miércoles, 9 de septiembre de 2020

Apnea

Vengo a decir que a efectos prácticos sé que mi corazón seguirá latiendo.

Es como una máquina. Si todos los engranajes funcionan, ¿por qué no continuar?

En el campo metafísico ya es otra historia.

Nadie ha muerto de mal de amores. Al menos no de manera directa.

De amores se sufre, se calla y se respira. Pero no se nos terminan la existencias.

Puede que el fin de esas vidas resida en la consecuencia del desgarro o como viaducto para arrancar la pena y la desazón que queda cobijada dentro.

El vacío existencial. Tan profundo.

Somos perfectamente capaces de existir sin una vida a nuestro lado (una ajena, quiero decir).

Pero sucede que no nos da la gana.

Que hace eones que nos dimos cuenta de que compartir nos hace sentir vivos. Y equilibrar todos los demonios de nuestra cabeza con el sonido de otra risa, nos ayuda a dormir en paz.

Por este motivo somos de esos que se amarran a una vida y eligen coexistir con ella. Creo que es por el mismo motivo por el que nos amedrenta el silencio más absoluto.

Tememos parar nuestra respiración sin imprimir la última huella sobre el suelo que pisamos; y a menudo, asociamos esa felicidad compartida a un estancamiento en el tiempo.

O al menos, a una medida paliativa para evitar pensar que éste pasa irremediablemente.

Y nosotros nunca volvemos atrás.



No hay comentarios: