martes, 17 de marzo de 2020

Un adiós con trampa

Se esta acercando peligrosamente el temporal y no sabes si será bueno o será malo.
Lo único que tienes claro es que cuando llegue, todo será diferente.

Amenaza tormenta y él se ha llevado este y todos tus domingos.
Le dijiste que si las cosas no cambiaban, que si no sabíais querer(os) bien,
aquello debía terminar tal y como empezó, con un beso.

La lluvia se ha empeñado en esconder a la luna entre sus brazos y la tenue luz el domingo aún anda remolona entre las sábanas.
Quiere perseguir ese minúsculo ósculo.
El de la anunciada despedida.

Se ha ido y tú no sientes.
Ha cogido una mochila, una foto de los dos que descansaba sobre la mesilla y el cepillo de dientes de color azul.
Te ha dado el beso y ha cerrado la puerta tras de si.

Y me imagino tú cara de sorpresa.
Porque pensabas- o querías pensar- que estabais arreglándolo todo,
hasta el mundo.

Llevas la ni se sabe mirando el segundero del reloj de la cocina, con un té que hace cinco horas se quedó frío y unas galletas manidas.

Te duele.
Pero lo disimulas fenomenal.
Vaticinas una batalla demoledora con tu cabeza en la que los vencidos nunca volverán a llorar por lo vivido.
Porque ella te pedirá que sigas serena, y tú en el fondo siempre has sabido que te encantan las causas perdidas.

Los lunes dejarán de ser el peor día de la semana:
no llegaréis tarde a casa, ni terminaréis con cualquier serie hasta las tantas en el salón.

Los martes ya no os arreglaréis para bajar al japonés del centro.
Y las siestas de los miércoles tampoco se volverán paseos.

Los jueves no desayunaréis en la cama.
Aunque los viernes puede que se os siga acabando el mundo- a cada uno por separado.

Ya no notas el frío y me has contado que anoche te soñaste ante cuatro puertas cerradas con la necesidad de elegir.
No te pudo la incertidumbre aunque tu indecisión continuó queriendo ser la estrella de la película.
Como premonición de una despedida.

El invierno sigue haciendo de las suyas y a mí no me sale decirte que estás más bonita cuando sonríes, y que eres una luchadora.
Se acercan tus ganas por la calle Remedios y tú dices, sin ninguna emoción en el semblante, que siempre lo rompes todo.

Eres mi hermana, pero a veces, eres una idiota.
Deja de hacer pactos que luego no querrás cumplir.
Deja de decir adiós a lo bonito que te pasa.
Y no te pises los bajos de tus sueños.

Te abrazo, y sigues como perdida.
Veo caer un par de lágrimas y te lo tengo que decir.
Todo lo que pensaba.

Y me sonríes, volviendo a ser tú.

Cuando creo que vas a llamarlo para volver a escuchar su voz suena el timbre de la casa.
Y las dos sabemos, él está detrás de la puerta de la entrada.

Te veo hacer de tripas corazón y mesarte la melena. Intentas que no queden marcas de lágrimas y te ajustas el pijama.

-Perdóname- escucho desde la cocina.- Soy un egoista y he venido a decirte que me niego a que lo de esta mañana fuera una despedida. No me lo creo. No quiero creerlo. Te quiero, ¿sabes? Y me dan igual las peleas, si eres tú con quien la comparto.

Te veo sonreír de nuevo. Pero esta vez tu brillo en la mirada es diferente.
Le besas la mejilla y le susurras hasta siempre.




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