella, que amordazó sus ganas para que el joven se le acercara.

Debería dejar de cuestionarse su valía. Dejar de imaginarse para siempres de saliva con cada mirada que se cruzaba en su camino.
Aquella mañana, el hambre le pisaba los talones y, sueño y tedio acariciaban con hastío el dorso de su mano izquierda mientras pasaba el viernes sintiéndose guapa.

Entró en el odioso armazón rojo cuando este frenó en seco, persiguiendo a la rutina.
Y al verlo sentado al fondo no quiso molestar.
Era de las que adoraban los experimentos sociales así que, con la cabeza bailando entre canciones de otra era, se quedó a mitad de camino.

"Si le caigo bien, vendrá." Se dijo.

Entre la mirada curiosa de él y la entrada triunfal de ella,  la joven jugó a atravesar muros de piedra con la vista puesta en el vacío sin atreverse a llamar la atención de él.
Creyó saber retener a su yo impaciente y dar al joven el beneficio de la duda.

Y él viajó hasta estamparse en su sonrisa. Le quitó uno de los auriculares y paró el tiempo en el segundo veintitrés de la canción.
La imagen de los dos sorteando futuro y pasado era cuanto menos pintoresca, pero desprendía algo de ternura y pellizcaba el corazón.

Ella quería agarrarse a la confianza hasta convertirla en abrazo. Quiso que sus sospechas fueran de todo menos infundadas y la timidez se quemara a lo bonzo.

Se despidieron pero se quedaron con la compañía y con las ganas de seguir descubriéndose en los ojos del otro.

(No kiss list)

Recuerdos

Hoy te he recordado.
Y sólo tengo claro que Bukowski vomitó toda la verdad sobre el amor, y Austen encorsetó un corazón para darle forma de mujer.

El primero se arrancó a tiras el hedonismo mientras que la segunda se recreaba en las formas.

Hoy te recordé en la última estrofa de mi canción preferida de Sabina, y en otra canción pueril e inocente que nos hizo bailar tantas noches en la voz de Sr. Trepador.

Abrí por equivocación uno de los múltiples cofres que albergan los recuerdos de una Diógenes empedernida como yo.
Y ahí estaban todos- Confesando tu cariño que ya daba por muerto. Alzando los brazos para acercarme tus caricias:

Aquel búho que cambiamos a un truhán desde un atardecer en Cádiz, cuando creíamos que podíamos atrapar todos los sueños que nos rondaran.
Los restos de los cristales que se rompieron tras nuestros primeros 365, en las voces de cada loco que nos daba por muertos justo antes de empezar.
Algunas de las monedas de los dos viajes que anudamos a nuestra espalda- como secreto de un regreso inminente hasta aquellos lugares que nos vieron ser.

He encontrado restos de pétalos de una camelia seca que recogimos desde el balcón del barrio latino, y un bote de cristal repleto de arena blanca que juro que aún desprende algo de magia de Tulum.

Y he querido regresar. Transportarme a todos los lugares donde supimos querernos bien, con mimo, cuidado y sin celo.
Pero con ganas, y hambrientos de fuego.

Estaban nuestro primeros pasaportes: sellados y garabateados hasta los márgenes- con la fecha de caducidad vencida. Nunca te lo dije, pero el tuyo me lo llevé yo.
Los restos de una pulsera que, pensaste, quedaría bien como promesa en mi muñeca.
Un  par de cartas con manchas de café esparcidas donde nos confesamos en un momento de debilidad todo lo que el orgullo quiso silenciarnos.

Ahora sé que lo hicimos bien.
Que si terminó aquello fue porque los dos estábamos de paso y la vida nos tenía preparada una huida hacia adelante por caminos diferentes.

Quiero que sepas que te quise por encima de todas las cosas y que siempre serás uno de los pequeños imposibles que se hicieron realidad.

Gracias por regalarme ilusiones en forma de besos, abrazos empaquetados y postales desde ninguna parte.




miércoles, 13 de noviembre de 2019

La simpleza de lo complicado

Estoy en ese momento de mi vida, en el que considero que he vivido mucho-aunque (espero) me queden miles de lunas por descubrir.
Ese limbo temporal en el que quieres aspirar alto, y deseas que tu huella no se borre tan fácil del universo.
El mismo en que los sentimientos van cayendo del árbol maduros, y comienzas a hacerte una idea de la persona en la que te has convertido.
Esa de la cual quieres seguir caminando al lado.

Hablo de querer comer mundo sin usar ni los cubiertos, con un miedo que cubre toda cicatriz y dándole la espalda al protocolo.
De ansiar lo imposible y presentarte a filas en la primera línea de guerra indeleble aún sabiendo que llevas más batallas perdidas que libradas.

Hablo de los años, y del paso del tiempo. Que asusta tanto como encandila.
En toda esta maraña de miércoles negro- siempre que es noviembre y dulce- y con la cabeza en toda parte que no sea sobre mi cuerpo he llegado a la conclusión de que llevamos en la condición humana ser tan sencillos como complejos.

Porque nos gusta cumplir metas y objetivos, y saltar obstáculos. Nos encanta que nos digan que no- tal vez para demostrar que somos capaces si vomitamos nuestras ganas y nuestro tesón. Adoramos que no salga a la primera si con ello vamos a disfrutar del camino. Por muchos suspiros, por muchas lágrimas, por muchos días sin dormir que amenacen con quitarnos lo que sentimos como nuestro. Por otros tantos disgustos y defraudes, haciéndonos de menos.
Nuestra parte complicada es la que se lleva a las mil maravillas con el paso del tiempo. Y lo ordena, organiza y coloca todo para que nada nos pille de sorpresa. Para que el ‘in fraganti’ sea sólo una expresión de la lengua del descaro.

Pero también somos sencillos.
Lo somos cuando queremos quedarnos a vivir en un abrazo, o que no se nos acabe un recuerdo. Lo somos cuando asociamos las sonrisas a la felicidad. O cuando el mejor concepto de viernes es ver amanecer desde la ventana. Somos felices cuando una tormenta de verano nos pilla en plena calle o cuando alguien nos hace saber que se acuerda de nosotros.
Somos sencillos porque nos enamora lo sencillo. Porque los detalles, que siempre se tildan de nimiedades, son la marca de diferencia para según que alma rota.

Y esto venía a que fuera es noviembre y este frío hace difícil hasta respirar. Porque lo quise dulce y ha venido con regusto amargo.
El norte no tiene a bien cesar su llanto y se están fundiendo muchas de nuestras bombillas.
Venía a que me siento afortunada porque, aunque siempre se pueda aspirar a más, tengo a personas que si las juntas en secreto puedes crear un universo paralelo.
Venía porque una de esas personas se me aparece en forma de recuerdo. Y la extraño, tal vez en exceso. Y le digo que puede contar conmigo. Y lo sabe y se ríe- a carcajada limpia.
Y está: ‘siempre, cuando y sobre todo’; de la misma manera que clamaba al amor el gran Lucas Masciano.
Porque pienso que la felicidad puede llover, pero si la vida diera media vuelta, la mía llevaría su nombre.
Y sería precioso poder quedarme para verlo.


domingo, 3 de noviembre de 2019

El temporal

Los vimos salir del local de la esquina. Corriendo para no mojarse y esquivando al temporal a golpe de risas.
Los vimos subir a toda prisa hasta el tercero del portal de enfrente.
Luego se iluminó lo que parecía el salón y los vimos comerse a besos.
Bendita locura, el desenfreno de la pasión.

A nosotros, el resto de los mortales, nos tenían que servir la siguiente copa de aguardiente para volver a esconder nuestra pena bajo la alfombra.
A ellos no parecía importarles ni el ruido, ni los mirones de bares como nosotros.
Estaban hechos de otra pasta. De una de realidad moldeada. Sin pelos en la lengua y con fuego en las entrañas.

Salieron al pequeño balcón y compartieron un cigarrillo.
Y yo me quedé embobada en sus siluetas deseando fuerte la fuga de la desidia de todas nuestras vidas.

El humo de aquel cigarrillo cómplice confundió a la lluvia y dejó de empapar sus cabezas.
Y ellos, conscientes del frío helador, juntaron sus cuerpos para volver a ser uno.

Y admiré que los ojos de él coronaran la sonrisa de ella.
Y admiré los dedos de ella recorriendo su cuello, como marcando un territorio conquistado en otra batalla cualquiera.

Luego bajé la cabeza y di el último trago al maldito aguardiente.
Porque era cierto que el amor era una jodida maravilla pero también
era verdad que a mi me gustaba quejarme de vicio.

Y aprendí a reírme de mi en el corto lapso de tiempo en el que amainó el temporal.


martes, 22 de octubre de 2019

Despertar y verte al lado.

Hoy quería que la canción se pareciera a ti y encendí el volumen al máximo cuando sonó el despertador.
Que llevara algo de rock n’ roll y tus gafas de los domingos.
Que los trazos de la penúltima obra sobre el blanco fueran siameses de tu sombra.

Hoy quería despertarte y que volviera a ser lunes por la mañana.
Que el aroma a café siguiera siendo el beso de buenos días y que no saliéramos de la cama.

Hoy quise quererte sin silencio.
Y verte sonreír desde la parada del autobús hasta el final de las galerías.

Hoy tenía mucho que reír y verte fue el motivo y la excusa para detonar la bomba lapa.
Porque volví a ver amanecer desde tus ojos.

Hoy vine a decirte cuánto me gustan nuestros encuentros fortuítos.
Porque no contento con ser fuel y motor de mis madrugadas,
Te tornaste el Katrina de mis rutinas.

Porque he olvidado mi manera de soñar si no eres tú el que sostiene mis ideas.
Porque escucho Marea y me viene a la cabeza tu sonrisa.
Y acaricio esa brújula petrificada de tu brazo, a sabiendas de que tú no miras.
Porque nada ni nadie va a despegar la profundidad de tu sueño.

Venía a darte las gracias.
Por aparecer y quedarte. Por dejarme equivocarme a tiempo y poner en mi la confianza necesaria como para saber que eras tú.
Gracias por dejarme hacer y deshacer a mi antojo.

Porque puedo coincidir contigo en otra vida y seguiría agarrándome el corazón en un suspiro.

Hoy quería decirte que hace tiempo que no creo en los cuentos pero sí en la poesía.
Y que esta me dijo la otra noche que nos queda de camino juntos al menos unas cuatro vidas.
Para cuando llegue la quinta, ya habré encontrado otra manera de enamorar(nos).




jueves, 17 de octubre de 2019

Colorear lo malo de tus lunes

Me gusta pensar que alguna vez hemos cruzado un par de recuerdos.
Que nuestras vidas podrían llegar a encajar si tuviéramos a bien chocar casualidades.

Cuando te pienso, lo hago con la sonrisa puesta sobre los labios.
Evoco tu voz y me urge la necesidad de aguardar en tu puerta para
colorear lo malo de tus lunes.
No sé si atreverme, y decirte que paso a buscarte sobre las diez.
Que tengo dos entradas para el teatro y tus ojos son mi excusa perfecta.

No sé si decirte que me apetece llevarte a bailar, por si el día ha ido de mal en peor, y solo te quedan fuerzas para enterrar la cabeza bajo la almohada.

No sé si decirte que tenía ganas de estrellar un par de carcajadas contra tu sonrisa.
Que ya es como si te conociera de siempre y que no supero el lunar de los bajos de tu espalda.

Dudo si decirte todo esto porque tengo miedo a una estrepitosa negativa.

Pero luego me acuerdo de que eres tú y me digo que la vida es la única que ha conseguido echar alas y nos está ganando la partida.
Que el no, lo llevo escrito en la frente, y tú solo puedes decirme que un viernes siempre es un día de puta madre para empezar nuestra semana.

Te pienso y me digo que esto de andar jugando al gato y al ratón con las emociones no es cosa de niños. Que a veces duele más de lo que debería, porque las ilusiones tienden a maquillar la realidad.
Y ni tú eres tan perfecto ni yo tan desastre como nos pinto.

Y que necesitamos más noviembres para agarrar todos nuestros porqués a la cintura.
Así que, vístete.
Me da igual que el día haya salido del revés, que creas que los únicos verbos que se conjugan en los pozos empiezan por hundir. Sólo te digo que si lo prefieres puedes coger prestado mi sumergir, para luego ponernos juntos con eso de salir a la superficie.

Vístete y sal de la cama.
Que vamos a bailar. Que yo sólo conozco, de la esquina de siempre, el penúltimo bar.
Y también sé cuánto te gusta un margarita.

Y me quiero quedar, porque me he dado cuenta de que cuando encuentras algo que vale la pena tenemos el instinto animal de intentar hacerlo nuestro.
Y yo no quiero retenerte, pero si contarte un secreto:

La vida ya nos jode lo suficientemente fuerte como para tener que sentirnos mal por ello.
Sólo debemos aprender a disfrutarla.
Y tú, eres una de esas partes bonitas de mi vida.


Torre de Hércules, A Coruña

jueves, 10 de octubre de 2019

Medio gramo de serotonina

Luego dicen que la magia es de los locos.
Que solo se tatúan a tinta los inconscientes.
Después de presumir llevar el mundo a las espaldas,
se suelen dar lecciones de moralidad.

Pero no,
no es todo como lo pintan.
No todo puede ser llamado por su nombre.
Hay vidas que parecen circos, y cielos que desaparecen
simulando el más cruel de los incendios.

Hay corazones que laten después de muertos.
Y recuerdos, que lejos de doler, impulsan a la superficie,
a perseguir la última bocanada en contra del silencio.

Después de empujarte al vacío, te cuentan que de todo se sale.
Que el clavo que saca el que hincaste dentro de tu rutina
saldrá del paso en la próxima esquina.

Y te muestran como en abanico, todo lo maravilloso de la vida.
Sin revelarte que la mejor de las rebeliones la tendrás que liderar
a solas, y sin opción a despedida.

Y luego, tu incertidumbre se funde con el invierno,
y la costumbre se agarra a tu pasión para que
la abandones.

Pero alguien sabio te dijo una vez entre acordes de una guitarra
que tendrías muchos miedos y fantasmas
pero que siempre serías capaz de encontrarte.

Y esa es la única verdad que tienes por bandera.


lunes, 7 de octubre de 2019

Seguir apostando al tres

Transcurre el sábado sin incidencias.
Te has levantado temprano y a eso del medio día el deber está entero cumplido.
Te sientes bien y corres a descargar adrenalina al lugar de siempre.

Luego recibes una llamada inesperada que te propone algo de fiebre de sábado noche.
Y lo próximo, eres tú montada en un tren rumbo al pasado.
Se te encoge el corazón pero decides no pensarlo demasiado.

Y te encuentras relatando vida, obra y tus pocos milagros al desconocido número tres ante la segunda copa de vino.
Él, tinto; como si quisiera expiar sus pecados sin derramar ni una gota de sangre, escupiendo todo exceso de sinceridad. Llevándose lo malo a una tumba que nunca será la suya.

Tú, blanco; para recordar que bajo toda la capa de hielo, tu corazón sabe derretirse con facilidad.

Le tienes alergia a momentos como ese. Los ojos en blanco y las mejillas con más rubor del necesario.
Te da rabia e impotencia encontrar a gente a quien querer tan bien con tan poco margen de maniobra. Con fecha de caducidad y expiración de menos de veinticuatro horas.

Tanto, que esa magia negra de la que sois testigos tardará en  romperse menos que el tiempo que tardó Cenicienta en perder el zapatito de cristal y poner pies en polvorosa.

Le tienes alergia porque te sabes adicta a entrar en los ojos de los huracanes.
Pero luego te quejas, porque tanto entrar, pero aún no aprendiste cómo demonios salir.

Pero tú continúas. Te sientes bien y sigues apostando al tres. Y te dejas llevar.
Bailas y sonríes.
Y dejas que esta sea solo otra más de las noches que guardarás con mimo y celo- pero en secreto.

Esas en las que conoces a alguien y sientes que debes retenerlo al menos hasta que termine la última canción.

Y él, que ha llegado a conocerte mejor incluso que las madrugadas en una vuelta de reloj de arena, a la hora de decirte adiós te abraza y besa tu frente.

Todo para que duelan menos las despedidas y nada sirva de precedente.


Quintana, madrugada y luna llena de septiembre 

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Finisterre contigo.

No sé que vi en ti.
A día de hoy y con tanto ensayo y error a mi espalda, me volvería a quedar.
Justo aquí.

Solamente sé que el día de la colisión frontal con tus pestañas fue el primer día del resto de mi vida.
Quizá fuera que al mirarte a los ojos, estos dijeran mucho más de lo que querías enseñar.

Es cierto, recuerdo aquellos días con cariño porque fui yo el que quiso saber más.
Fui yo quién, levantando una a una las capas de tu coraza, consiguió mirarte por dentro.
Y eras exactamente tal y como te imaginé.

Antes de ti, yo era un tipo educado, formal, algo serio pero con tendencia a las bromas.
Estaba satisfecho con mi trayecto y enamorado de las pequeñas cosas de la vida.

Pero niña, contigo, todo fue más; desde aquel septiembre.

Me vienen a la cabeza todos los cafés que rechazaste.
Aún hoy, sigo sin saber si fue tu magnetismo lo que llevaba escrito el quédate.
Que me quedara y luchara una batalla que igual venía perdida de fábrica.

Nos descubrimos en los ascensores.
Comencé a perder la cabeza por temporadas.
Cayó sobre mi una losa de moral y puse tierra y tiempo de por medio.
Me dije que eras pasajera y que tenía que dejar de verte hasta con los ojos cerrados.
Le eché la culpa al tedio de una rutina demasiado monótona.

Recuerdo que te rocé el dorso de la mano derecha y decidiste que era buen momento para abrirte en canal: con idas y con venidas, con tantos sueños como deseos.

Y me enamoré.

Pensé que se me pasaría pero, al apartarte de mi lado,
sólo quedó vacío.
Tardé bastante en darme cuenta de que no estaba loco cuando pensaba que tú eras el motor de mi mundo.

No sé quién me explicó que los convencionalismos, el amor-fou, mi pragmatismo y los años de más no eran la brecha insalvable.
Ni quien convenció a quien, para que aquella historia por escribir se gritara a los cuatro vientos.

Sólo sé que una noche volví a mirar a la luna y todo volvió a ser sencillo.
Te vi como estrella polar, y me convertí en un barco destartalado que se dejaba guiar- sabedor de que el fin sería un buen puerto.
La guerra entre tú y yo estaría equilibrada; yo pondría la cabeza y tu le echarías corazón.

Te busqué y me susurraste al oído cuánto te gustaba la palabra nosotros.
Te di mil razones para no volver- y tú pasaste las mil y una notas bajo mi puerta diciendo que te quedabas.
Habíamos quemado a lo bonzo tu vergüenza y mi moralidad y solíamos jugar al despiste con las madrugadas. Vimos Troya en llamas desde nuestras retinas.

Me agarré con ansias a tu fe ciega de que aquello saldría bien y sólo me quedó remar.
Con viento a favor, con tormentas, en contra o a marejada limpia.

Me enseñaste que no estamos de paso: es nuestro paso- decías.- El resto no importará tanto.
Y te construí el más bello de los cimientos para vislumbrar esa manera tan nuestra.

Siempre fuiste un poco bruja: dijiste que pasaría, y pasó diciembre.
Y el año nuevo me regaló certezas como la de que tu recuerdo sería indeleble dentro de mi cabeza.


Y no, no fueron imaginaciones mías: tú viniste a perseguir mis huellas hasta el amanecer  de Finisterre y nos dejamos llevar.

Y hoy, te veo dormir a mi lado y juro que no me arrepiento de nada.
Que doy gracias cada día por haber hecho una maraña con la razón y no parar hasta dar contigo porque me hiciste creer en algo.
Me dejaste ser mi versión mejorada porque contigo quise hacer las cosas bien desde el principio.

Jugamos a ser nosotros en la ruleta y nos llevamos el mayor premio.

El beso


martes, 24 de septiembre de 2019

Introspección

Me siento fuerte.

Me siento feliz y contenta. Y tengo ganas.

Ganas de demostrar que puedo- que no he llegado hasta aquí en balde y que
soy un poco más capaz que ayer.

Tengo ganas de escuchar decir a la vida que necesita mi abrazo.

Hemos estado tomando café.
Comencé hablándole de usted pero nos tuteamos al tercer sorbo.

Me ha parecido excepcional, me ha contado todos los planes que tenía para con nosotros.
Me ha gustado porque, aunque no estamos de acuerdo en todo, el respeto era mutuo.

Quiere que me caiga de cuando en vez para aprender a levantarme.
Yo le he dicho que lo intentaría.

Lo cierto es que, más que miedo a la caída, le tengo miedo a que  las piernas no respondan a las ordenes de mi cabeza.

No es miedo a fallar si no a no terminar viéndome donde quiero llegar.


Calor de sangre

Resucitar.

Y volar kilómetros.

Y ver cine antiguo, en blanco y negro, quizá mudo.- con los pies en alto.

Y pasar una tarde con Cicerón a los ojos de Zweig.
Ansiar su utópica libertad y aún así adorar tu momento.

Es cierto que el ritmo se ha vuelto algo frenético y que no  paras ni los domingos.
Pero siguen siendo tus días preferidos de la semana.

Has pasado día y medio en el sur, volviendo a habituarte a los aires del norte.

Disfrutaste en demasía- guardaste lo de corto pero intenso y compraste billete de ida y vuelta a tu vida de ahora.

No te diste cuenta de lo mucho que añorabas sus cuentos hasta que los tuviste a todos delante.
Es cierto que las diferencias son abismales pero, de vez en cuando se necesita eso:

el calor de la sangre.

Cómplice

(Luna llena- Alvaro Tessa y Blanca Suárez)

Me encanta encontrarme la complicidad en los ojos de la gente.

Ver que fluye alguna corriente eléctrica de entre sus carcajadas y deponen las armas para seguir viéndose las caras.

Me hace sonreír esa atracción y se me eriza la piel cuando además de darme de bruces con ella, ese campo magnético  se hace persona y puedes cantarle al oído.

Ellos son otros de tantos que se tienen a tiro.
Y se cantan.
Y se enseñan los dientes con mimo, sin ningún tipo de cautela o reparo.

Se han prometido bajar más de una luna mientras terminan con el postre de sus veladas románticas.
Ellos se cuidan en secreto.
Y se han propuesto la verdad más absoluta para cuando llegue febrero.

Ellos son como todos los inconscientes que no verbalizan sentimientos por miedo.
Como los inocentes que tragan todos los días menos los 28 de diciembre.
Ellos creen en el amor- cada uno a su manera.

Y se han hecho a la más bella de las rutinas.
Lo que se salga de ese plan, siempre será bienvenido.



sábado, 14 de septiembre de 2019

Vuelo UX1037

Puede ser que los años que atravieso tengan parte de culpa, el caso es que hay pocos sitios en los que pueda pensar en profundidad y albergar más emociones que en un aeropuerto.

Últimamente los piso con frecuencia. De hogar número uno a hogar número dos. De visitas, de despedidas y bienvenidas. O por el simple placer de “perderse sólo para reencontrarse” como canta Juancho.

Aquel día no recuerdo a quien esperaba-o si- pero estaba nerviosa. Mis dedos jugaban con las manecillas de un reloj que parecía no moverse y el corazón amenazaba con salir y tocar techo.
Comencé desde bien temprano con mis devaneos mentales. Y entre tanta metafísica jugaba a imaginar una historia para cada una de las huellas que me pasaron por delante.
Esperaba quedarme en aquel limbo temporal de manera indefinida para ver cada reencuentro y saber si las corazonadas tenían algún fundamento científico.

Esperé y esperé. Miré la hora veintitrés veces en cuarenta y cinco minutos, escuché el primer disco de Estopa y adiviné un par de lágrimas en los ojos que aguardaban.

El chico moreno y alto la recibió con uno de los abrazos más sentidos que he presenciado. Un par de besos apretados que sellaban promesas y una sonrisa asquerosamente impoluta.
Luego vi a un par de niños de cinco y siete años correr hacia una mujer. Y detrás una pareja con caretas de Trump arrastrando dos carros repletos de maletas. Se abrazaron todos en otro idioma y se desearon un fantástico comienzo de las vacaciones.

Después se deshizo mi espera. En besos y abrazos. En sonrisas.

Y me acorde de algo que me hacía sonreír. Cada vez que podía iba a recibir a los míos a cualquier aeropuerto porque siempre me he sentido plena al poder ver una cara de sorpresa y que yo tenga parte de culpa.

El mallorquín


Ella pensó que no quedaban caballeros.
Que se equivocaba cada día al intentar curvar la sonrisa de un mundo hostil,
porque éste, jamás le remitiría tamaña muestra de cariño.

Creyó haber errado de época al abrir los ojos por vez primera.
Ella ingenua, soñadora y tan risueña por dentro; escapando de
todo daño pero, dando abrigo a sus lágrimas.

Albergaba aún, con bastante celo, la esperanza de ser feliz algún día.
Tenía fe ciega en haber llegado a rozar un estado del que todo el mundo tenía conciencia y al que muy pocos se habían amarrado.
Y quiso atesorar el tiempo sin arrepentirse de lo vivido.

Sin embargo, seguía pensando que “ser” al lado de alguien que se diera cuenta del verdadero yo era una de las aventuras más emocionantes que había vivido la condición humana.

Estaba demasiado obcecada siendo una enamorada empedernida  y, a menudo, olvidaba distinguir lo importante a su alrededor.

Fue por eso que, al aparecer un caballero de los de antes, disfrazado de muchacho de muchas letras, algo amenazó con desatar el temporal dentro de su inquieta cabeza.

Eran cuatro y las vacaciones amenazaban con darles carpetazo sobre la noche mallorquina. Un reencuentro regado con el mar Mediterráneo que fundía los corazones y lo llenaba todo de risas.
Y ella volvió la cabeza para grabar en las retinas todo lo que podía despertar aquel encuentro fortuito.

Fueron un par de miradas, el ceder una silla para poder compartir a gusto, y dejar de lado un cuaderno repleto de historias fascinantes a tinta negra, para dejar que las carcajadas resonaran despreocupadas sobre aquella plaza y su calor.

Y él, tras cederle el asiento con cualquier excusa barata,  se guardó una última pregunta entre los labios. Tuvo miedo entonces a recordarla de manera eterna como un único silencio.

Ella no tuvo más suerte.
Lo llevaría dentro como a todas las cosas bonitas de la vida:
Las que se exprimen y se sienten, pero no hacen falta que nos las cuenten.

No me suelo creer lo que dicen de las segundas partes

Hace ya tiempo que no duermes junto a mi y desde entonces, no hay noche que no me asalte el insomnio.
Es como si necesitara el run run de tu corazón para conciliar el sueño y todo lo demás me viniera grande.

Hace tiempo que te fuiste sin avisar.
Y sigues en ninguna parte, haciendo de las tuyas.
Te largaste con la excusa de que era lo mejor para los dos.

Y me dicen por ahí que te pisas las ojeras, que se te caen las orejas y que no se han topado ni por casualidad con la que fue tu sonrisa.

Quisiera saber el porqué a tanto llanto de madrugada- me lo dijeron los vecinos de al lado.
Quisiera que pudieras confiar en mi de una vez por todas y dejaras de echar el freno hasta a tu propia respiración.

Aparca los nervios y piensa.
Recuerda todos los te quiero que derramé sobre tus costillas, adivina lo que pienso en cada momento y disfruta del camino.

No te pido que vuelvas, si no es eso lo que quieres, pero si que vuelvas a ser tú.
Continúa apuntando bien alto con tu ballesta de sueños, aún estás a tiempo de alcanzar aquella estrella.
No finjas que no duele, porque esconder duele por dos.

Y dos no se pelean si uno no quiere.

Y uno era aquello en lo que se convierten dos mitades al juntarse.

Quizá el dilema estaba en que siempre anduvimos enteros y nos hacíamos de menos.

Por eso, te lo digo como persona que te quiere, te necesitaba y te recuerda con mimo: pídeles a tus carcajadas una última oportunidad y quédate como una estatua cuando el brillo de tus ojos sea el mismo que el que desprendía tu alma.




Cuatro días en los que sobraron los efectos especiales

Guardo con celo todo el polvo de hadas que desprendía aquella noche.
El exceso de humedad no permitió respiraciones profundas y las emociones impidieron que dejaran de ser agitadas.
Recuerdo mil colores sobre el negro del cielo, y una luna demasiado grande para ser medida.
Recuerdo que sobre mis ojos pesaba el tiempo pero la ilusión subía constantemente todas mis persianas.

También estaba presente la magia: la magia de ser con los demás, de unir voces desgarradas y de corazones galopantes. La magia de estar justamente en el momento indicado disfrutando de una noche de verano más.

De la cantidad de artistas que subieron al escenario me quedo con la resaca emocional que me regalaron después- como si de un vino malo se tratara, quedándose en mi cabeza- ya de por si destartalada.
Desatando el pensamiento de que todo sueño puede tener una realidad como reflejo de espejo y provocando en mí un enmudecimiento transitorio.
Porque aunque me guste bailar entre palabras, en noches como aquella, éstas vuelan lejos y me impiden acariciarlas con las yemas de los dedos.

Y yo sé que me quedo feliz pero no sé expresar como quisiera toda la emoción apabullante que me recorre.




Al chico de la risa nerviosa.

Lo confieso, me hace ilusión saber de ti por casualidad.
Encontrarte de repente y poder compartir al menos media hora de carcajadas.

Te echaba de menos y en el fondo ya lo sabíamos.

Eres una de esas personas-casa. Una de esas personas que siempre van a querer saber lo bien que te va la vida y disfrutarla contigo.
Estabas feliz, a pesar de las nubes que te rondaban cerca, tenías ganas de más y sabes- porque nos encargamos de recordártelo- que puedes con todo.

Es normal que a veces te flaqueen las ganas, pero en el fondo tú crees en ti, y eso es lo más importante.

Vivo con el secreto de querer quedarme a vivir en alguno de tus días. Que tú risa, me resuene cerca siempre y que tú pases de ser un hogar cualquiera, a ser el mío.
Mientras tanto, me contento con verte ser tú y querer darlo todo.

Gracias por seguir guardándome un par de bailes y un recuerdo en tu memoria.


Nos vemos- espero- más tarde que pronto.

A J.




lunes, 29 de julio de 2019

Volver a Neptuno

Cuarenta y ocho horas que se agotaron en el inmenso reloj de arena.
Pasamos de nube a desierto flotando sobre una isla de fuego y procastinación rodeada de todo
menos de mar.

Reír, llorar y tener todo el vello a punto de hacer un triple mortal sobre mi antebrazo fueron tres de las hazañas de las que presumí al llegar a Neptuno.

Fui espectadora sin butaca de terciopelo
del mayor de los misterios: la amistad en todas sus formas.

Pude compartir la vida entrelazada y el cariño hecho hermandad
desde una de las salidas de emergencia.

Tan solo hicieron falta dos días para que la resaca emocional, que pecaba de mejor amiga, aflorase por todos los poros de mi piel y me amenzara- daga en ristre- con quedarse.

Los vi siendo ellos mismos, flotando en el océano de lo sincero y quise declararme habitante de la oquedad que dejaban todas sus carcajadas.

Me vi a mi misma- volviendo a los siete- con mi ilusión y mis zapatos nuevos, muy rojos y brillantes.
Bailé hasta que mis pies dejaron de ser
y pendí mi vida sobre los acordes de un par de canciones alegres.

Me atreví a mover los hilos de alguna que otra alma cercana
para tejer el mejor de los atardeceres sobre aquel verano.

Y no supe.

Ni quise desprenderme de aquellos alientos que me bautizaron con dichosa como segundo nombre.

Sólo fui capaz de agradecer aquel soplo de luz inyectado a manos llenas y desear un pronto reencuentro entre todos mis silencios.

Hace días que el calor se asentó entre estas cuatro paredes y lo único que desprende mi garganta es una mezcla de alaridos incomprensibles.

Y vuelvo a las gracias. Por las partes que les tocaron- y las que tocaron hasta descubrir mi propia melodía.
Y gracias también por la forma tan bonita de cuidar.

A mi no me deben nada;
quererlos, fue la parte fácil del rompecabezas.


miércoles, 17 de julio de 2019

Antihéroes y silencios

He aprendido a enamorarme de los antihéroes- de esos que no van a venderme una sonrisa perfecta que no tienen ni van a llamarme bonita por cómo ven su vida a través de su ombligo.

Porque me enseñaron que los prejuicios y el no ya los tienes
y sé que todo termina siendo bonito depende de los ojos que miren el mundo.

Y los antihéroes te llevan al garito más vetusto que conocen, no por quedar bien, si no porque les gusta el bar de siempre.
Los antihéroes no se visten para impresionarte sino para esconder una mente maravillosa, porque sostienen que eso de que los caballeros las prefieren rubias forma parte de la mitología.

Y te dejan quedarte siempre y cuando disfrutes y te rías.

Al mismo tiempo apuntan alto pero no disparan,  se disponen cautos a planear el próximo asalto
sin haber terminado siquiera el anterior].

Es en la espuma de cerveza donde entra tu defensa hacia las causas perdidas y te enamoras como una tonta de todas las imperfecciones que dicen tener.

Ellos nunca te piden motivos, y te pierden sus excusas.

He aprendido a enamorarme también del silencio- antes, pensaba que creaba la locura y confieso que me dio miedo quedarme a solas con mis pensamientos.
Pero pasan los años y el tiempo ha abierto un tremendo cráter en mis principios.

He aprendido que querer lento, si no hay ruido cerca, es la mayor de las verdades.

Y la última de mi cabeza es una sensación que me marea. Un ruido de fondo molesto, como la interferencia de la radio de un romántico, que la enciende por abrir una ventana al mundo.
A veces siento que maldigo todo lo que toco porque cada vez que las palabras quedan tatuadas sobre el blanco todo se convierte en humo.
Por eso tengo aún historias que guardo en algún rincón de mi cabeza- pero tengo miedo a perderla y que la multitud de sueños que pasea por esta no tenga mayor libertad que la salida de la luna.

Pirata

Sé lo que me hago cuando escribo y te digo que son pocas las personas que han descubierto la amplitud de mi sonrisa.
La misma que descubrieron tus ojos y que tengo que agradecerte.

Soy de las que piensan que la sinceridad en una sonrisa, aunque esta sea desconocida, puede otorgar el pellizco de alegría que mendigan nuestras almas.
Y lo hiciste. Contigo he conseguido sacar de paseo una de las mejores de mi repertorio.
Y has hecho que disfrute de los momentos más maravillosos de un verano que se avecinaba insulso.

Lo sé y lo entiendo. No te pido nada a cambio.
Solo te digo que ni se te ocurra perderlas, ni tu alegría ni a ella.
Ella es bonita a rabiar, te hace mejor persona y estoy segura de que te quiere más de lo que tú llegarás a quererte nunca.

Escribirte para mi tiene el mismo efecto que sobre ti el ron-cola número nueve. Sabes que si fuera el último, el sol ya habría anunciado el nuevo día y que su misión es hacerte de escudero en una guerra interminable por sacar al sentido victorioso de entre tantas de tus locuras.
Pero tú sigues el ritmo de la música, y recuerdas impasible; con demasiada cordura y lucidez sobre la tinta de tus todos tus tatuajes.

El sabor dulce consigue obnubilar tu alma y dejarte creer que mientras quede aún un único hielo flotando sobre el elixir pirata todo estará bien.

Pero desgraciadamente, nada cambia.
Y todo lo que le sucede a la salida del sol es una resaca con el olor de su pelo, que tu has aprendido a capear como un campeón.

Así que déjame decirte que no, que escribirte sin decirte las verdades a la clara no sirve sino para comenzar a cicatrizarme el alma.

Pero mientras lo hago, tengo la suerte de poder ser contigo y eso, niño, me encanta.


domingo, 28 de abril de 2019

La primera persona del plural

Todo lo maravilloso que puede albergar una mente también puede llevarlo a la ruina.
Su poder puede hacernos bajar hasta el más profundo de los abismos y querer reducir nuestra vida a cenizas.


Y lo que más miedo da es que basta un solo click de nuestra cabeza para que la bomba estalle.


Nos parece raro,
pensamos que no nos tocará nunca.
Que la gente está mal de la cabeza y que la nuestra va sobre ruedas. - Nos escondemos bajo un estándar llamándonos normales
cuando no sabemos quién define los límites de la normalidad.


Todo esto sucede hasta el momento en que comienza a llover.


Entonces nos preguntamos si tenemos algo que ver con las máquinas porque el engranaje de nuestras ideas se ralentiza y solo escuchamos el petricor y el rechinar de nuestra disfunción.


No sabemos cuándo empezó todo, ni si nos habíamos mojado antes sin que pasara nada.
Sólo nos damos cuenta de que imperan nuestras ganas de lucha y no podemos:

se nos queda grande por tamaño e importancia eso de declararle la guerra al tiempo.


Y solo nos queda, arrugado en un bolsillo, el deseo ferviente de la escampada del cielo.
Las pesadillas se vuelven rutina, las ganas se declaran en peligro de extinción

y da igual en qué día creas vivir-si cuando miras al calendario
te bailan las letras.

La lluvia continúa: termina de lavar los restos de felicidad que descansaban en nuestras mejillas y de despegar las pegatinas-sonrisa que decoraban nuestros labios.

Nos resignamos a pensar que todo pueda acabar aquí, que no somos más que una broma macabra del destino y que por muy pequeños que seamos no se nos permite soñar en grande.
Sumidas en la desidia, en las náuseas vespertinas de un mundo gris y en todos los charcos que al pisar borran nuestro reflejo, nos paramos en seco.

Intentamos buscar pistas que nos ayuden a entender vuestro comportamiento.


Por qué dijisteis querernos cuando ni tan siquiera leísteis el cuento.
Nos cuesta reconocer que no os necesitamos en nuestra rutina, que el daño ya está hecho y las cicatrices del alma no desaparecen tan fácilmente.


Pero también cuesta olvidar las risas y lanzar al vacío todo lo que fuimos: eso que ahora amenaza con congelarse en formato recuerdo.
Porque si aceptamos que nuestros caminos no volverán a juntarse nos sentiremos vacías, perderemos confianza en nosotras y creeremos no volver a experimentar la alegría.

Marchaos,

ahora que podéis;
ahora, que parece que van a darnos algo de tregua las nubes.


Marchaos lejos, porque querer significa ayudar;
significa estar, respirar con la otra persona y sentirte feliz en todas las acepciones de la palabra.

Hemos perdido la cuenta de cuántos ‘te quiero’ nos habéis robado, de cuántas noches de verano pasamos suspirando por un tiempo vivido que no volverá.

Tantas noches sintiéndonos reinas de mundo y tarima.


Porque nos queríais...o eso solíais decir -pues nos hemos dado cuenta de lo mal que lo habéis hecho.


Perdonadnos si no queremos repetir los mismos errores.


Y adiós:
es la única respuesta que vais a obtener de nosotras.


Estamos ocupadas tratando de recomponer los pedazos de una vida.
Y no os interesa pero, sabemos cómo salir del infierno.

Y no, ya no necesitaremos más vuestra ayuda.

Compostela les baila el agua.