martes, 17 de marzo de 2020

Otros ‘20 que no pisamos Nueva Orleans

Fue una noche de jueves de otros años veinte pero sin tener Nueva Orleans a nuestros pies.

Quedamos a las veintidós en la puerta de un garito.
En la calle en que se confunde un día con el siguiente,
una especie de bucle temporal que da la bienvenida a todo hijo de vecino.

La barra rebosaba complicidad. Y eran las luces tenues y vetustas las que obraban magia con aquel lugar.
He de confesar que nuestro atuendo desentonaba con la escena pero en mi defensa diré que nadie nos avisó de que viajaríamos a otra época. Nos faltaba el vestido vaporoso, los tacones de salón y la plumaria en el pelo. Nos faltaban los guantes del Put the blame on mame.
A ellos les faltaba el traje de tweed y el sombrero de ala corta.

El brandy corría por las gargantas como único consuelo de un encierro inminente y las dos de la madrugada nos pillaron demasiado sonrientes.

Esperamos entre risas a que la sala colgase el cartel de completo y engañamos a la luna para no volver a casa solos una vez más.

Aquella noche no se veían las estrellas sobre la ciudad. Creo que todas quedaron colgando sobre los acordes del saxofón del tercer rubio.
La presentación nos dejaba con ganas de más y las canciones fueron sucediéndose dejando maravillados a todos los presentes.

Y luego cantó un alma rota. Lo hizo escupiendo al desamor y llenando la garganta de todas las veces que pudo haber sido y no fue.
Cantó como canta quién sabe que puede erizarte la piel con una única nota.
Lento, melódico y conteniendo la última respiración acompasada.

Después de aquello nosotros volamos lejos, a otra vida. Pidiendo que esta comprara el pause permanece y dejásemos de existir.


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