domingo, 8 de diciembre de 2019

Los días raros- Vetusta Morla

Primer día del resto de mi vida sin ti.
Me encantaría decirte que solamente escueces.
Como una herida que ha madurado y ha empezado a echar raíces.

Pero dueles. Y no sé si dentro hay sangre porque no he tenido el valor de entrar a comprobarlo.
Sólo sé que derramo pena, y no precisamente de la que mereces.

Me escribo a fuego que no eras tan importante.
Pero no puedo mentirme, no a mi, ni ahora que
la verdad es la única que sale a flote y lo llena todo como la calma que sucede a cualquier tempestad.

No puedo mentirme y decirte que ya estaba todo terminado.
Porque la verdad era que tú ya habías condenado ese nosotros a morir ahogado.
Porque quiero verte y no puedo.
Y no me queda valor ni siquiera para mirarte a los ojos.

¿Sabes? Creí conocerte.
Ahora ya no me queda claro si me quisiste todas las veces,
si buscabas hacerme daño o el daño se dio de bruces contra tu risa.
Tampoco sé si pensaste que las mentiras podía sostener nuestro intrincado castillo de naipes.
O si en alguna ocasión disfrutaste al reírte de mis miedos.

Y lloro.
Lloro porque me enamoré de ti sin darme cuenta,
porque hiciste que volverá a soltar las manos de bordillo. Y me prometiste volver a volar sin alas para luego dejarme caer.

Lloro porque pensaba que todo iba bien y el bien se quedó castigado en casa.
Y no lloro por mi.
Lloro por nosotros.

Porque fuimos, y fuimos de verdad.

Lloro porque hoy me sangras, pero mañana será otro día.
Y espero poder decirte que me acuerdo de lo bueno.

Pero hoy es domingo, y estoy cansada de fingir que todo va bien.
Hoy es el primer día del resto de mi vida sin ti y me niego a pasarlo
contigo- en la cabeza.

Por eso escribo esto, para que se convierta en el adiós que nunca tuvimos.

A M. porque siempre será más fuerte de lo que quiere hacernos creer.


Querido Norman, yo ya te conocía

Ya conocí a aquel joven británico en otra vida. Lo juro.
Al encontrarnos ayer con tanto que decir fue como si no hubiese pasado el tiempo. Él hace algunos años que descansa porque sus sueños se hicieron realidad. Coincidíamos en todo porque: él ha conseguido recorrer el mundo; y yo, porque mis sueños están hechos de unas ilusiones preciosas.

Me pidió que fuera paciente, que llegaría el día en que agarrase una mochila y no volviera, porque todo lo que necesito va a mi espalda y hogar será cada nuevo destino sobre el cuaderno.

“Cuando no te queden sueños que cumplir, pequeña, vuela”
Pero claro, quise saber mucho más y vi el mundo desde sus ojos.
Salí de aquella enorme sala de exposiciones fascinada. Porque pensaba en que son pocos los que sepan enseñar al mundo su manera de vivir y hacerse respetar por disfrutarlo todo al máximo.
Él era uno de ellos.
Lástima que llegué tarde y él no estaba allí. Solo su obra. Todos y cada uno de los golpes de pestaña hechos papel, sobre lienzos, en blanco y negro y a todo color.

Pero ahí estaba gran parte de su visión.  Di cuatro vueltas al recinto. Intentando reconocer el patrón, el secreto.
Y creo que iba de elevar a octava maravilla lo cotidiano, de ponerlo al alcance de tus manos y morder la manzana del ansiado paraíso.

Ayer reconocí a un genio, de otra época. Un joven excéntrico que enamoró al mundo con su movimiento y se enamoró para siempre de una de sus musas.
Y qué vértigo tuvo que darle su para siempre a la muerte, porque a ella se la llevó primero. Pero la belleza de Wenda  quedó grabada en los ojos de él.


(Wenda Parkinson, para Vogue por Norman Parkinson)



Ventana de bar.

Apuro mi copa y veo a una pareja bien parecida. Se quieren. Se les ve en los ojos, en las caricias que van dejando el uno en el otro olvidadas durante el medio minuto que se demoran en cruzar la estancia.
Se sientan en la barra y tras pedir un par de copas al camarero se sumergen en su burbuja.
Los escucho hablar del tiempo, de la lluvia, del gris, del cariño que se tienen. Los escucho hablar de un proyecto de vida en común y me dan cierta envidia porque desprenden toda la seguridad que ando buscando.

Vuelvo a pasear la mirada por la caoba vetusta de la barra y entonces me paro en el joven poeta.
Que no sé quién habrá tenido el arrojo de robarle el corazón pero ahí sigue el. Escondiéndose tras el cuarto whisky, apestando a colonia barata y sangrando a versos con el tormento impreso sobre el rictus.
Los hay que sufren por los demás, que se desviven, que necesitan ser el alguien en la vida de cualquiera para ser feliz. Pero también hay quienes hacen del sufrimiento su cadena perpetua personal.
Yo aún no he decidido a que bando agarrarme.
Luego hay un par de pandillas- o cuadrillas, como diría mi querida pelirroja. Algún habitual de sábado noche con la mesa convalidada. Y unas amigas que si no son de toda la vida, bien lo parecen.
Porque cuchichean jugando a no saberse la vida de los demás. Y luego ríen, como terapia.
Ellas han visto lo putos que pueden ponerse algunos días y decidieron hacerle competencia con algo de carmín sobre los labios.

También he visto una cita a ciegas. Y que me disculpe quien la inventó pero, no soy muy devota de ellas. Creo que se rigen por el principio de forzar la magia, cuando esta debe dejarse correr.
Creo que persiguen conformarse con los restos. Y bastante únicos y extravagantes somos con nuestra persona como para meternos nosotros mismos en el famoso montón del tedio.

Miro al vaso vacío. Creo que necesito otra, pero abrazo a eso de que una retirada a tiempo siempre fue una victoria. Dejo la dolorosa saldada sobre la barra y me despido de Lucas.
Creo que volveré mañana, porque estas cuatro paredes siempre tienen otra historia que contar y yo ando bastante ávida de ellas.

Carolina está en la ciudad de las galerías. Perdiéndose entre la gente. Se deja llevar por el espíritu navideño que desprende la ciudad, pero su cabeza le sobrevuela kilómetros. Esta despidiéndose de Lucas en algún garito de Malasaña.

Louis Garrel