sábado, 29 de febrero de 2020

Guerra a destiempo.

Últimamente he tenido aquellos años más presentes de lo que debería.

Intento imaginar cómo fue vivir a finales del 36, durante un tiempo en que no importaba la sangre y las alegrías escaseaban más que las provisiones.
Un tiempo en que el único crimen y castigo era seguir vivo por unos ideales.
Unos ideales que igual se te olvidaban cuando veías sangrar al vecino de arriba y algo dentro te decía que toda ayuda era poca.

No sé si hubiera sido capaz de elegir bando en una guerra como aquella,
de volverme adulta tan deprisa.
No sé si hubiera sido capaz de pasar de puntillas por una guerra en la que no hubo
ni vencedores ni vencidos.
Fue una guerra que convirtió a las personas en soldados y a los soldados en almas perdidas.

He visto miles de imágenes de aquel entonces en mi afán de coleccionar fotografías antiguas y en ninguna he logrado encontrar la justificación de aquella lucha. He leído palabras de personas rotas que se sintieron traicionadas por el sentimiento de Patria pero que lo guardaron bajo llave para seguir respirando.

Y ahora, tanto tiempo después, siguen doliendo las heridas.
Siguen vivo el recuerdo de lo que entonces fue prohibido y las ganas de quedarse en el lugar de siempre continúan con nosotros.





Hablando de ti al espejo.

No te voy a mentir.
He venido a contarte cómo me va.
Aunque no quieras saberlo y ni siquiera queden restos de mi nombre en tu memoria.

Este año ha sido uno de los más importantes y más bonitos de mi vida.
Establecí prioridades y me siento contenta con lo que hago. Tengo cariño infinito de mi lado y todas las canciones que necesito para continuar mis pasos.

Sigo quedándome con el lado bueno de las cosas, aunque haya días que eso bueno se haga el remolón y no quiera salir de la cama un lunes por la mañana.
Sigo escuchando música de esa que calificabas de funeral porque sentirme rota me hace pensarme viva.
La que tú me enseñaste es el arma para descargar todas las energías negativas que pretenden lloverme.

Sigo diciéndole a todos que no se muerdan las uñas.
Continúo siendo adepta a las madrugadas y acordándome de ti.
Pero ya no es tristeza el sentimiento que envuelve tu recuerdo, ni pena, ni siquiera hastío.
Ahora todo lo que rodea lo poco que me quedé de ti lleva impresa mi sonrisa.
Aunque no sea perfecta, ni reluzca. Aunque a veces esté manchada de lágrimas.
Me siento distinta pero sigo teniendo los mismos cimientos.

Ahora me preocupo algo menos por la gente, y tengo más cuidado a la hora de coger las confianzas.
Continúo vistiéndome de timidez cuando me siento fuera de lugar.
Y no me descubro ante cualquiera.
La inseguridad se ha hecho más pequeña y ya no quiere frecuentar los mismos bares que yo los sábados por la noche.
Ahora me gustan los vermús de los domingos y reír a carcajada limpia.
Pero eso, ya era de antes.
Y hoy en un ataque de estupidez me apetecía hacerte llegar que
contigo fui feliz.

Y que gracias.



La M.O.D.A. siempre fue su salvavidas.


Baila siempre que suena la M.O.D.A.

Escuchaba a David engalanar la poesía y subía siempre a cincuenta el volumen de la minicadena.
No le contó a nadie que aquel joven bajito y desaliñado era su particular grito de libertad,
que todas sus melodías le arañaban las entrañas.

No le ha contado a nadie tampoco que, a veces, acalla a la lluvia con sus versos canallas que no pretenden ni ser ni estar.
Cuatro palabras que bien vestidas invitan a seguir, a saltar, a querer vivir de manera frenética y desenfrenada.
No les ha contado a los de siempre que las heridas, aunque abiertas, sangran un poco menos que antes.
Que el secreto lo guardan las madrugadas no escritas, como la que aún está por suceder.
Que la lluvia sólo moja si uno quiere, porque luego todo termina resbalando y cayendo con el peso de la gravedad.

No les ha contado que esta noche quiere volverse pirata y será el ron el que hable por ella.
Pero sus pasos la llevarán incansables al mismo garito de siempre.
Donde hacen salto temporal y las épocas se mezclan. Donde se habla el idioma de los sueños dormidos.
Donde esperar está sobrevalorado porque si no actúas, pierdes.

Allá donde un par de acordes son motivo de todas las sonrisas y de algún que otro recuerdo borroso.

Ella espera volver a casa siendo su propia heroína del sábado, en un domingo de norte. Con David cantándole al oído y algo de polvo en el corazón.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Que no sirven las excusas cuando hablamos de nosotros.

Me dices que prometes hacer todo lo que necesite con mis manos.
Sin saber que todo acto lleva implícita su consecuencia.
Como aquella vez que prometimos conocernos antes de que se nos consumieran los otoños y las cartas fueron cayendo con un maravilloso efecto dominó.

Me dices eso estando a un par de océanos de mi último suspiro y yo te siento cerca.
Agarrando toda carne viva, estrujando mi pequeño corazón exangüe- al borde de la explosión,
de sentir fuerte y a tientas.
Me lo dices sin saber que lo que quiero hacer con mis manos lleva tu nombre y se viste de tus apellidos. Sabiendo que con esto no se juega si te toca ser del banquillo y no vas a estar cuando suene el fin en el minuto noventa.

Todo lo que quiero hacer con mis manos es evitar que se desmoronen los sueños y viajar.
Viajar al centro de tu cuarto, al soporte de tus esquemas y al estallido de tu risa.
Viajar a toda la música que nos recuerda al otro, e imaginarnos en otra vida que no sea la nuestra.
Hasta que llegue la seguridad y nos arroje al minuto cero.
Entonces nuestros contadores harán de tripas, corazón y se retirarán, a tiempo
de marcarse la mejor de las victorias.

Porque nosotros ya somos.
Pero los atardeceres que nos vemos desde la otra orilla aún no tienen ni la más remota idea.
Somos más relativos que el tiempo que, cuanto más lo ansías, más despacio respira;
y sin embargo, si lo ríes te vuela.

Con mis manos necesito abarcar las tuyas. Sostenerlas fuerte.
Y no se te vaya a ocurrir contradecirme.
Ni murmures un vuelve,
porque estoy aquí y no pienso moverme.
Ni que lo sientes, porque el sentimiento entra dentro de todos nuestros prolegómenos.

Sólo, no me sueltes.
Que no sirven las excusas cuando hablamos de nosotros.



lunes, 3 de febrero de 2020

Lugares a los que regresar siempre

Playa el Palmar- Vejer de la Frontera (Cádiz)
Existen.
Y son parte de la magia de la vida.
Existen lugares a los que regresar siempre, lugares que quitan el sueño y el sentido;
que te regalan grandes instantes y mejores recuerdos.

Cada uno imprime el suyo sobre las retinas y en algún lugar recóndito del hipocampo.
Nos rondan la cabeza cuando hablamos de sensaciones, de dejarnos llevar e impedir que la desidia nos arrolle.

Estoy hablando del lugar donde perderse, desconectar de toda preocupación- que por muy nimia que pueda parecer- se nos hace abismo cuando la conjugamos en primera persona del singular.
Ese lugar en el que acabas de pensar.

Mi pequeño lugar tiene aires de sur y vientos de levante. Dicen que vuelve loco a quien lo vive, y es quizá aquí donde resida la mayor parte de su encanto.
Dicen de él que le sobra guasa y le falta cordura.
Mi pequeño lugar son unos pocos kilómetros de playa y nada más.
De punta a punta. De torre a orilla coronando un sinfín de casas encaladas.
Mi pequeño lugar huele a salitre, y aunque sea pequeño, es el espacio donde más grande he llegado a sentirme.

Han sido muchos los veranos que han sujetado mis risas, por eso será éste, el verano que más voy a extrañarlo.
Fueron muchos los libros que me han volado a páginas con las huellas hundidas sobre granos de arena clara.

Han sido muchas lágrimas que el Santo Lorenzo lanzó desde el cielo de madrugada, esperando cumplir deseos todos los agostos.
Y allí estuvimos nosotros para contarlo.

En esas orillas fue donde me di cuenta de que sufro una relación amor-odio hacia los atardeceres. El peso del amor es mayor, por supuesto.
Vivo enamorada de todos los colores que puedan concentrarse ante mis ojos a orillas de un Atlántico tranquilo.
Vivo enamorada de este sol tan distante como distinto porque me ha dado la clave para llegar a la paz infinita.
El odio viene luego. Cuando ya no quedan luces en el cielo y la tristeza del final del verano se hace palpable y da paso a toda cicatriz.

Venía a recordar este lugar porque hoy el mar del norte apestaba a brisas de verano y yo quise volver. Volver a recordar- de volver a pasarlo por el corazón. Y decirle en la distancia, que me espere.
Que ojalá no tarde mucho en regresar.