lunes, 23 de marzo de 2020

Crónica de una cuarentena.

Tras semana y media de encierro, no sé si nos están sirviendo de algo estas medidas de confinamiento sin parangón.
Que estemos tan cerca y a la vez tan sumamente lejos no tengo muy claro si suma, resta o si nos deja en el mismo limbo espacio-temporal a cada uno de nosotros. Al mismo nivel de desesperanza.

Pero hay una cosa clara.
Esto se nos había ido de las manos mucho antes, incluso, de empezar.

No soy de esas que malgaste oportunidades.
De hecho, eso del carpe diem siempre ha sido una de mis máximas favoritas- aunque con algunos matices.
Claro que tienes que vivir el presente, claro que debes aprovechar todo lo que la vida ponga en tu camino; pero siempre sin quitar la vista del horizonte.
Sabiendo que todo empieza pero todo tiene también su ocaso en cada final del día. Y poniendo de tu parte. Remando con fuerza y sin pausa para alcanzar la meta que en su día te propusiste.

Y no hablo de ponernos en manos de un destino caprichoso, ni de anhelar tanto con una fuerza sobrehumana para que lo divino lo deposite a nuestros pies.
Hablo de vida.
De la que se pierde, de la que se gana, de la que se busca.
Hablo de todas las vidas que respiran junto a nosotros, y de las que estamos tomando conciencia de que están.
Quizá llegamos tarde.
Pero mejor tarde que nunca, ¿no creen?

Solamente puedo exponer mi caso. Porque a pesar del aflujo de cariño y nuevas telemáticas estos días, no tengo vísceras ni ganas para poner el futuro de nadie sobre el papel.
Desde mi ventana hace días que no veo amanecer. No sé si se ha apagado la mecha que encendía los días. No sé si se han fundido los plomos del bullicio matinal.

Últimamente ese horizonte está borroso. Velado por una cortina de agua, que ni Dios sabrá de dónde ha salido.
Hemos perdido la línea que une el cielo con el mar y ya no hay sol que corone ese límite.

Durante estos días muchos seguimos llevando ese carpe diem  amarrado al cuello y gritamos que podemos con todo para no ahogarnos con el propio peso de la pena.
Pero, lo cierto es que esta cadena de eslabón megalítico comienza a pesar más que cualquier avistamiento de futuro- por incierto que pudiera parecer.

Estamos atravesando un presente lúgubre e intimista en el que vivimos con miedo a que la tempestad, que nos está sobrevolando las ideas, traiga una tormenta de mayor envergadura.

Y ahí arriba están, espero que descansando, todas las vidas que se ha cobrado la dichosa partícula infinita y omnipresente.

Todos aquellos que, víctimas del sistema, ya no volverán a reír entre nosotros.
A muchos les ha faltado una despedida digna- pero allí estaban los héroes con bata. Para sostener sus manos e intentar no derrumbarse ante tanta ruina.

Ahora entran más rayos del sol por las ventanas que ningún otro marzo. Como si aquellos que ya no están estuvieran urdiendo un plan supremo para que no decaiga el ánimo.

Ahora que el confinamiento es dueño y señor de todas nuestras rutinas, los pulmones de la tierra han comenzado a respirar aire limpio y nosotros, a base de golpes, hemos empezado a entender el valor de un beso.

Nos hemos demostrado que toda locura puede quedar contenida en las cabezas para siempre, pero que si se comparte, pasamos por cuerdos.

Hemos sacado de los cajones todos los recuerdos por temor a que los que estamos construyendo sin darnos cuenta no nos sean suficientes.
Por tener algo que contar cuando todo esto acabe.

Si no fuera por que desde esta ventana, que se ha convertido en guía de todo, observo el vuelo que trajo consigo la primavera, pensaría que alguien nos está gastando una broma de mal gusto y ha pulsado pause mute a la vez para hacer medrar todo nuestro silencio.

Y desconozco si enteros, pero que vamos a salir de esta, lo tenemos todos claro.




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