domingo, 21 de julio de 2013

Let her go

Entonces se le heló la sangre. Era de nuevo aquella canción, la que tanto le había gustado a ambos. Siguió su rastro, el rastro de una melodía de la mano de una guitarra, el rastro de una voz que intentaba expresar todos y cada uno de sus devastados sentimientos únicamente en unos cuantos acordes que resonaban en aquel angosto pub irlandés, el rastro de su voz.
Su nombre estaba bien elegido. Pasajero de la vida, pasajero de tantos barcos perdidos, de tantos trenes a los que no llegaría a subir y de aquellos que le quedaban por coger.
Las lágrimas brotaron desesperadas de los ojos de ella por ver al fin al autor de la ansiada melodía, después de los llantos y las despedidas que jamás serían una solución aceptada. La barba le daba un aspecto descuidado y los ojos entrecerrados dejaban ver los vestigios de su sufrimiento. Lo quería tanto.
Ella solo quería oír aquellas palabras de nuevo. Su vestido continuaba intacto tras el desesperante viaje en avión y la interminable carrera a contrarreloj para decirle que no, que no podía dejarla ir. Que había cometido un error y que ellos estaban hechos para estar juntos, siempre, el uno con el otro.
Él simplemente se fue.


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