sábado, 29 de febrero de 2020

Guerra a destiempo.

Últimamente he tenido aquellos años más presentes de lo que debería.

Intento imaginar cómo fue vivir a finales del 36, durante un tiempo en que no importaba la sangre y las alegrías escaseaban más que las provisiones.
Un tiempo en que el único crimen y castigo era seguir vivo por unos ideales.
Unos ideales que igual se te olvidaban cuando veías sangrar al vecino de arriba y algo dentro te decía que toda ayuda era poca.

No sé si hubiera sido capaz de elegir bando en una guerra como aquella,
de volverme adulta tan deprisa.
No sé si hubiera sido capaz de pasar de puntillas por una guerra en la que no hubo
ni vencedores ni vencidos.
Fue una guerra que convirtió a las personas en soldados y a los soldados en almas perdidas.

He visto miles de imágenes de aquel entonces en mi afán de coleccionar fotografías antiguas y en ninguna he logrado encontrar la justificación de aquella lucha. He leído palabras de personas rotas que se sintieron traicionadas por el sentimiento de Patria pero que lo guardaron bajo llave para seguir respirando.

Y ahora, tanto tiempo después, siguen doliendo las heridas.
Siguen vivo el recuerdo de lo que entonces fue prohibido y las ganas de quedarse en el lugar de siempre continúan con nosotros.





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