Si llegaron allí es porque él se ha encargado de organizarlo. Coge veinte botellines de cerveza mientras fuera, en el salón el alto reloj de pared comienza a marcar la hora con las desagradables campanadas...tres, cuatro, cinco. Son las cinco de la mañana. Deja los botellines de la te de la puerta de la azotea y sale al salón.
Que haría sin todos ellos. Sin todos y cada uno de las manos, los pies y los ronquidos que cuelgan de tantos colchones. Están dormidos, sus amigos. Personas con las que ha compartido todo y que pretende que se queden a su lado. Poco a poco los va despertando y les dice que salgan fuera. Ellos protestan al principio, luego piensan.
Salen uno a uno con los botellines de cerveza en la mano y miran al cielo. Es demasiado bonito para ser real, y él ha querido compartirlo con ellos.
Entonces ríen, se sienten bien, se sienten vivos.
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