lunes, 25 de noviembre de 2013

Frío y fuera nieva.


Uno a uno van quedando en el olvido. Apilados descansan los jerséis en el fondo de un descomunal guardarropa de madera. Son todos distintos. Cada uno una lana, cada cual un recuerdo. Los recuerdos de un invierno demasiado feliz para ser cierto. El invierno en que sólo se preocupaba de ser feliz y el resto no importaba. El invierno de ella, de ellas, de él. El invierno de todos.
Poco importaba que fuera soplara el viento, que los dedos no se sintieran bajo capas y capas de abrigo, que lloviera, que nevara....
Importaba lo de dentro.
Entraban en las estancias, irrumpiendo cual caballos en batalla, siempre riendo. A veces era chocolate lo que esperaba caliente sobre la mesa, otras veces algo con hielo. Pasteles, cariño, amistad, sonrisas. Eran películas los domingos por la tarde acurrucados con una manta, eran tardes de chimeneas y recuerdos inolvidables. Eran llegadas de fiestas, de vestidos largos, guerras de nieve, de pasos parados....
Todo se guardaba en un inmenso armario, todo comprimido, recordando. Quedaban restos de cada caricia en cada gota de perfume, siempre diferente, que aún impregnaba la prenda. Quedaban restos de pegamento de alguna pegatina inocente que le hizo volver a ser niña. Guardaba bajo el séptimo, aquel que le regaló su padre; un pequeño diario que ya rara vez escribía. Bajo el tercero su pequeño cofre de los secretos. Una insignificante caja de madera que contenía dos entradas de cine demasiado arrugadas, un pequeño caramelo y un par de pendientes que nunca se pondría, sus tesoros.

sábado, 23 de noviembre de 2013

La máquina.

Ahí está ella, frente a su copia. No hace más que preguntarse qué fue lo que hizo mal para merecer aquello. Fuera, amanece.
Ahora que se ha parado a pensar se da cuenta de cuanto han cambiado las cosas. La obra se vuelve en contra de su propio creador. No siente, no duele, tampoco llora.
Ella recuerda, una y otra vez. Recuerda aquel día que se quedó de fiesta demasiado tarde, que luego levantó con él por fin a su lado. Aquel fue el día más feliz de su efímera existencia. Efímera, si. Ahora le toca abandonar ese mundo hostil en el que le tocó vivir, decir adiós como otros tantos antes que ella. Dejarlo todo en manos de un puñado de cables perfectamente organizados para cumplir una función.
¿Te imaginas que algún día las máquinas nos reemplazasen? Recuerda la pregunta de él cuando nada tenía sentido, ella dejó pasar sin más la idea.
Ella se toca el pelo nerviosa, su copia le repite.
-¿Cómo te llamas? 
-yo soy tú, tú no existes.
De pronto se le hiela la sangre ¿ella es la copia. No lo entiende. Ella intenta llorar pero no le salen las lágrimas. Se le ocurre una idea. Va a dañarla de alguna forma, va a demostrar que no siente nada y que bajo ningún concepto son la misma persona.
Luego decide que no, ha llegado el momento de probar que ella es ella y que la copia que tiene enfrente no es más que una simple máquina.
Ambas están cansadas, han rememorado durante la noche tantas cosas para probar quien es cada una que ya no saben que hacer.
Por fin Diana decide levantarse. La otra Diana la observa impasible.
-Me llamo Diana, tengo veinte años y estoy enamorada de una de las mejores personas que existen. Nos queremos, estoy viva, nací del amor que se daba una pareja, tengo gente que me aprecia y soy feliz. ¿Quién eres tú?
La copia procesa toda la información. Se satura y ante esta confesión sólo tiene una alternativa.
-me llamo Diana. Cuatro, cinco, uno, uno, siete, tres, ocho, dos, cero, ce. Número de serie.
Es lo único que consigue decir antes de que sus ojos se apaguen por completo.
Diana sonríe pletórica, es ella. Nunca ha habido otra. Por muchas máquinas que haya en el mundo, por muchos avances, nadie desbancará jamás al ser humano. Y de pronto cae en la cuenta de que a ese montón de cables les hace falta algo: el espíritu de lucha, el mido a morir, la superación, el amor. Les hace falta vivir.


jueves, 21 de noviembre de 2013

Tan lento, tan rápido

Por eso. Porque no pensaste que todo iba a acabar tan rápido. Aquel fue el motivo de que no le agarrases la mano lo suficientemente fuerte. De que sus dedos se escaparan de entré los tuyos. Estabas tan ciego que no te diste cuenta de que ella se iba convirtiendo poco a poco en una sombra etérea de tu presente.
Tuviste miedo. Tuviste miedo a perderla, a decirle para siempre, a enamorarte. Quisiste ser por los dos y ella se negó.
Desde la ventana veías caer la lluvia. Una voz profunda salía de aquellos molestos auriculares para adentrarse en tu cabeza. Se fue con el verano, con el sol.
Ahora hace frío, hay demasiado vacío. Una única farola ilumina una calle angosta que aún queda en tu recuerdo. 
Adele. Ella te entiende, ella pasó por lo mismo. No quisieron que fuera de nadie. Sólo que ella sabe que es fuerte, que ya no le harán más daño. Ha sabido seguir adelante. Sabe cuidar su melena rubia como signo de fortaleza, una vez que abre la boca los suspiros se escapan en forma de melodía. Un micrófono permite que su voz llegue más lejos, que la escuche él. Aquel que quiso decirle adiós. 
Simplemente mírala ahora, es feliz.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Estoy aquí, ¿recuerdas? Sonríe.

Seguramente no entiendes el significado de un para siempre. Estoy segura de que nadie es capaz de entender ese periodo de tiempo tan largo ya que nada es al final para siempre. Todo se acaba. Puede acabar bien, puede acabar mal o simplemente acabar, llamemoslo diferencias irreconciliables.
Tú lo sabes, desde que te conocí. Sabes bien que aunque no pueda garantizarte un para siempre te puedo asegurar un todo lo que dure mi vida. Sabes que estoy aquí, allí y donde sea. Sabes que tu eres una de las personas que de la nada has pasado a significar todo en mi vida y de verdad te agradezco todos los buenos momentos, todas y cada una de las sonrisas, todas las veces que sin quererlo te quedaste a mi lado.
Las cosas pasan por algún motivo y todos somos diferentes. Siento en el alma si soy demasiado temperamental, si no tengo paciencia, si enfado a cualquiera, si soy pesada, de nuevo, lo siento.
Pero me gustaría saber los motivos, sabes las explicaciones de este comportamiento que tienes hacia mi. Ya no sé cómo comportarme, si te molesta que hable, que respire, ya no se ni si quiera si te arrepientes de haberme conocido.
Lo único que sé es que odio perder amigos y no me gustaría perderte. ¿Que soy muy gilipollas? Puede. Pero también sé que pocas personas te van a apreciar de la manera que lo hago yo, que cuando me conociste ganaste una amiga para toda la vida y que sí te digo para siempre es para siempre. Porque fuiste una de las pocas que me entendía cuando ni yo supe hacerlo, una de las pocas que secaba lágrimas de niña estúpida y se reía a mi lado. Echo de menos todo eso. ¿Dónde ha quedado?


domingo, 17 de noviembre de 2013

Son sólo dos.

Son unos ojos azules. Azul mar, azul intenso, azul color de cielo.
Ella los mira embelesada. Decían que los ojos son el espejo del alma, si es verdad, el debía tener más de una. Ella recuerda, alguien dijo una vez en un tiempo remoto que el alma tenía tres partes. Ella está de acuerdo, aunque no con la distribución.
Para ella, él es el único cuya alma está dividida en tres.
El alma de ensueño, esa que le hace tocar el cielo. No sabe muy bien donde la tiene pero sabe que su voz tiene algo que ver. Su voz que cuando canta hace que ella se olvide de todo.
El alma de los sobresaltos o de los escalofríos, como le llama ella. Esta se aparece cada vez que él se acerca con sigilo y la abraza, cada vez que sus dedos recorren suavemente los brazos de ella y ella se sobresalta.
Por ultimo, pero no por ello menos importante, el alma. La verdadera esencia. Ella sabe que existe. La ve cada vez que mantiene la mirada, cada vez que el la mira a los ojos. Ve en unas milésimas de segundo todo lo que no es capaz de expresar con los labios, todas las caricias que nunca se han llegado a materializar. Con los ojos, él, se come el mundo. Con los ojos la ama.
W.



viernes, 15 de noviembre de 2013

Unos ojos que te miran a través de la vitrina



¿No son muy jóvenes? ¿Muy niños para el amor? No es algo que sencillamente se les viene grande? Y realmente ¿quién lo sabe?
Los observo risueña, no pueden tener más de una década y allí esta, es peculiar pareja cogidos torpemente por las manos.
Ella se estira la falda, muy limpia, ni una sola arruga la recorre en su superficie. Y es que claro, el atuendo llevaba colgado y preparado una semana bajo la oscuridad de un armario infantil, en el que fuera, sobre la puerta bailaban sus pegatinas.
Él chico, sin saber que decir sigue sumido en sus pensamientos. Siempre ella, por fuera y por dentro. Qué será lo que tendrá que le encanta. Espera haber causado buena impresión ya que sus tres horas encerrado en el cuarto de baño pese a los gritos de su madre instándole tenían un motivo, su cita. Iba a llevarla a su restaurante favorito, ese acristalado en el que el azúcar era un modo de vida. Allí ponían los mejores batidos de la ciudad.
La melena rubia cae sobre los hombros de la chica mientras ella repasa mentalmente como comportarse: piernas cruzadas, por favor y gracias, no reír escandalosamente, contenerse...todos los consejos que vienen en el manual para ser madre que traen los niños bajo el brazo nada más nacer.
De pronto la tele sobre uno de los estantes del establecimiento se enciende. Noticias. Muertes, tristezas, penas. Hoy, como tantos otros días en los que se ha convertido el mundo no dan ni una sola noticia que sea capaz de sacar una sonrisa. Aunque sus manos siguen entrelazadas.
Veo que observan atentos el televisor y después se miran. El chico se acerca a la barra como puede y de puntillas intenta llamar al camarero lo más alto posible.
Veo que se sienta de nuevo y al cabo de un rato llega un joven de veinte años de uniforme a dejar dos espumosos batidos sobre la mesa.
Comienzan a beber con ganas, ganas de vivir, de reír, de disfrutar de los momentos. De repente vuelven a ser ellos, ya no hay reglas, no hay normas.
Las risas de los dos chiquillos se escucha por encima de las noticias, la sonrisa se contagia hasta llegar a mi. Yo que los contemplo desde el otro lado de la vitrina, pegó lo más que puedo mis manos al cristal. Envidia sana. Imagino que es lo que siento por dentro al ver que aún quedan motivos para aprovechar los infinitos segundos que vivimos cada día, cada hora, cada momento.
Un batido de chocolate, una película que mi mente tiende a reproducir y aquellos dos niños a los que no se sí tendré el placer de volver a ver en esta vida son mi motivo de hoy, para seguir. ¿Y el tuyo?

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sexto sentido

Cuando una chica sabe, es porque verdaderamente tiene certeza, aún sin pruebas de lo que esta diciendo. Es algo que lleva dentro. Es como un solucionario que nos da las respuesta parcialmente a problemas que ni siquiera son de nuestra incumbencia, o si.
Ella con sólo leer dos palabras ya sabía que su corazón, el de el era de otra. Ya sabía que la merecía y que el cariño profesado era mutuo por eso muchas veces, al darle vueltas a las cosas nos cuestionamos eso de qué es mejor, si darle la mano a la realidad o vivir en nuestra ignorancia.
Ella lo supo entonces, y lo sabe ahora. Ella que se muere por dentro y sólo sabe soltar fuera palabras hostiles contra los que le rodean. Ella tan inocente con un mundo demasiado grande que se viene encima.
Ella no quería llorar, pero es tan difícil, quería seguirle, al fin del mundo, quería ser ella.
Demasiados convencionalismos, demasiadas buenas maneras, estaba harta.
Harta de echar de  menos a alguien que no la correspondía, harta del mundo, de que le faltasen besos, harta de estar tan lejos. Sólo la comprendía la distancia, sólo le quedaba el recuerdo.
Él, aún así, la pensaba. La echaba de menos. Cómo aquella niña con ojos tan maravillosos no estaba a su lado. No había nadie más, sólo ella. Aunque ella suspirase por otro, aunque faltasen motivos y los kilómetros los separasen, él seguía allí. La misma noche, la misma calle, el mismo centro, esperaba verla pronto y de hecho no faltaba tanto. Se había decepcionado tanto cuando supo que las últimas brisas de verano no la llevarían de vuelta. Sin embargo, tenía la certeza de que ahora, al haber llegado el frío,  al congelarse los rescoldos de cada florido balcón y elevarse aquella hermosa serranía contra las inclemencias del tiempo, ella volvería. 





Vuelve, por favor

Cuando ya había recogido hasta el último de los pedazos, cuando todo quedo limpio, sólo entonces se secó las manos. Aquel vaso y su corazón tenían tanto en común... La luna la arropaba desde el cielo y ella se negaba a crecer sin darse cuenta de que era demasiado tarde.
Se frotó las manos con cuidado, le dolían. Cristales hechos añicos y un corazón destrozado no eran buena compañía.
Hoy era uno de esos días en los que no quería alejarse del mundo, pero lo necesitaba. Necesitaba que él viniera con su sonrisa y le plantase un cálido abrazo, le apetecía volver a su rutina, a la de los dos. Esa que incluía las interminables madrugadas repletas de risas, esas ganas de no querer despegarse de un estúpido teléfono, esas noches de quedarse dormida esperando una respuesta. Una respuesta que llegaba la mañana siguiente, dos o tres palabras que la hacían estar feliz sin motivo. Cómo echaba de menos aquellos días, aquellas noches, aquellos sueños que debían cumplir juntos y qué fácil había pasado.
Poco quedaba de aquello, el tiempo había hecho que aquella amistad se volviera más fuerte, un cariño muy grande y tantas bromas por el camino pero ambos habían crecido.





domingo, 3 de noviembre de 2013

No es mentira en realidad

 Y porque ya no sé lo que es verdad, y es mentira. Porque hace tiempo que dejaron de dolerme las heridas y el corazón sin estar sano, aún respira.
No hubo tinta, ni paño que secase lágrimas. Hubo marca, sin cicatriz. Todo se borró, se borraba entonces aunque no por culpa del agua. No estaba hecho para ella, no marcaba. La vida.
Encontré en el desván bajo la noche alumbrada unos cuantos escritos. Qué escritos, sin una palabra. Sueños, pensamientos de madrugada.
Pero hace tiempo que ya no están, que las palabras mataron al sentimiento, obviaron a los recuerdos y no dejaron vivir más.
Era lápiz, eran papeles blancos, con blancura de espuma.
Escuchaba los susurros de las olas a lo lejos, escuchaba su voz en el viento.
Y se preguntaba, ¿por qué pasaba el tiempo? ¿Por qué no congelarlo? Tan tiempo...
Vislumbraba tan cosas, tanta belleza en tan poco tiempo, tanta alegría, tanto cariño que no sabía que era lo cierto.
Esta oscuro y hace frío pero no por eso miento. Las palabras verdaderamente no están borradas, ni se fueron lejos. Siguen aquí, en mi cabeza. Las sostengo en un suspiro, no dejo que todo sea un cuento.