domingo, 8 de diciembre de 2019

Ventana de bar.

Apuro mi copa y veo a una pareja bien parecida. Se quieren. Se les ve en los ojos, en las caricias que van dejando el uno en el otro olvidadas durante el medio minuto que se demoran en cruzar la estancia.
Se sientan en la barra y tras pedir un par de copas al camarero se sumergen en su burbuja.
Los escucho hablar del tiempo, de la lluvia, del gris, del cariño que se tienen. Los escucho hablar de un proyecto de vida en común y me dan cierta envidia porque desprenden toda la seguridad que ando buscando.

Vuelvo a pasear la mirada por la caoba vetusta de la barra y entonces me paro en el joven poeta.
Que no sé quién habrá tenido el arrojo de robarle el corazón pero ahí sigue el. Escondiéndose tras el cuarto whisky, apestando a colonia barata y sangrando a versos con el tormento impreso sobre el rictus.
Los hay que sufren por los demás, que se desviven, que necesitan ser el alguien en la vida de cualquiera para ser feliz. Pero también hay quienes hacen del sufrimiento su cadena perpetua personal.
Yo aún no he decidido a que bando agarrarme.
Luego hay un par de pandillas- o cuadrillas, como diría mi querida pelirroja. Algún habitual de sábado noche con la mesa convalidada. Y unas amigas que si no son de toda la vida, bien lo parecen.
Porque cuchichean jugando a no saberse la vida de los demás. Y luego ríen, como terapia.
Ellas han visto lo putos que pueden ponerse algunos días y decidieron hacerle competencia con algo de carmín sobre los labios.

También he visto una cita a ciegas. Y que me disculpe quien la inventó pero, no soy muy devota de ellas. Creo que se rigen por el principio de forzar la magia, cuando esta debe dejarse correr.
Creo que persiguen conformarse con los restos. Y bastante únicos y extravagantes somos con nuestra persona como para meternos nosotros mismos en el famoso montón del tedio.

Miro al vaso vacío. Creo que necesito otra, pero abrazo a eso de que una retirada a tiempo siempre fue una victoria. Dejo la dolorosa saldada sobre la barra y me despido de Lucas.
Creo que volveré mañana, porque estas cuatro paredes siempre tienen otra historia que contar y yo ando bastante ávida de ellas.

Carolina está en la ciudad de las galerías. Perdiéndose entre la gente. Se deja llevar por el espíritu navideño que desprende la ciudad, pero su cabeza le sobrevuela kilómetros. Esta despidiéndose de Lucas en algún garito de Malasaña.

Louis Garrel 


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