miércoles, 8 de diciembre de 2021

Latir a la inversa

No me llames para decirme que ya me lo dijiste. Ni que me necesitas. 
Tampoco para contarme que estás con ella, a pesar de todo. Que te hace feliz y ni siquiera sabes el modo. 

Porque fui yo la que te animó a jugar tus cartas.
La idiota que se dedica a ahondar en su propia herida, te saluda.
Era consciente de que conseguirías todo lo que te propusieras y te di el último empujón para que comenzaras a batir las alas.

Y volaste.
Alto, raudo y firme. 
Te agarraste al viento y lo surcaste con lo bravo de las olas del sur cuando comienza un temporal.

Me hiciste reina de mis convicciones.
No permití que vieras el temblor de mis rodillas o que te dieras cuenta de que era a mi a la que arañabas el corazón.
No supe deshacerme sobre mi constante mar de lágrimas y quizá aquel fue mi último problema. Porque después, se sucedieron una a una todas las soluciones.

Y tengo miedo.
Temo volver a caer en la misma trampa; en la broma de siempre.
Me atemoriza el tropiezo con la piedra intrusa y el callejón sin más salida que su entrada.

Porque cuando me quise dar cuenta ya era tarde. Cuando caí en cómo estaba virando el viento, tu risa resonaba dentro de mi cabeza. Y el brillo de mis ojos era capaz de todo menos de perderse.

Estoy capeando la inseguridad. Las ganas de contarte lo bonito de un beso y cuánto necesito que te des la vuelta y te pares a mirarme.
Tengo ganas de no saber medir cuánto me faltas y de no saber precisar desde cuándo no me permito llamar a las mariposas por su maldito nombre.

Lo siento si llegué tarde, o si alguna vez llegué.
Pero necesitaba contarte que viniste para quedarte. 

Perdona por latir a la inversa.
Surcando el cielo,  octubre 2021