miércoles, 5 de febrero de 2020

Que no sirven las excusas cuando hablamos de nosotros.

Me dices que prometes hacer todo lo que necesite con mis manos.
Sin saber que todo acto lleva implícita su consecuencia.
Como aquella vez que prometimos conocernos antes de que se nos consumieran los otoños y las cartas fueron cayendo con un maravilloso efecto dominó.

Me dices eso estando a un par de océanos de mi último suspiro y yo te siento cerca.
Agarrando toda carne viva, estrujando mi pequeño corazón exangüe- al borde de la explosión,
de sentir fuerte y a tientas.
Me lo dices sin saber que lo que quiero hacer con mis manos lleva tu nombre y se viste de tus apellidos. Sabiendo que con esto no se juega si te toca ser del banquillo y no vas a estar cuando suene el fin en el minuto noventa.

Todo lo que quiero hacer con mis manos es evitar que se desmoronen los sueños y viajar.
Viajar al centro de tu cuarto, al soporte de tus esquemas y al estallido de tu risa.
Viajar a toda la música que nos recuerda al otro, e imaginarnos en otra vida que no sea la nuestra.
Hasta que llegue la seguridad y nos arroje al minuto cero.
Entonces nuestros contadores harán de tripas, corazón y se retirarán, a tiempo
de marcarse la mejor de las victorias.

Porque nosotros ya somos.
Pero los atardeceres que nos vemos desde la otra orilla aún no tienen ni la más remota idea.
Somos más relativos que el tiempo que, cuanto más lo ansías, más despacio respira;
y sin embargo, si lo ríes te vuela.

Con mis manos necesito abarcar las tuyas. Sostenerlas fuerte.
Y no se te vaya a ocurrir contradecirme.
Ni murmures un vuelve,
porque estoy aquí y no pienso moverme.
Ni que lo sientes, porque el sentimiento entra dentro de todos nuestros prolegómenos.

Sólo, no me sueltes.
Que no sirven las excusas cuando hablamos de nosotros.



No hay comentarios: