domingo, 3 de noviembre de 2019

El temporal

Los vimos salir del local de la esquina. Corriendo para no mojarse y esquivando al temporal a golpe de risas.
Los vimos subir a toda prisa hasta el tercero del portal de enfrente.
Luego se iluminó lo que parecía el salón y los vimos comerse a besos.
Bendita locura, el desenfreno de la pasión.

A nosotros, el resto de los mortales, nos tenían que servir la siguiente copa de aguardiente para volver a esconder nuestra pena bajo la alfombra.
A ellos no parecía importarles ni el ruido, ni los mirones de bares como nosotros.
Estaban hechos de otra pasta. De una de realidad moldeada. Sin pelos en la lengua y con fuego en las entrañas.

Salieron al pequeño balcón y compartieron un cigarrillo.
Y yo me quedé embobada en sus siluetas deseando fuerte la fuga de la desidia de todas nuestras vidas.

El humo de aquel cigarrillo cómplice confundió a la lluvia y dejó de empapar sus cabezas.
Y ellos, conscientes del frío helador, juntaron sus cuerpos para volver a ser uno.

Y admiré que los ojos de él coronaran la sonrisa de ella.
Y admiré los dedos de ella recorriendo su cuello, como marcando un territorio conquistado en otra batalla cualquiera.

Luego bajé la cabeza y di el último trago al maldito aguardiente.
Porque era cierto que el amor era una jodida maravilla pero también
era verdad que a mi me gustaba quejarme de vicio.

Y aprendí a reírme de mi en el corto lapso de tiempo en el que amainó el temporal.


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