domingo, 28 de abril de 2019

La primera persona del plural

Todo lo maravilloso que puede albergar una mente también puede llevarlo a la ruina.
Su poder puede hacernos bajar hasta el más profundo de los abismos y querer reducir nuestra vida a cenizas.


Y lo que más miedo da es que basta un solo click de nuestra cabeza para que la bomba estalle.


Nos parece raro,
pensamos que no nos tocará nunca.
Que la gente está mal de la cabeza y que la nuestra va sobre ruedas. - Nos escondemos bajo un estándar llamándonos normales
cuando no sabemos quién define los límites de la normalidad.


Todo esto sucede hasta el momento en que comienza a llover.


Entonces nos preguntamos si tenemos algo que ver con las máquinas porque el engranaje de nuestras ideas se ralentiza y solo escuchamos el petricor y el rechinar de nuestra disfunción.


No sabemos cuándo empezó todo, ni si nos habíamos mojado antes sin que pasara nada.
Sólo nos damos cuenta de que imperan nuestras ganas de lucha y no podemos:

se nos queda grande por tamaño e importancia eso de declararle la guerra al tiempo.


Y solo nos queda, arrugado en un bolsillo, el deseo ferviente de la escampada del cielo.
Las pesadillas se vuelven rutina, las ganas se declaran en peligro de extinción

y da igual en qué día creas vivir-si cuando miras al calendario
te bailan las letras.

La lluvia continúa: termina de lavar los restos de felicidad que descansaban en nuestras mejillas y de despegar las pegatinas-sonrisa que decoraban nuestros labios.

Nos resignamos a pensar que todo pueda acabar aquí, que no somos más que una broma macabra del destino y que por muy pequeños que seamos no se nos permite soñar en grande.
Sumidas en la desidia, en las náuseas vespertinas de un mundo gris y en todos los charcos que al pisar borran nuestro reflejo, nos paramos en seco.

Intentamos buscar pistas que nos ayuden a entender vuestro comportamiento.


Por qué dijisteis querernos cuando ni tan siquiera leísteis el cuento.
Nos cuesta reconocer que no os necesitamos en nuestra rutina, que el daño ya está hecho y las cicatrices del alma no desaparecen tan fácilmente.


Pero también cuesta olvidar las risas y lanzar al vacío todo lo que fuimos: eso que ahora amenaza con congelarse en formato recuerdo.
Porque si aceptamos que nuestros caminos no volverán a juntarse nos sentiremos vacías, perderemos confianza en nosotras y creeremos no volver a experimentar la alegría.

Marchaos,

ahora que podéis;
ahora, que parece que van a darnos algo de tregua las nubes.


Marchaos lejos, porque querer significa ayudar;
significa estar, respirar con la otra persona y sentirte feliz en todas las acepciones de la palabra.

Hemos perdido la cuenta de cuántos ‘te quiero’ nos habéis robado, de cuántas noches de verano pasamos suspirando por un tiempo vivido que no volverá.

Tantas noches sintiéndonos reinas de mundo y tarima.


Porque nos queríais...o eso solíais decir -pues nos hemos dado cuenta de lo mal que lo habéis hecho.


Perdonadnos si no queremos repetir los mismos errores.


Y adiós:
es la única respuesta que vais a obtener de nosotras.


Estamos ocupadas tratando de recomponer los pedazos de una vida.
Y no os interesa pero, sabemos cómo salir del infierno.

Y no, ya no necesitaremos más vuestra ayuda.

Compostela les baila el agua.

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