lunes, 20 de abril de 2015

Entre libros, suplico

Ella lo es, la ciencia que lo puede todo, la que nos quita y nos pone a su antojo. No somos más que sus serviles y dirigidas marionetas.
No me subestimes, me encantas, te admiro, te adoro. Sueño con que esta bonita cabeza se concentre y deje de escribir en automático algún día. Maldita cabeza, maldito automático al que le llueven ideas en los momentos de tiempo más inoportunos, cuando tus manos cuelgan entre un abarrotado calendario y un billete de ida con vuelta aún indecisa.
Bendita carrera, en la que tú o cualquier otro decide como y cuando llevar el testigo, de que manera pasárselo o quedárselo en plan egoísta.
Y ahora apelo al mismísimo ángel negro, a todos los santos, a mis pedazos de cielo que caminan entre las nubes, a la luna flamenca, a las estrellas del sur y a este viento frío del norte. Ahora pido que mi cabeza deje de ser esa montaña rusa desenfrenada en pleno mes de mayo. Que no pase al nivel cuatro el ritmo frenético de mi corazón y que la delicadeza calme los nervios que más de una vez han decidido jugar en mi contra.
Pido que dejen de aparecer voces que me llenen el alma. Pido que mis conexiones vuelvan a estar ordenadas por el curso de mis pasos, que el orden no se altere de aquí a un rato. Tampoco pido tanto.
Pido querer, quiero poder.
Quiero que esta pasión no se acabe tan pronto, que no le de por terminar con mi última respiración.
Pido saber y dar por sabido para después, poder soñar con tanto y a medias todo lo vivido.
Medicina automática, cabeza de enero, vuelve y me cuentas, que aún queda algo para otro febrero.