martes, 8 de diciembre de 2020

Con espinas

 Madrugada de vueltas entre las sábanas y no sabe por cuánto tiempo podrá retener el sentimiento del pecho.

Boca arriba, mirando a la luna, y sorteando todos los vaivenes de su cabeza; se da cuenta de que lleva clavada una espina. Y esta siempre estuvo ahí pero nunca antes había sido capaz de destapar la tapadera de sus sueños.

Por eso no acaba de entender la desazón. Ni el ritmo frenético de sus latidos. Les pide calma, y el silencio más absoluto. Quiere que le dejen dormir porque se le ha hecho tarde, y sino mañana no será persona.

Es una mezcla entre lo que le ordena la cabeza y los gritos de su corazón. Pensaba que se le había terminado la tontería pero, una vez más salen a flote los sentimientos.

Y esto le hace pensarse equivocada. Dónde está el límite entre querer y poder, y hasta dónde puede llegar para conseguirlo.

Solo sabe que le da miedo la idea de perderlo todo.

Ya luego ignora si debería ser sincera para consigo y vomitar el quemazón que lleva tiempo guardando; o es preferible agarrarse al clavo ardiendo que deja su cabeza, sostener un pulso con la impertérrita rutina para dejar las cosas como están.

Y el lío continúa enrollando los hilos entre sus ideas. A la brújula le faltan los polos y le sobran opciones de orientación.

Ninguna de las opciones le seduce lo más mínimo.

La primera llevaría implícita otra estúpida despedida.

La segunda; la vida pasaría tranquila, pero ella sería menos fiel a si misma.

Algo estaría cortándole las alas.












Playa de las Catedrales

jueves, 26 de noviembre de 2020

Balanza

Decidí perder la cuenta en el error veintisiete.
Perdí las ganas, el control.
Perdí los papeles.
Me perdí noches de las que no acaban
por ganar a manos llenas una única cosa:
tiempo.

Perdí la noción del mismo, el último tren.
Perdí hasta la carta en la que ponía cómo continuar
con este desastre de vida.

Me perdí aquel cine de verano y la fiesta del otoño siguiente.
Perdí tanto por el camino que, incluso la vergüenza
quiso perder las formas conmigo.

Pero gané.
Gané momentos, potencial y sueños.
Gané verte amanecer con aroma a salitre.
Gané domingos de no salir de entre las sábanas
porque faltaban horas de reloj que compartirte.

Gané seguridad, constancia y a confiar algo más en mi criterio.

Pero era algo que ya sabía cuando te elegí.

Contigo siempre gano.




















Tango

lunes, 9 de noviembre de 2020

Malacostumbrada

 La tenía malacostumbrada.

Le gustaba eso de desaparecer y no decirle ni cómo ni cuándo regresaría, tras un día de cariño infinito.

Dejaba pasar los días sin que llovieran las noticias.                                                                                      En el frente-solía decirse- no había tiempo para el amor y la guerra a la vez.

Pero luego, en sus horas bajas sus ojos eran enteros de ella. Le sonaba el eco de su risa en la cabeza desde algún verano perdido. Añoraba verla dormir y aún más sus abrazos inabarcables. No acababa de entender cómo una persona tan pequeña podía albergar algo tan inmenso en su interior.

No le había contado que se sujetaba el pecho al verla marchar cada septiembre. De modo que cuando le tocó huir a él se envolvió en el silencio y se abrazó a la nada.

Seguía escribiéndole cada madrugada. Tatuaba miles de misivas con sentimentalismos de los que luego se arrepentía. Cartas que terminaban en la hoguera y que volvía a escribir cuando sólo quedaban rescoldos.

Así ella aprendió a olvidar. A olvidar los abrazos, los veranos, las caricias. Aprendió a olvidar que sabía querer, y que era capaz de quererse.

Y él olvidó dejar de quererla.


Normal People- Paul Mescal, Daisy Edgar-Jones


martes, 27 de octubre de 2020

La city

 De pronto, martes tonto, me entraron unas ganas locas de enseñarte todo lo que conozco de la city. Solamente por darme el lujo de que mi cabeza vuele lejos de entre estas cuatro pareces.Suenan JP Saxe y Julia Michaels y se me derrite un poco más el alma.

Me entran ganas de viajar contigo, de jugar a redescubrirlo todo. Siempre dije de ella que no me gustaban sus prisas; y es cierto que no la veo como el mejor rincón para proponerse echar raíces. El ritmo frenético de su vida no es una cualidad que me tenga enamorada.

Pero luego pienso en la cantidad de tiempo que llevo sin viajar- más aún si ese tiempo pertenece al compartido con tus carcajadas; y Londres se me antoja la parada de metro perfecta para volver a retomarlo todo por donde lo dejamos.

Miles de kilómetros para reabrir cajones de sensaciones, y discernir entre las minucias y lo verdaderamente importante.

Creo que te alucinarían los alrededores de Piccadilly, que nos reiríamos mucho cuando no pudieras practicar tu perfecto inglés por ninguna calle de Candem. Y que acabaríamos las rutas con los pies helados y desechos en algún café del centro- aún así tu café doble con hielo, llevándose a matar con mi chocolate caliente.

Sería otra sucesión de recuerdos para la colección. Y tú te dejarías hacer, como siempre que me toca hacerte compañía a regañadientes.

Soy consciente también de que toda esta sarta de sueños termina justo en el borde de mi cabeza. Que tengo tu recuerdo, un par de canciones y todos los deseos pechados.

Ellos no les tienen miedo a nada. Soy yo, la dueña de ese miedo.

Pero los he enseñado bien. Y saben que si salen todo se termina.


Notting Hill, Junio 2016


jueves, 22 de octubre de 2020

Propio

 No eres buen tipo. Eres mejor.

Intentas engañar a todas las vidas que se te cruzan con eso del todo me da igual y algo de hastío. A mi misma, estuviste a punto de convencerme cuando aquella madrugada casi rozamos el suelo a golpe de ron con hielo.

Algunas noches quieres sentirte pirata, aunque todo acaba en naufragio- contigo encerrado en tu habitación derramando tinta negra para hacerte trizas el corazón. A veces se te escapa que siempre fuiste de hoja caduca, justo antes de desaparecer.

Sangras por todas y cada una de las heridas de aquellas nadies que se agarraron a tus días. Dices que son nadies porque se marchan cada diciembre como augurio del frío que no termina de nevar sobre el invierno. Por eso, y porque no sabes cómo gestionar las ganas, el llanto y los pedazos del alma rota.

Si no te conociera como lo hago, te pensaría hipócrita. Te creería el más ególatra de toda Malasaña. Sería reacia a compartir contigo una o dos noches por la capital.

Pero luego sales. De todo.

De casa, de alma, de sueños.

Sales hasta de las heridas.

Te queda tan bien eso de hacer leña del árbol caído que ya vas camino de terminar el bosque.

Luego sonríes. Porque recuerdas que aún queda tinta. Porque te encanta el jodido invierno. Y porque sabes poner la mano en el fuego por todos los que han decidido quedarse. Antes incluso de que ellos te lo digan.

Qué le hacemos si siempre fuiste de magia negra y anticipación.

Se le escapan las luces a Madrid.

a P. Gracias por la inspiración. Te debo un par de cervezas por las licencias.

viernes, 2 de octubre de 2020

Luscofusco

 La última vez que nos vimos me dijiste que los bombones se derretían al sol.

Fue como si hubiesen salido los únicos rayos del norte para dejarte soltar aquella frase. No me di por aludida, por supuesto. Pero me hizo gracia que no hubiera nadie más que yo a quien referirte.

La última vez que te vi, te habías dejado la prisa aparcada en doble fila, junto con las nubes de la tormenta de la tarde anterior. Y la sonrisa se te escapaba por los dos lados de la cara.

Recuerdo que también te pisabas las ojeras, pero dijiste que a quién le hacían falta horas de sueño teniendo un día como aquel.

Tú y tus retóricas.-Confieso que las extraño

Nos pasamos dos o tres horas contándonos la vida a verso y prosa frente al oleaje, que no le hacía justicia a toda la paz que me transmitías.

Luego nos dijimos adiós sin fecha ni ganas; sin tan siquiera saber si volveríamos a coincidir pero siendo conscientes de que apostar con el destino siempre fue un juego de azar para el que ninguno de los dos nacimos preparados.


A P. por las ilusiones.








Elliot Erwitt


sábado, 19 de septiembre de 2020

Cadaqués

No me importó no estar entonces.
Supuse que todo debía ser así, como cuando no nos conocíamos.
Y no sabíamos lo bien que funcionábamos juntos.

No me importó que las primeras veces no fuesen conmigo,
ni que las carreteras por las que decidimos movernos fueran de doble sentido.
No me importó escucharte soñar a grito pelado.
Ni levantarte a regañadientes para no perdernos ni uno de los amaneceres que, en secreto, nos compartimos.

Recuerdo que me dejaste elegir la música.
Te encantaba hacerte el concentrado cuando conducías y yo prefería no prestarte atención.

Escuchábamos un disco viejo de Kings of Leon y tú me dijiste de parar. 
Compramos un par de helados en un puesto del pueblo y me llevaste a ver el mar. 
Dijiste que querías que tocara para ti. No te importaron mis amenazas de lluvia inminente y tropical.

Yo no canto. Te dije. Y tu te reíste y me confesaste que tú, menos; y que además me habías escuchado cantar, que no lo hacía tan mal.
Te llevaste el bolo con el solsticio, y unas cuantas de mis sonrisas.

Recuerdo que te pusiste metafísico.
Dijiste que querías muchas cosas pero que cuando me veías se te pasaba. Como si yo tuviera el poder de desplazar de ti toda querencia y dejarte desnudo de miedos e incertidumbres.
Me gustó como sonó aquello desde tu boca, para qué mentir.

Me gustó tanto que no he sabido diferenciar desde entonces si este tira y afloja tiene salida o tan siquiera significado.



Los septiembres

Siempre digo que si cuando apareces para contarlo.
Y deshago las manecillas de reloj para que deje de correr el tiempo.

Hay días en los que sabes perfectamente en qué momento parar y venir a por mi.
Creo que te llama mi subconsciente.
También me gusta esto porque siento que puedo con todo.
Y así ha sido siempre que me miro desde tus ojos.

Adoro hasta tus resacas.
Y las veces que si, que te quedas.
Que dices querer quedarte a vivir, a probar, a soñar y a surcar los domingos.
Sobre todo,
eso de los domingos.

Porque siempre he sido de exprimir la vida un poco más los últimos días de la semana pero
ahora; ahora más.
Porque he aprendido el significado de mucho de lo que me rodea este año y has estado muy cerca de mi para evitar tus grandes males y mis mejores remedios.

Por eso y por todas las cosas que ni siquiera deben ser nombradas, vuela a perseguir tus sueños.
Te espero a la vuelta de la esquina.
















(Centro de Arte contemporáneo Santiago de Compostela- Abril 2017)

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Apnea

Vengo a decir que a efectos prácticos sé que mi corazón seguirá latiendo.

Es como una máquina. Si todos los engranajes funcionan, ¿por qué no continuar?

En el campo metafísico ya es otra historia.

Nadie ha muerto de mal de amores. Al menos no de manera directa.

De amores se sufre, se calla y se respira. Pero no se nos terminan la existencias.

Puede que el fin de esas vidas resida en la consecuencia del desgarro o como viaducto para arrancar la pena y la desazón que queda cobijada dentro.

El vacío existencial. Tan profundo.

Somos perfectamente capaces de existir sin una vida a nuestro lado (una ajena, quiero decir).

Pero sucede que no nos da la gana.

Que hace eones que nos dimos cuenta de que compartir nos hace sentir vivos. Y equilibrar todos los demonios de nuestra cabeza con el sonido de otra risa, nos ayuda a dormir en paz.

Por este motivo somos de esos que se amarran a una vida y eligen coexistir con ella. Creo que es por el mismo motivo por el que nos amedrenta el silencio más absoluto.

Tememos parar nuestra respiración sin imprimir la última huella sobre el suelo que pisamos; y a menudo, asociamos esa felicidad compartida a un estancamiento en el tiempo.

O al menos, a una medida paliativa para evitar pensar que éste pasa irremediablemente.

Y nosotros nunca volvemos atrás.



lunes, 31 de agosto de 2020

Punto y coma

 Al mirarte,                                                                                                                                                       a cada instante- duele todo lo que callas.

Mueves los dedos, como dejando que la vida se escape entre sus rendijas.                                                      No obedeces a localización ni retiro alguno.                                                                                                    Dices que es hora de flexionar los miedos y extiendes un mapa que sacaste de ninguna parte.

Y me dices que no es cierto. Que no sé conjugar mis verbos contigo.                                                        Que el lejano Oriente no confunde, que no son adecuadas mis razones cuando las dejo en simples pestañeos. Y que tampoco comprendes mis besos a medias.

[Y yo me pregunto quién demonios te cedió la vela para enterrarme viva].

Para devolverme todas las historias en forma de risa y despertar de una vez por todas- en Glasgow, y contigo.



domingo, 23 de agosto de 2020

Intimidad

 

Creo firmemente en eso de sentir. Y de poder compartir esos sentimientos.

Hay quienes lo ven absurdo, una nimiedad. O piensan que no es importante, que hay temas que ocupan más relevancia en el ranking de la preocupación mundial.

Con esto no intento quitar importancia a la información que nos llega de manera masiva desde todos los puntos del planeta.

A veces me da por pensar que la vida sería un poco más sencilla si no hubiéramos avanzado tanto tecnológicamente hablando. Si no estuviese estipulado el tener que cumplir con unos estándares o tener que demostrar según que cosas.

Al margen de que cada uno tenga sus preocupaciones para con la vida y la sociedad, creo que primero debemos cuidar de nosotros mismos. Aprender a parar, a querernos. Descubrir por qué si y por qué no. Eso de la búsqueda de la felicidad siempre ha sido una meta nuestra, aunque no se diga en voz alta por miedo a destruir lo etéreo de ese sentimiento. 

En este propósito me encontraba durante mi semana de vacaciones dentro de un verano pandémico, cuando tropecé con Sally Rooney.

Y al terminar, con Paul y Daisy desempolvando a Connell y Marianne.

Durante este tiempo he podido destapar mi parte más vulnerable reflejada en las palabras de Sally, la cual, a mi parecer, le ha sacado punta a “la normalidad” y nos ha regalado la intimidad en la más pura de sus formas. Ha tocado preocupaciones que muchas veces nos sentimos reacios a exteriorizar creo que para que le perdamos el miedo. Para que no nos avergoncemos de ser quienes somos y de la manera en la que nos da por respirar.

Soy consciente que hay muchas vidas detrás de la adaptación de la novela de Sally a la pequeña pantalla, mucho trabajo, mucha ilusión y muchas horas dentro de ese “Normal People”. Pero al fin y al cabo nosotros a quienes nos encontramos son a Paul y Daisy metiéndose en la piel de Connell y Marianne.

Y vaya vuelco le han pegado a mi alma en poco menos de una semana. Para que quiera quedarme a vivir en cada confesión y cada decisión y cada roce de mejilla.

Me encanta ver crecer vidas de manera tan explicita y creo esta historia con todas sus heridas es una de esas de las que merece la pena pero,

más las alegrías.

Daisy y Paul. Contados por Sally Rooney.


jueves, 13 de agosto de 2020

Retales.

He descubierto que no me gusta que me pregunten.
Me refiero a que interrumpan un sentimiento con esa dichosa pregunta.

Igual es necesario en la mayoría de los casos la aceptación de ciertas premisas antes de actuar, pero yo no funciono así.
Y menos cuando hay un acuerdo por ambas partes.

Creo que hay situaciones en las que las preguntas y los comentarios- como si fuéramos locutores de radio- están de más, me explico, los momentos piel por ejemplo.

Es un hecho eso de que el contacto con la piel de terceros produce algún efecto sobre nosotros. Puede ser positivo, si disfrutamos con esa invasión del espacio personal; neutro, si las caricias o quien las profesa no nos despiertan ni la más mínima sensación; o negativo, si esa caricia, ese agarre, ese tacto ajeno nos hace pequeños, y nos insta a correr en dirección contraria a la piel.

En estas situaciones, como decía, los comentarios, los apuntes, el querer ponerle voz a todo lo que estamos sintiendo, a mi parecer, están de más: Estropea el momento, y lo que antes te parecía un experimento en la búsqueda del placer te hace bajar hasta el más rudo de los suelos y que tu mente vuelva a ser pragmática y hermética.

Por eso pienso que debemos entrenar. Entrenar el arte de tocar, de acariciar, de observar lo que somos capaces de provocar en el otro sin tener miedo a equivocarnos, pero asegurarnos de que esa necesidad de caricia es mutua sin exigir un porqué.

Puede que no todos gocemos de la misma sensibilidad. O a unos nos cueste más que a otros darnos cuenta de lo que sucede.
Es aquí, cuando algo no concuerda; cuando entra la voz a escena. Para marcar el paso, el ritmo y el permiso.

Mientras tanto, creo que somos conscientes de cuando nos gusta algo, y la manera que tenemos de expresarlo nos define en cierta medida.
Podemos ser más o menos partidarios de definir los sentimientos, los problemas y las causas que nos ponen en el día D y la hora H frente a la otra persona.

Pero hablo de olvidarse de las leyes de la física por un corto espacio de tiempo y apelar a la metafísica; a las sensaciones.

No lo llames, no quieras definirlo.
Siente.

Luego, con todo el sentimiento por la piel ya eres libre de pensar si eres de movimientos repetitivos o si prefieres cerrar la puerta a los problemas.

Permítete el lujo de disfrutar de una caricia. De saber si te lleva a buen puerto.

Esta divagación y el miedo a lo desconocido son los que me han llevado hasta hoy.
No me gusta sentirme vulnerable.
Y hay según que momentos en los que me escondo dentro de un caparazón para evitarlo.
Éste es uno ellos.

Si me profesas cariño y me preguntas si me gusta el ofrecimiento, no voy a responderte.
Fíjate en si se me eriza la piel. Si acelero mi respiración o te beso con más ganas.

Solo quería que lo supieras. Para que no cupiese lugar a dudas.

Si te respondo es porque lo he pensado- y mucho- después de sentir.
Así que, si es así quédate a dormir.

Metamorfosis

No todos los presos tenemos prisa.
Ni ansiamos la libertad fingida que solo rozamos en sueños.

No todas las ventanas reposan sobre cornisas, con las que decorar a flores todos los abriles.
Se nos escapa el verano y ni siquiera hemos podido querer a manos llenas.

Y en este agosto atípico vengo a recordarte por qué voy a quedarme siempre:
Una mañana viniste a decirme que a cabeza no te ganaba nadie.
Que los lamentos habían dejado de ser el padrenuestro y que era hora de aprender de las caídas.
También me dijiste que gracias por la confianza.

Y que te permitiera equivocarte.

Y de un tiempo a esta parte tenemos el resultado.
Vemos cerca de metro noventa de seguridad y cariño acorazado.
Cerca de metro noventa de dudas disipadas y de esfuerzo sobrehumano.
Porque ciertamente no sabemos de lo que somos capaces hasta que no cruzamos la línea de meta.

Y tú la cruzaste. Y has arrastrado contigo todos mis miedos.

Has hecho que se evapore el silencio, y que se caiga todo lo voluble que me cubría.
Por eso no me importa luchar con más fuerza ni pelear con más ganas.
Porque te lo debo.

Por cada vez que te quité el sueño, y porque me has regalado los más bonitos que recuerdo.

Por las canciones que sin querer, lo son todo.
Y por el último abrazo.


jueves, 23 de julio de 2020

Pocas palabras en corazones llenos

Miki, no te vayas.
Por favor, no todavía.

No me conoces pero aquí se empeña en patalear a letras otra de tus admiradoras.
Puede que no sean suficientes pero, aquí tengo algunas de las razones por las que deberías quedarte.
Piénsalo y sueña.

No te vayas porque ellos te necesitan. Y ella. Que si, que podrían continuar sus bailes desenfrenados pero la vida se les quedaría corta sin el soporte que tú supones en sus días.
No te vayas, que aún tienes que contarnos el secreto de lo cotidiano por fascículos y esto no ha hecho más que empezar.
Tienes que ver nacer el nuevo libro, y verlo crecer en toda su magnitud del ser.
Ni se te ocurra marcharte porque aún no has terminado de leer las páginas de la vida y te quedan miríadas de historias por tejer en verso.

Podrías pensar, los días de flaqueza, que tú labor la pueden desempeñar otros y que hay mentes más perfectas para el lirismo pero he de decirte que los versos dejan de significar- aún con rima- cuando no se lloran con el corazón.
Y en eso tú eres un experto.

Aguanta.
Porque aunque te guste tomarte la vida a broma, cuando viene dura y fuerte nos tiemblan hasta las pestañas.
Pero esto va de sostenerse durante las sacudidas así que...sigue luchando.

Me consta que disfrutas de la vida pero no te enfades con ella; y agárrate con uñas y dientes que no es el momento del adiós definitivo.

Gracias, una vez más, por sentir tan alto.


jueves, 18 de junio de 2020

El karma juega a tu suerte.

La diferencia entre tú y yo rellena todo este tiempo que llevamos sin mirarnos a los ojos.
Tú exprimes cada segundo de tus días, con billetes de ida sin pretensión de volver; descubriendo un mundo del cual te has enamorado y que se te antoja maravilloso.
Yo espero. Una señal, una llamada, la última carta que dijiste haber echado al buzón.

Y mientras tanto, sonríes porque eres feliz.
Con tu camino y con la simpleza de un recuerdo.

Que si, que es cierto que a ratos todo se hace cuesta arriba,
el karma juega a tu suerte, planea alguna muerte y te coge con la madrugada baja, pero
el tiempo-que todo lo cura- acaba engañando al más vil de los demonios.

La diferencia es que a mi me falta todo ese aliento que a ti te sobra pero, estamos a tantos kilómetros el uno del otro que puede empezar a faltarme el aire antes de que siquiera te plantees regresar.

Que pasan los años y yo continúo tirando del hilo de tu recuerdo a ver si la maldita fortuna nos cruza sin dejarnos pasar de largo.
La diferencia es que nuestros mundos no son tan distintos pero nuestras pisadas se desviaron en paralelo con un golpe de la luna.

Por eso, aunque tú decidas que soy solo humo en tu pasado, o el resto de unos días de verano que regresarán; me he dado cuenta de que no soy capaz de desengancharme de lo ronco de tu risa, ni de las ilusiones que tejí sobre tu piel.

Que siempre vuelves. Siempre tú.

Quizás ahora deba despedirme de tus ojos. Al menos por ahora.
Hasta que reúna la fortaleza y el impulso necesarios para salir a la superficie y respirar.
Hasta que se me pase por la cabeza decirte que puedes contar conmigo todos los septiembres que se te queden colgados.
Hasta que tú vuelvas, a casa.
Y te des cuenta de que siempre he estado aquí y de que no tengo la más mínima intención de marcharme.

a P.

(“HER” - Joaquin Phoenix, Rooney Mara)

lunes, 15 de junio de 2020

Ya mañana veremos cómo enfrentarnos a la vida

No necesitábamos más.
Los tacones que me ponían a tu altura ya descansan sobre la mesa.
Y el maquillaje que pesaba, sobre una toallita en la papelera.

Tú sigues oliendo a ti. Igual que a las once cuando pasaste a buscarme.
Trasteas en el ordenador. Buscas la canción perfecta. Pero no la hay.
Nuestra canción fue elegida hace mucho. Una de esas de las de mucho ruido y pocas nueces.

Y ahora, juntos en mi habitación- solos-, nos planteamos la vida.
Siempre hemos sido de hacernos daño.

Es domingo, de madrugada, de mayo y fuera llueve. El cielo gris no acompaña a nuestro cariño. Pero queremos más. La luna nos ha dado la noche libre. O nosotros a ella.
(Hoy no molestará).

Empieza a sonar Love Yourself. Nos define tan bien. Quién diría que Justin sabría describir nuestras almas.
Te miro respirar. Estás tumbado en la cama y yo en la silla.
Y sin preguntar me tumbo a tu lado.
Te sale abrazarme y me siento en casa.
Tú, como persona, eres hogar;
el mío.

Y me duele tanto tener que reconocerlo, que me escondo en tu pecho.
Porque es el único lugar que no tendrá represalias la mañana de mañana.
Porque estas cosas siempre terminan saliendo mal.

Nos quedamos minuto y medio- segundo arriba, segundo abajo- sin movernos.
Acompasamos nuestra respiración. Y entonces me coges la cara entre las manos.

Llegó la hora.
Quiero que me beses. Y lo haces.
Lento, primero, como pidiendo permiso. Y yo te lo doy, por supuesto.
Luego las ganas nos pueden, y la pasión.
Y nos dejamos llevar.

Uno a uno se separan los botones de tu camisa. Y no sé muy bien cómo, mi vestido termina en el suelo.
Y te paras, me miras y desaparece toda mi vergüenza.

Nunca antes me habían mirado a los ojos de la manera en que tú lo haces, desnudándonos por dentro.
Te dejo hacer y me sumerges en el mundo de tus ideas.

Me pregunto por qué tardaste tanto.

Las madrugadas dan para mucho. Y yo necesitaba esto. Así. Llegar de fiesta y quedarme a vivir en ti.

Ya mañana veremos como enfrentarnos a la vida.
Pero hoy bésame hasta gastarme los labios para decirme todo lo que has callado durante años.

Quiéreme. Con todo.
Haz que me sienta segura y protegida- y que mejor lugar que tus brazos para hacerlo.

(Lilly Collins, Sam Claflin- Love, Rosie) 


miércoles, 27 de mayo de 2020

Polvo obtuso

(The girl from The song)

Que me pregunte por qué miles de noches no viene al cuento.
Pero creo que nunca antes quise darme una respuesta sincera.

Tal vez tenía miedo de lo contundente que presentía la respuesta, quizá era el pellizco de madurez que me faltaba o la falta de atrevimiento. Lo cierto es que si.
Eras todo lo que (me) quedaba y el cúmulo de nubes grises hizo el resto.
Nubes grises en mi cabeza, grietas que le gritaban a mi corazón y porqués que pedían explicaciones demasiado pronto hasta para mi.
Y yo quise volar muy rápido, sin tan siquiera saber cómo batir primero las alas.

Es cierto que me tenía poca confianza y aquel miedo intruso fue carcomiendo todos mis sentimientos hasta reducirlos a un polvo obtuso sobre el aparador que sujetaba nuestra foto.
Tuve miedo a sentir de más y a querer saber, tuve miedo a que las verdades doliesen en exceso y no hubiera marcha atrás.

Pero creo que he superado los miedos de los que te hablo a base de enmiendas, golpes y ganas.
Porque ahora veo tu sonrisa en los ojos de ella y no puedo evitar preguntarme qué fue lo que hice mal y por qué no fui capaz de quererte cómo te merecías.

Pero me encanta verte feliz.

Cuando aún escribías

Hace tiempo que no escribes pero yo te sigo leyendo.
Sigo leyéndote en versos de nadie, en todos los prólogos que tienen por antesala tus locuras.
Sigo leyendo cada carcajada hecha pedazos y todas las veces en que la tristeza llama a tu puerta y tú le abres con tu cara de domingo.
No, que no hace falta que prometas imposibles adornados con tus rimas asonantes ni que intentes descubrir con cuatro frases bien escritas el universo.
No hace falta que pintes con sentimiento desbordante tu propio mundo paralelo, ajeno a que duele y a que te pienso.

Hace tiempo que no escribes y me he propuesto recordarte todo lo bueno que puede regalarte un beso.
Si lo escribes con vocales infinitas puede sostenerte de la más estrepitosa de las caídas y desenterrarte del fango entre el que crees dar bocanadas suicidas.
Un buen beso es aquel capaz de envolver tus heridas y sacar brillo a corazón y alma.
Puede que también te deje tocado, y que hurgue en toda la flota hundida a tus alrededor.
Puede que también te deje taciturno. Y que pienses en cómo sobrevivir siendo tú en tu versión mejorada: La que da los buenos días sin cerveza.

Quería recordarte así, cuando aún escribías y robabas besos.
Cuando hacías lo primero por placer, por verme reír a kilómetros y sentirme algo más cerca. Por mandar al infierno toda forma de cielo cruel y embelesada que no te dejase respirarme.
Por desangrarte de manera ordenada y catártica cada vez que llorabas tinta.
Lo segundo porque decías que ese beso era lo único que eras capaz de robar sin levantar sospechas; después de dejar mi corazón reposando sobre la almohada.
Porque un beso estaba exento de precio-te burlabas- y podías regalarlo sin temor a que estallase otra batalla a guerra ganada.

(Redford y Streisand- The way we were 1973)

jueves, 16 de abril de 2020

Crónica de una cuarentena II

Acaba de terminar “On the Train Ride Home” de los Paper Kites.
Y a mi me ha dado por pensar. Qué raro.
Creo que de momento no hay vuelta a casa. Por ahora.
Hablando de casa como rutina.



El mundo, tal y como lo conocimos, ha dado de manos y ha invertido su razón de ser.

He de decir que a mi, abril es un mes que me tuvo siempre en las nubes, y hoy me ha cogido el día tonto. He dejado de lado mi preciosa concentración y me he encerrado en mi cabeza.
Me ha dado por recopilar imágenes.
He buscado y guardado en una carpeta todos los fotogramas que ponen nombre y apellidos al sentimiento que tengo atravesado en la garganta.


Uno que raspa al hablar, derramador de lágrimas llamadas Judas, que tenían que haber disfrutado su ultima cena.
Es una maraña de palabras preciosas que no cuentan siempre con la connotación positiva que me gusta desprender.

El primero es la impotencia. La sensación de no estar haciendo lo suficiente, de no poder ayudar tanto como me gustaría.
Después le sucede el miedo. A lo desconocido, a la incertidumbre, al que pasará, al estúpido ¿y si…?

Le sigue la desazón por el encierro. La falta de sensación de libertad y la imposición de un confinamiento para alcanzar un bien común que ahora mismo nos viene grande.
La pena por el tiempo que hemos perdido y por todo lo que quedaba por vivir en un futuro que ahora puedo tildar de inoportuno y cuesta arriba.
También puedo distinguir algo de extrañeza.
Algo que me hace acostumbrarme a la nueva rutina pero que necesita gritar alto con mi voz palabras inteligibles para luego romper a reír.

Lo que peor llevo es lo de los abrazos. Siempre me he considerado fiel defensora de estos últimos y está mañana, desayunando, tenía puestas las noticias. 
Un 50% de mí quería dejar de mirarse el ombligo y conectar con el mundo fantasmal en el que intentamos resistir ahora.
Mi otra mitad quería no desayunar sola.



Pero creedme cuando os digo que es la peor idea que pude tener esta mañana. Noticias frescas, como una mala resaca en el día de la marmota.

Hoy la única diferente ha sido que según los expertos puede que el distanciamiento social se prolongue hasta 2022.
Entonces el alma se me ha caído a los pies.
Puede que a veces me guste el melodrama pero... ¿no abrazar a los míos hasta dentro de 600 días?
No sé si me acordaré de como se daba un abrazo si quiera.
Tampoco, si habrá cuerpo que lo aguante.

En contraste con todo esto, cuando ha vuelto mi yo optimista y soñadora me he acordado de lo bueno.
Carolina, ¿qué sacas de toda esa madeja repugnante?
Y han aparecido la alegría, el cariño y la esperanza.


La alegría de ver que , aunque sea a pasos pequeños, vamos progresando como humanidad.
Ya pueden expedir el título de coronados para todos, que no solo existe el rey.
La alegría de ver llegar a mi madre desde la primera línea de batalla cada mediodía intentando luchar por los que necesitan un aliento más.
Ella, que también ha decidido posponer los besos y los abrazos a sus hijos hasta nueva orden.
La alegría de la llamada de mi padre en mitad de la mañana desde el hospital, sin contarme ninguna mala historia, y asegurándome que todo esto pasará.
El cariño, que aunque ahora solo sea telemático, arranca algún que otro vuelco a nuestra maquina de latir.

Y las esperanzas. Las muy hijas de su santísima madre que no desaparecen por muchos palos y piedras que estemos encontrando en el escabroso camino.
Las esperanzas que ponemos cuando hoy dicen que hay más altas y menos muertes.
Las que ponemos en darle brillo al ánimo y sacarlo a rastras del trastero, junto con las acuarelas y la bicicleta estática.
Las esperanzas que, incluso diezmadas, siguen consumiendo la mecha de todos los que aún aplaudimos a las ocho de la tarde desde las ventanas.
La vida que tienen ahora los balcones.
Y los músicos de dormitorio.
La familia- esté lejos o cerca.


 






Ahora suena “Hope there’s someone” de Anthony and The Johnsons.
Y de verdad que, aunque hoy la pesadumbre quiera ganarle a mis ganas, espero que todo esto pase y que cuando volvamos la cabeza solo lo recordemos como una lejana pesadilla que nos sirvió para crecer fuertes y exprimir la vida.




 


viernes, 3 de abril de 2020

What is love- Paco Caballero


Minerva paseaba su vestido rojo por la fiesta.
Y Leo su cerveza.

Lo suyo fue sonrisa a primera vista, y la noche estaba demasiado bonita como para andarse con tonterías.

Pero Minerva aún andaba rondando al amor de su vida.
Y estaba muy lejos de sentirse como una diosa romana.
Tampoco tenían el mismo nombre.
Ella era Lola.

Y Lola todo lo que quería era que Mario volviera a mirarla como en aquella verbena de tantos veranos atrás.
Y volviera a sujetarla por la cintura, sin dejarla dar traspiés.
Y que todas las canciones del mundo les parecieran pocas porque les sorprendiese el amanecer y corrieran hasta la orilla más cercana.

Y Mario, en los ojos de Leo también la quería de vuelta.
Deseaba el regreso del amor desgarrado que la hacía morir de la risa.
Deseaba seguir contando constelaciones en su espalda y que las llamas de una vela fueran suficientes para prender el incendio que traería bajo el brazo toda primavera.

Y se quisieron mucho sintiéndose extraños.
Y luego lloraron por lo que ya nunca volvería.

Volviendo a amanecer con ellos bailando, abrazados.


(Miki Esparbé y Verónica Echegui- Cortometraje What is love)

Solo les queda hora y media para deleitarse con esta maravilla.

Por soñar, que no falte.

A no ser que se me escapen las idas y venidas de esta ruleta rusa.
Hay varias cosas de las que estoy segura.
Y varias, que necesito hacer antes de cerrar los ojos.

Creo que una de ellas es volar.

Y no me malinterpreten.
Que no tengo muy claro si lo digo en modo metáfora o con los tiempos tecnológicos  que corren veré desplegar un par de alas a mi espalda.
Por el momento, es cuestión de imaginar.- que es lo único a lo que aún no le hemos puesto límites.

Creo que también me encantaría empezar desde cero, en un lugar diferente, aunque de revalorizar estamos hartos últimamente.
Crear algo desde los cimientos con la misma ilusión con la que me bebía los cuentos
cuando tenía cinco años.

Estoy segura de qué vidas van a estar aquí cuando el calendario nos propulse hasta el abril de los nuevos años treinta.
Los que van a seguir entrelazando sus dedos con los míos aunque a veces yo luche por romper con todo.

Mientras tanto, en un futuro no muy lejano me encantaría cruzar el océano.
Hay dos sitios al otro lado de él que muero por visitar.
Y oye, yo que siempre me quejo de no tener tiempo ni para respirar, ahora tenemos todo el del mundo, por soñar; que no falte.
Estos dos lugares y yo formaríamos un triángulo que lejos de perfecto, se me antojaría ancestral.

Uno de esos lugares está en mitad de ninguna parte.
Se yergue de la nada una vez al año al norte del desierto de Nevada.

Cogería el primer avión hasta Atlanta que se cruzara ante mis ojos, y al llegar allí un directo a Reno. Con una gran bolsa de viaje, repleta de ganas, ilusión y comida para subsistir durante semana y media en el desierto. Cierto que hay algunos problemas técnicos a solucionar, pero déjenme flotar sobre las nubes.

Llegaría al Burning the Man y me empaparía de todo el polvo y las estrellas que pudiera.
Buscando la canción perfecta, y contemplando de lo que es capaz el ser humano si dejas a su cabezas dando vueltas en medio de ninguna parte.
Mis pies serían incapaces de frenar su baile porque ahí esta el secreto ¿no?

Creo que regresaría puesta de amor hasta las pestañas.
Con algunos sueños de la lista tachados y la sonrisa cubierta de arena y brisa.

(Burning the Man- Black Rock Desert 2017)


Pero nunca arrastraría a alguien como tú hasta Black Rock.
Porque te conozco, y no lo entenderías. Porque eres de los que necesita ver para creer.
Y en eso, conmigo, ya habías perdido.
Porque yo sigo siendo testigo de los imposibles y estoy segura de que hay vida después de la muerte.
Creo que hay alguien ahí arriba que lo orquesta todo porque no me trago que tanta perfección rompiera filas tras la explosión del Big Bang.


El otro lugar al que muero por ir es al fin del mundo- aunque otros lo conocen como Ushuaia.
Que si, que hasta allí el camino sería algo más arduo pero como todo trayecto que te lleva a encontrarte contigo mismo, merecería la pena.

¿Cuánto pagarías por cruzar un océano y acabar donde cielo y tierra se vuelven uno?
Hace ya años que Argentina me susurra al oído que  no puedo perdérmela.

Y en estos días de no saber, desde las cuatro paredes de mi cuarto, no hay nada mejor que un mapa, una caja de chinchetas de colores y el vuelo de la imaginación para estar en el lugar que necesites.
Y en el momento exacto.

Sé que el tango no es una buena banda sonora para entrar muerta de frío en el canal Beagle.
Pero es que a mi Gardel me pellizca el alma, y hoy me apetecía no sentir tanto techo sobre mi cabeza.


(Ushuaia, Argentina)





miércoles, 1 de abril de 2020

Llevas la visión de futuro escrita a boli en la palma de la mano.

Creo que es en la antesala de las hecatombes cuando necesito tenerte conmigo.
Y que vuelvas con tus todo saldrá bien y tus resistiremos aunque no sean más que una excusa barata para no dar rienda suelta a mis miedos inconfesables.

Creo que me acuerdo de ti en esos momentos porque todo lo que me has dado en la vida, desde que te conozco, son alegrías.
Y creo que es un sentimiento bonito para poder atravesar una ilusión nublada a golpe de navaja.

Quizá me hagan falta solamente dos llamadas al año para que puedas dejar más huella en mi que cualquiera en una rutina.
Eres el mejor técnico de un equipo de ilusiones.
El eterno amante de las causas perdidas, y con perdidas ya sabes a que me refiero.
Pegado a su cerveza cada domingo de partido para sufrir llanamente por lo que cree que vale la pena.
Gracias por dejarme ver que se logra todo si se cree en ello.

He venido a decirte que fuiste un antes y después.
Y que, aunque las malas noticias vengan siempre de dos en dos, si quien las porta sabe sanar el alma, seremos inmunes.
Y que es raro el día que descuelgo el teléfono y no te tengo ahí para levantar mi mundo.

Hace mucho que te conozco y puedo decir, sin temor a equivocarme, que eres una de esas personas que cuando miran bonito, hacen pensar.
Pensar en qué he debido hacer bien para cruzarme contigo en el camino.
Pensar si contar contigo, durará hasta que uno de los dos deje de respirar.

Que a ti no te hace falta hacerte una idea de nada, porque la visión de futuro la llevas escrita a boli en la palma de la mano.
Que puede que la pereza te ronde los lunes, pero cuando dan las dos el mundo se te antoja maravilloso.
Que tus planes preferidos son polos opuestos y que siempre tendré un compañero de aventuras con el que chocar contra el muro del andén 9 y 3/4.

Que nunca dejarás de sorprenderme con el desorden milimétrico que guardas en eso que dices llamar cabeza.
Y que para cuando nos volvamos a ver, el mundo nos habrá dado un par de vueltas.

Pero no me importa.

Venía a decirte que te quiero, y mucho.
Y que gracias por estar, siempre, amigo.






lunes, 30 de marzo de 2020

Qué manera tan bonita de romperte.

Me hacen falta exactamente tres notas de aquella canción para traerte de vuelta.
Los vuelos transoceánicos están sobrevalorados, igual que las llamadas de madrugada.

En los tiempos que corren se ha revalorizado el cyberencuentro y yo,
entre el vacío emocional y el poco contacto humano, te extraño más de lo que quiero reconocer.

Lunes de radiocassette y roto por dentro ha sonado veinticuatro veces en lo que va de tarde- algunos dirán que soy masoquista.
Esto que suma un total de sesenta valiosísimos minutos canjeados en la evocación de tus manos tejiendo melodías sobre mi cuerpo.
Desconozco el motivo por el que elegiste una manera tan bonita de romperte, pero aquella fue la banda sonora de nuestra semana grande- la última, antes de desaparecer.

Siempre me preguntaron si tenía algún don extraordinario y a esto no puedo llamarlo don; ni siquiera podría calificarlo exento de ordinariez,
pero si tuviera que decir una cualidad peculiar que me defina es la de traerte de vuelta a golpe de canciones.

Aquel abril te habías dejado el acento colgado en el perchero de la entrada, las gafas sobre el microondas y ahora recuerdo que no terminabas de deshacer el equipaje.
Te gustaba pasear las plantas de los pies desnudas por el parquet y nunca nunca tuviste frío por las noches.
Decías que podríamos durar dos vidas en el norte, que para sur ya nos teníamos a nosotros.
Que el encierro podría sacar nuestra parte más creativa pero tenías miedo a que destapase todos tus demonios y no quedase sitio suficiente bajo la cama.

Las horas pasaban a nuestro antojo y yo me empeñaba en adornarlas con tés de media tarde.
Tú pusiste las cuerdas de mi guitarra a rendirme pleitesía.
Te inventaste aquello de que era tu propia roine de coeurs y me ganabas todas las partidas de parchís a grito de quedate a dormir.
En un sofá de metro y medio: tu metro noventa y yo.

Creo que fue entonces cuando me enamoré de las letras de Tarque, leyéndolas desde tus ojos.

Hay alguien en la radio-que me quiere mal-y debe adorarlo de sobre manera porque basta que sea miércoles, domingo o ambos a la vez, para que aparezca su voz y la fortaleza que creí encontrar en la pérdida desplome mis cimientos.

Las letras de Tarque siempre vuelven a mis oídos teñidas de tu voz.
Los tés siguen adornando mis tardes.
Y aquí estoy, otro año más.

Pero ya no me resultan familiares las cuerdas de mi guitarra.
Ni quedan restos de huellas descalzas sobre el parquet.
Ahora salgo a la calle sin luz y me invade el frío.

Los periódicos de mañana rezarán algo así como que Carolina nunca estuvo en sus cabales.
Tan loca como para partir su corazón con unas gotas de sopa demasiado fría como fue tu recuerdo.

Así que antes de lamentar las heridas de los martes tengo que pedirte algo:
Deja de ser mi antihéroe, porque me estás atrapando otra vez- y ni tú ni yo queremos una mancha negra en una historia que se quedó en borrador.

A pesar de todo, gracias por las formas y maneras.

Gracias por los días que vendrán.


a A., por la inspiración.


domingo, 29 de marzo de 2020

Allí estaba ella.

Como Wendy, dándole a Peter el beso de la despedida
-y llamándolo dedal.
Así fue exactamente como se sintió ella en medio de toda la movida.

Dejando de llamar a las cosas por su nombre y encontrando de todo antes que la salida
de algún tugurio mal avenido donde caerse muerta, y darse por servida.

Fue como si aquel cuento extraño, manido y ultrajado,
como si aquella pesadilla que daba de bruces con una realidad fingida,
fuera con todos menos con ella.

Y que ella se sintiera la excepción de toda regla.

Como si los días previos no fueran sino el entrante de lo que se avecinaba.
Y el ruido del ralentí ayudara a mantener la calma a todo hijo de vecino.

Como si toda la rabia contenida, que callas en un beso, que cambias por cien pesos
y que se pierde en el espeso de tu mirada, saliera a flote
para detonar el caos sobre los semblantes impacientes de todos los que la miran.

Y que el polvo de después, sempiterno, supiera a medio camino.
A medio gas de un sentimiento polvoriento y manido.
A un casi que llega siempre en mitad de la huida hacia ninguna parte.

Las migas se quedaron en la mesa mucho después de las cuatro,
víctimas, testigo y presas de toda fiesta de domingo.
En el fondo del vaso, el agua que fuera el hielo y algo de sueños no servidos dentro de la botella.

Fue como si Cenicienta no terminara de llegar al baile porque se entretuvo con el naranja del cielo.
Como si la siesta de Aurora se postergara durante eones
y las palomas de nuestra querida Blancanieves tuvieran que salir para recordarnos
lo bonito que era estar en las nubes.
Fue como si Bella arrancase las páginas de sus libros favoritos para volverlos eternos.
Porque nunca nadie le explicó las dimensiones de la eternidad.

Como si la noche, tan esperada, nos pillara desprevenidos
en mitad de un huracán de sinceridad y miedo.
Y todo por lo que un día luchamos ahora se tornara volutas de humo sobre el sucio de las ventanas.
Sin hoguera alguna a la que echarle las culpas.

Y allí estaba ella.

Campanilla se secaba las lágrimas, y jugaba a ser de nadie.
Campanilla decía que mañana,
que los domingos eran los días comodín
y que su locura no sabía atender a razones.

Y entre broma y broma, dejaba asomar los sueños que le quedaban para sentirse princesa
y volvía a recomponer su inmenso corazón.

Allí estaba el fuego que la volvió hielo
y dejó las quemaduras para los siguientes capítulos de todos sus desvelos.
Y la luna, que lejos de susurrarle todos los porqué la sumió en un océano de dudas.
Embravecido e incesante.

Pero ella nunca había dejado de quererse -aún más cada domingo.
Y más incluso durante las madrugadas.
Cuando se desvestía de temores y la cabeza la dejaban ser.

Cuando por fin podía volver a volar sin necesitar aquel maldito polvo de hadas.






lunes, 23 de marzo de 2020

Paidós-

Es inevitable que en estos días me acuerde de las personas que me lo han hecho todo más fácil.
Me refiero a este año.

Ha sido un año de cambios, de retos, de resiliencia.
Ha sido uno de los años más bonitos de mi vida.
Y parte de la culpa la tienen las personas.

Todas las vidas con las que coincidí estos últimos meses, tanto queriendo como sin querer.
Sabiendo que pasaban por mis días de manera transitoria pero queriendo llevarme de algunas de ellas, los mejores recuerdos.

No voy a engañaros. Tanto tiempo de encierro da para pensar, y mucho.
Quizá antes se pensaba al mismo nivel, pero al repartir las atenciones entre tanta actividad de rutina no le dábamos la importancia requerida a nuestro mundo interior.
Puede que haya llegado el momento de cuidarlo y darle mimos para conseguir unos frutos maduros y consonantes con lo que somos.

Mientras tanto, hasta que esos frutos aparezcan con los albores de un verano que amenaza con saltar el año, yo me quedo con las gracias.

Las gracias que le di a cada una de esas vidas a las que me refería antes- porque era lo mínimo que podía regalarles antes de cada despedida.

En especial a una de ellas:

Una vida que luchó contra viento y marea durante siete funestas mañanas para que su pasión terminara ocupando un cuarto de mi tiempo. Para que disfrutara y aprendiera a partes equiparables sabiendo que si no existen las respuestas, siempre pueden inventarse.

Gracias por la paciencia, por las ganas incansables y por tu sonrisa- siempre será una de las más sinceras con las que me choqué.
Gracias porque, por personas como tú, el mundo es maravilloso, y brilla, y nos levantamos tras cada caída.
Gracias por enseñarme cuál es el secreto del tesón.
Gracias por poblar mi vida durante siete días de sueños.

Por llegar y aterrizar de manera inverosímil. Creo que debes saber que vas a tener un rincón para siempre en mi memoria y en mi corazón.
Aunque llueva, aunque no existas más que en formato recuerdo. Aunque no volvamos a vernos.
Nunca.

Gracias por existir.



A G., por regalar vida.

Crónica de una cuarentena.

Tras semana y media de encierro, no sé si nos están sirviendo de algo estas medidas de confinamiento sin parangón.
Que estemos tan cerca y a la vez tan sumamente lejos no tengo muy claro si suma, resta o si nos deja en el mismo limbo espacio-temporal a cada uno de nosotros. Al mismo nivel de desesperanza.

Pero hay una cosa clara.
Esto se nos había ido de las manos mucho antes, incluso, de empezar.

No soy de esas que malgaste oportunidades.
De hecho, eso del carpe diem siempre ha sido una de mis máximas favoritas- aunque con algunos matices.
Claro que tienes que vivir el presente, claro que debes aprovechar todo lo que la vida ponga en tu camino; pero siempre sin quitar la vista del horizonte.
Sabiendo que todo empieza pero todo tiene también su ocaso en cada final del día. Y poniendo de tu parte. Remando con fuerza y sin pausa para alcanzar la meta que en su día te propusiste.

Y no hablo de ponernos en manos de un destino caprichoso, ni de anhelar tanto con una fuerza sobrehumana para que lo divino lo deposite a nuestros pies.
Hablo de vida.
De la que se pierde, de la que se gana, de la que se busca.
Hablo de todas las vidas que respiran junto a nosotros, y de las que estamos tomando conciencia de que están.
Quizá llegamos tarde.
Pero mejor tarde que nunca, ¿no creen?

Solamente puedo exponer mi caso. Porque a pesar del aflujo de cariño y nuevas telemáticas estos días, no tengo vísceras ni ganas para poner el futuro de nadie sobre el papel.
Desde mi ventana hace días que no veo amanecer. No sé si se ha apagado la mecha que encendía los días. No sé si se han fundido los plomos del bullicio matinal.

Últimamente ese horizonte está borroso. Velado por una cortina de agua, que ni Dios sabrá de dónde ha salido.
Hemos perdido la línea que une el cielo con el mar y ya no hay sol que corone ese límite.

Durante estos días muchos seguimos llevando ese carpe diem  amarrado al cuello y gritamos que podemos con todo para no ahogarnos con el propio peso de la pena.
Pero, lo cierto es que esta cadena de eslabón megalítico comienza a pesar más que cualquier avistamiento de futuro- por incierto que pudiera parecer.

Estamos atravesando un presente lúgubre e intimista en el que vivimos con miedo a que la tempestad, que nos está sobrevolando las ideas, traiga una tormenta de mayor envergadura.

Y ahí arriba están, espero que descansando, todas las vidas que se ha cobrado la dichosa partícula infinita y omnipresente.

Todos aquellos que, víctimas del sistema, ya no volverán a reír entre nosotros.
A muchos les ha faltado una despedida digna- pero allí estaban los héroes con bata. Para sostener sus manos e intentar no derrumbarse ante tanta ruina.

Ahora entran más rayos del sol por las ventanas que ningún otro marzo. Como si aquellos que ya no están estuvieran urdiendo un plan supremo para que no decaiga el ánimo.

Ahora que el confinamiento es dueño y señor de todas nuestras rutinas, los pulmones de la tierra han comenzado a respirar aire limpio y nosotros, a base de golpes, hemos empezado a entender el valor de un beso.

Nos hemos demostrado que toda locura puede quedar contenida en las cabezas para siempre, pero que si se comparte, pasamos por cuerdos.

Hemos sacado de los cajones todos los recuerdos por temor a que los que estamos construyendo sin darnos cuenta no nos sean suficientes.
Por tener algo que contar cuando todo esto acabe.

Si no fuera por que desde esta ventana, que se ha convertido en guía de todo, observo el vuelo que trajo consigo la primavera, pensaría que alguien nos está gastando una broma de mal gusto y ha pulsado pause mute a la vez para hacer medrar todo nuestro silencio.

Y desconozco si enteros, pero que vamos a salir de esta, lo tenemos todos claro.