jueves, 13 de agosto de 2020

Retales.

He descubierto que no me gusta que me pregunten.
Me refiero a que interrumpan un sentimiento con esa dichosa pregunta.

Igual es necesario en la mayoría de los casos la aceptación de ciertas premisas antes de actuar, pero yo no funciono así.
Y menos cuando hay un acuerdo por ambas partes.

Creo que hay situaciones en las que las preguntas y los comentarios- como si fuéramos locutores de radio- están de más, me explico, los momentos piel por ejemplo.

Es un hecho eso de que el contacto con la piel de terceros produce algún efecto sobre nosotros. Puede ser positivo, si disfrutamos con esa invasión del espacio personal; neutro, si las caricias o quien las profesa no nos despiertan ni la más mínima sensación; o negativo, si esa caricia, ese agarre, ese tacto ajeno nos hace pequeños, y nos insta a correr en dirección contraria a la piel.

En estas situaciones, como decía, los comentarios, los apuntes, el querer ponerle voz a todo lo que estamos sintiendo, a mi parecer, están de más: Estropea el momento, y lo que antes te parecía un experimento en la búsqueda del placer te hace bajar hasta el más rudo de los suelos y que tu mente vuelva a ser pragmática y hermética.

Por eso pienso que debemos entrenar. Entrenar el arte de tocar, de acariciar, de observar lo que somos capaces de provocar en el otro sin tener miedo a equivocarnos, pero asegurarnos de que esa necesidad de caricia es mutua sin exigir un porqué.

Puede que no todos gocemos de la misma sensibilidad. O a unos nos cueste más que a otros darnos cuenta de lo que sucede.
Es aquí, cuando algo no concuerda; cuando entra la voz a escena. Para marcar el paso, el ritmo y el permiso.

Mientras tanto, creo que somos conscientes de cuando nos gusta algo, y la manera que tenemos de expresarlo nos define en cierta medida.
Podemos ser más o menos partidarios de definir los sentimientos, los problemas y las causas que nos ponen en el día D y la hora H frente a la otra persona.

Pero hablo de olvidarse de las leyes de la física por un corto espacio de tiempo y apelar a la metafísica; a las sensaciones.

No lo llames, no quieras definirlo.
Siente.

Luego, con todo el sentimiento por la piel ya eres libre de pensar si eres de movimientos repetitivos o si prefieres cerrar la puerta a los problemas.

Permítete el lujo de disfrutar de una caricia. De saber si te lleva a buen puerto.

Esta divagación y el miedo a lo desconocido son los que me han llevado hasta hoy.
No me gusta sentirme vulnerable.
Y hay según que momentos en los que me escondo dentro de un caparazón para evitarlo.
Éste es uno ellos.

Si me profesas cariño y me preguntas si me gusta el ofrecimiento, no voy a responderte.
Fíjate en si se me eriza la piel. Si acelero mi respiración o te beso con más ganas.

Solo quería que lo supieras. Para que no cupiese lugar a dudas.

Si te respondo es porque lo he pensado- y mucho- después de sentir.
Así que, si es así quédate a dormir.

No hay comentarios: