domingo, 26 de enero de 2014

La vida cambia

Baja lenta, pesada y tediosamente repasando uno a uno los adoquines que quieren aspirar a algo en su disposición de calzada. Está triste, no sabe qué, pero algo dentro se ha roto. Ya no siente igual que antes, ya se decepciona menos o eso pensaba. Hoy es uno de esos momentos en los que el día termina dando pie a la noche y no quiere. Quiere que ese día sea para recordar y dure eternamente. Enconces se detiene. Claro que puede. Puede ser para recordar sin duda. Deshace lo andado y entra atravesando el gigantesco portón de madera maciza. Donde se han quedado todos, allí están. No quiere más tristeza. Quizá ese sentimiento le haya venido de la madrugada, no lo recuerda. De pronto se para. Entra en la cocina rústica poco a poco, con cuidado de no hacer ningún ruido. Palpando a tientas encuentra el frigorífico y lo abre. Mientras piensa qué quiere y como quiere hacerlo.
Si llegaron allí es porque él se ha encargado de organizarlo. Coge veinte botellines de cerveza mientras fuera, en el salón el alto reloj de pared comienza a marcar la hora con las desagradables campanadas...tres, cuatro, cinco. Son las cinco de la mañana. Deja los botellines de la te de la puerta de la azotea y sale al salón.
Que haría sin todos ellos. Sin todos y cada uno de las manos, los pies y los ronquidos que cuelgan de tantos colchones. Están dormidos, sus amigos. Personas con las que ha compartido todo y que pretende que se queden a su lado. Poco a poco los va despertando y les dice que salgan fuera. Ellos protestan al principio, luego piensan.
Salen uno a uno con los botellines de cerveza en la mano y miran al cielo. Es demasiado bonito para ser real, y él ha querido compartirlo con ellos.
Entonces ríen, se sienten bien, se sienten vivos.


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