domingo, 8 de diciembre de 2019

Querido Norman, yo ya te conocía

Ya conocí a aquel joven británico en otra vida. Lo juro.
Al encontrarnos ayer con tanto que decir fue como si no hubiese pasado el tiempo. Él hace algunos años que descansa porque sus sueños se hicieron realidad. Coincidíamos en todo porque: él ha conseguido recorrer el mundo; y yo, porque mis sueños están hechos de unas ilusiones preciosas.

Me pidió que fuera paciente, que llegaría el día en que agarrase una mochila y no volviera, porque todo lo que necesito va a mi espalda y hogar será cada nuevo destino sobre el cuaderno.

“Cuando no te queden sueños que cumplir, pequeña, vuela”
Pero claro, quise saber mucho más y vi el mundo desde sus ojos.
Salí de aquella enorme sala de exposiciones fascinada. Porque pensaba en que son pocos los que sepan enseñar al mundo su manera de vivir y hacerse respetar por disfrutarlo todo al máximo.
Él era uno de ellos.
Lástima que llegué tarde y él no estaba allí. Solo su obra. Todos y cada uno de los golpes de pestaña hechos papel, sobre lienzos, en blanco y negro y a todo color.

Pero ahí estaba gran parte de su visión.  Di cuatro vueltas al recinto. Intentando reconocer el patrón, el secreto.
Y creo que iba de elevar a octava maravilla lo cotidiano, de ponerlo al alcance de tus manos y morder la manzana del ansiado paraíso.

Ayer reconocí a un genio, de otra época. Un joven excéntrico que enamoró al mundo con su movimiento y se enamoró para siempre de una de sus musas.
Y qué vértigo tuvo que darle su para siempre a la muerte, porque a ella se la llevó primero. Pero la belleza de Wenda  quedó grabada en los ojos de él.


(Wenda Parkinson, para Vogue por Norman Parkinson)



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