lunes, 3 de septiembre de 2018

Los septiembres siempre sorprenden.

Puede que no sea el día. Que no sea el momento ni vaya a llegar el instante adecuado.
O puede que llegue, te haga mil pedazos y tu sigas como si nada. Sin saber si saliste alguna vez de aquel abrazo.
Septiembre nos acerca algunas estrellas más y nos invita a abrazarnos a nosotros mismos con fuerza.
Fuera, las noches de verano tocaron fondo. Pero esta, tiene algo.

Ya no queda cera por quemar sobre ninguna mecha, ni música como la de antes.
El sol se ha despedido más temprano y las nubes se han empeñado en estropear el poco verano que le queda a nuestros huesos.
Nos da miedo, como cada septiembre, volver a sumergirnos en la rutina.
-Una rutina que al principio atemoriza, luego se vuelve adictiva y al final se abalanza sobre nosotros como si fuéramos el último ser vivo del planeta.-
La noche lleva mucho transcurrido y ella se adentra en la oscuridad de la madrugada como si fuera el mejor de los viajes. Cuenta con una compañía variopinta pero tiene la mirada algo perdida. Él se le acerca y la agarra de la cintura.
Danzan con pasos torpes un par de canciones estridentes. No escuchan a dos que se pelean a voces, tampoco que sus corazones han metido cuarta en la autopista del quizás.
El espacio entre ambos pasa a ser innecesario y saborean la victoria en forma de besos furtivos.
Nadie quiere pensar que es tarde, ni que la canción que está sonando lo hace por cuarta vez.
Nadie ve tampoco a la pareja hablando en idioma beso al final de la barra.
Han dejado de bailar. Se sienten colonos en una tierra que no les prometieron. Salieron a disfrutar y se han encontrado bajo un ron con hielo.
El alba despunta pero a ese bar aún le quedan estrellas, y septiembres y algún que otro culo de botella sobre el que leer entre líneas.
Ella, haciendo alarde de sus cuentos de niña, huye en busca de los amigos que se escaparon minutos antes. Juega a sentirse Cenicienta. Pero no pierde un zapato de tacón, sino unos labios que comenzaron tratándola de usted y han terminado por invitarla a bailar.
No se lleva su nombre pero sí la marca de sus dientes; no se lleva su perfume, pero sí sus ganas.
Y corre calle abajo con el carmín llegándole a los ojos.
Él no va a volver a verla, pero esta noche no va a ser la primera que soñará con tropezársela en el metro. Sabe que es una dama del sur y que su sonrisa estaba acostumbrada a las madrugadas.
Ella se preguntará en algún momento si siempre sabe tan bien sentirse bonita por una noche.