sábado, 14 de septiembre de 2019

Cuatro días en los que sobraron los efectos especiales

Guardo con celo todo el polvo de hadas que desprendía aquella noche.
El exceso de humedad no permitió respiraciones profundas y las emociones impidieron que dejaran de ser agitadas.
Recuerdo mil colores sobre el negro del cielo, y una luna demasiado grande para ser medida.
Recuerdo que sobre mis ojos pesaba el tiempo pero la ilusión subía constantemente todas mis persianas.

También estaba presente la magia: la magia de ser con los demás, de unir voces desgarradas y de corazones galopantes. La magia de estar justamente en el momento indicado disfrutando de una noche de verano más.

De la cantidad de artistas que subieron al escenario me quedo con la resaca emocional que me regalaron después- como si de un vino malo se tratara, quedándose en mi cabeza- ya de por si destartalada.
Desatando el pensamiento de que todo sueño puede tener una realidad como reflejo de espejo y provocando en mí un enmudecimiento transitorio.
Porque aunque me guste bailar entre palabras, en noches como aquella, éstas vuelan lejos y me impiden acariciarlas con las yemas de los dedos.

Y yo sé que me quedo feliz pero no sé expresar como quisiera toda la emoción apabullante que me recorre.




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