domingo, 8 de marzo de 2020

Contagiarse de la manera más bonita.

Una copa en la mano y la promesas de recorrer el mundo a hombros de una sonrisa.
Besos de Jägger, restos de barra de bar y labios.
Y veinticuatro carcajadas.
Mil bailes lentos a unas seis algo torpes hasta para nosotros y una ciudad a la que regresar.

El reloj traiciona al marcar las seis.
Cuando todo el universo se apaga y sólo quedan dos tontos jugando a contarse la vida.
Dos tontos abandonándose a los instintos que acaban por formar la mejor de las cuarentenas.

Como el adviento que acaba bien sin haber esperado ni tan siquiera señal o, una calma de pentecostés fantásticamente avenida.

Contadme qué puedo hacer yo con la manía de meterlo todo en el romanticismo de Liszt y remontarme a cuando los nocturnos eran solamente piezas de piano.
Qué hago con los acordes que prometen suspiros y con las madrugadas.

Qué hago yo que las noches tienen algo que enganchan y la vida me abre la puerta invitándome a pasar.


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