sábado, 23 de noviembre de 2019

La timidez

Minipunto para ella, que amordazó sus ganas para que el joven se le acercara.

Debería dejar de cuestionarse su valía. Dejar de imaginarse para siempres de saliva con cada mirada que se cruzaba en su camino.
Aquella mañana, el hambre le pisaba los talones y, sueño y tedio acariciaban con hastío el dorso de su mano izquierda mientras pasaba el viernes sintiéndose guapa.

Entró en el odioso armazón rojo cuando este frenó en seco, persiguiendo a la rutina.
Y al verlo sentado al fondo no quiso molestar.
Era de las que adoraban los experimentos sociales así que, con la cabeza bailando entre canciones de otra era, se quedó a mitad de camino.

"Si le caigo bien, vendrá." Se dijo.

Entre la mirada curiosa de él y la entrada triunfal de ella,  la joven jugó a atravesar muros de piedra con la vista puesta en el vacío sin atreverse a llamar la atención de él.
Creyó saber retener a su yo impaciente y dar al joven el beneficio de la duda.

Y él viajó hasta estamparse en su sonrisa. Le quitó uno de los auriculares y paró el tiempo en el segundo veintitrés de la canción.
La imagen de los dos sorteando futuro y pasado era cuanto menos pintoresca, pero desprendía algo de ternura y pellizcaba el corazón.

Ella quería agarrarse a la confianza hasta convertirla en abrazo. Quiso que sus sospechas fueran de todo menos infundadas y la timidez se quemara a lo bonzo.

Se despidieron pero se quedaron con la compañía y con las ganas de seguir descubriéndose en los ojos del otro.

(No kiss list)

Recuerdos

Hoy te he recordado.
Y sólo tengo claro que Bukowski vomitó toda la verdad sobre el amor, y Austen encorsetó un corazón para darle forma de mujer.

El primero se arrancó a tiras el hedonismo mientras que la segunda se recreaba en las formas.

Hoy te recordé en la última estrofa de mi canción preferida de Sabina, y en otra canción pueril e inocente que nos hizo bailar tantas noches en la voz de Sr. Trepador.

Abrí por equivocación uno de los múltiples cofres que albergan los recuerdos de una Diógenes empedernida como yo.
Y ahí estaban todos- Confesando tu cariño que ya daba por muerto. Alzando los brazos para acercarme tus caricias:

Aquel búho que cambiamos a un truhán desde un atardecer en Cádiz, cuando creíamos que podíamos atrapar todos los sueños que nos rondaran.
Los restos de los cristales que se rompieron tras nuestros primeros 365, en las voces de cada loco que nos daba por muertos justo antes de empezar.
Algunas de las monedas de los dos viajes que anudamos a nuestra espalda- como secreto de un regreso inminente hasta aquellos lugares que nos vieron ser.

He encontrado restos de pétalos de una camelia seca que recogimos desde el balcón del barrio latino, y un bote de cristal repleto de arena blanca que juro que aún desprende algo de magia de Tulum.

Y he querido regresar. Transportarme a todos los lugares donde supimos querernos bien, con mimo, cuidado y sin celo.
Pero con ganas, y hambrientos de fuego.

Estaban nuestro primeros pasaportes: sellados y garabateados hasta los márgenes- con la fecha de caducidad vencida. Nunca te lo dije, pero el tuyo me lo llevé yo.
Los restos de una pulsera que, pensaste, quedaría bien como promesa en mi muñeca.
Un  par de cartas con manchas de café esparcidas donde nos confesamos en un momento de debilidad todo lo que el orgullo quiso silenciarnos.

Ahora sé que lo hicimos bien.
Que si terminó aquello fue porque los dos estábamos de paso y la vida nos tenía preparada una huida hacia adelante por caminos diferentes.

Quiero que sepas que te quise por encima de todas las cosas y que siempre serás uno de los pequeños imposibles que se hicieron realidad.

Gracias por regalarme ilusiones en forma de besos, abrazos empaquetados y postales desde ninguna parte.




miércoles, 13 de noviembre de 2019

La simpleza de lo complicado

Estoy en ese momento de mi vida, en el que considero que he vivido mucho-aunque (espero) me queden miles de lunas por descubrir.
Ese limbo temporal en el que quieres aspirar alto, y deseas que tu huella no se borre tan fácil del universo.
El mismo en que los sentimientos van cayendo del árbol maduros, y comienzas a hacerte una idea de la persona en la que te has convertido.
Esa de la cual quieres seguir caminando al lado.

Hablo de querer comer mundo sin usar ni los cubiertos, con un miedo que cubre toda cicatriz y dándole la espalda al protocolo.
De ansiar lo imposible y presentarte a filas en la primera línea de guerra indeleble aún sabiendo que llevas más batallas perdidas que libradas.

Hablo de los años, y del paso del tiempo. Que asusta tanto como encandila.
En toda esta maraña de miércoles negro- siempre que es noviembre y dulce- y con la cabeza en toda parte que no sea sobre mi cuerpo he llegado a la conclusión de que llevamos en la condición humana ser tan sencillos como complejos.

Porque nos gusta cumplir metas y objetivos, y saltar obstáculos. Nos encanta que nos digan que no- tal vez para demostrar que somos capaces si vomitamos nuestras ganas y nuestro tesón. Adoramos que no salga a la primera si con ello vamos a disfrutar del camino. Por muchos suspiros, por muchas lágrimas, por muchos días sin dormir que amenacen con quitarnos lo que sentimos como nuestro. Por otros tantos disgustos y defraudes, haciéndonos de menos.
Nuestra parte complicada es la que se lleva a las mil maravillas con el paso del tiempo. Y lo ordena, organiza y coloca todo para que nada nos pille de sorpresa. Para que el ‘in fraganti’ sea sólo una expresión de la lengua del descaro.

Pero también somos sencillos.
Lo somos cuando queremos quedarnos a vivir en un abrazo, o que no se nos acabe un recuerdo. Lo somos cuando asociamos las sonrisas a la felicidad. O cuando el mejor concepto de viernes es ver amanecer desde la ventana. Somos felices cuando una tormenta de verano nos pilla en plena calle o cuando alguien nos hace saber que se acuerda de nosotros.
Somos sencillos porque nos enamora lo sencillo. Porque los detalles, que siempre se tildan de nimiedades, son la marca de diferencia para según que alma rota.

Y esto venía a que fuera es noviembre y este frío hace difícil hasta respirar. Porque lo quise dulce y ha venido con regusto amargo.
El norte no tiene a bien cesar su llanto y se están fundiendo muchas de nuestras bombillas.
Venía a que me siento afortunada porque, aunque siempre se pueda aspirar a más, tengo a personas que si las juntas en secreto puedes crear un universo paralelo.
Venía porque una de esas personas se me aparece en forma de recuerdo. Y la extraño, tal vez en exceso. Y le digo que puede contar conmigo. Y lo sabe y se ríe- a carcajada limpia.
Y está: ‘siempre, cuando y sobre todo’; de la misma manera que clamaba al amor el gran Lucas Masciano.
Porque pienso que la felicidad puede llover, pero si la vida diera media vuelta, la mía llevaría su nombre.
Y sería precioso poder quedarme para verlo.


domingo, 3 de noviembre de 2019

El temporal

Los vimos salir del local de la esquina. Corriendo para no mojarse y esquivando al temporal a golpe de risas.
Los vimos subir a toda prisa hasta el tercero del portal de enfrente.
Luego se iluminó lo que parecía el salón y los vimos comerse a besos.
Bendita locura, el desenfreno de la pasión.

A nosotros, el resto de los mortales, nos tenían que servir la siguiente copa de aguardiente para volver a esconder nuestra pena bajo la alfombra.
A ellos no parecía importarles ni el ruido, ni los mirones de bares como nosotros.
Estaban hechos de otra pasta. De una de realidad moldeada. Sin pelos en la lengua y con fuego en las entrañas.

Salieron al pequeño balcón y compartieron un cigarrillo.
Y yo me quedé embobada en sus siluetas deseando fuerte la fuga de la desidia de todas nuestras vidas.

El humo de aquel cigarrillo cómplice confundió a la lluvia y dejó de empapar sus cabezas.
Y ellos, conscientes del frío helador, juntaron sus cuerpos para volver a ser uno.

Y admiré que los ojos de él coronaran la sonrisa de ella.
Y admiré los dedos de ella recorriendo su cuello, como marcando un territorio conquistado en otra batalla cualquiera.

Luego bajé la cabeza y di el último trago al maldito aguardiente.
Porque era cierto que el amor era una jodida maravilla pero también
era verdad que a mi me gustaba quejarme de vicio.

Y aprendí a reírme de mi en el corto lapso de tiempo en el que amainó el temporal.