domingo, 26 de abril de 2015

Enamorada de la luna compostelana

Ni siquiera sé si fui yo la única que se dio cuenta. Cuánta admiración le tienes. Cuánto lo aprecias, desde el mismo día que se cruzó en tu camino. El día en que insistió ayudarte en aquel concierto. No le hizo falta más que la ayuda de un violín para dejar sin palabras a cualquiera.
Tuvo miedo, como bien nos confesó. Miedo de que en la madrugada de domingo, no apareciera. Que todo se redujera a nada. Pero vi que tú lo animaste, intentaste que se viniera arriba.
Y vi ese gesto. Ese abrazo. Esa palmada de espalda. Le pasaste toda tu fuerza, tu fiereza y tu bendita suerte.
A Marino no se le caía la sonrisa, iba abandonando poco a poco el miedo a perder, y dejaba a un lado las mentiras para llenar de verdades su amado instrumento.
En una noche mágica en la que las voces sorpresas y el vello de punta fueron los protagonistas.
Una noche en la que Fredi rondaba por la barra del bar, buscando a la fugitiva de los labios rojos. Noche en la que Luis se deshizo de la sombra de ella rasgando las cuerdas de la guitarra.
Esa noche en la que tus ojos cobraron vida propia cuando le susurraste un "te amo" al oído con todo el cariño del mundo. Cogiste confianza rápido con nosotros, con ellos, y de  nuevo: estabas en casa.



No hay comentarios: