jueves, 3 de marzo de 2016

Año bisiesto.

No era domingo. Pero como si lo fuera.

La misma sensación de soledad y silencio entre los acordes de letras bonitas. El día después de un fin de semana de ensueño. Desde la primera hasta las últimas de las horas.
Después de haber pasado el día disfrutando del paraíso. Querida Galicia, me quedan tantos sitios en los que descubrirte. Siendo mar, siendo orillas, rocas, verde y hasta lluvia incansable. Me encantas.

Y no alcanzaré a entender porque la gente odia tanto los domingos, de verdad, que no lo entiendo.
Cada domingo me siento en paz con el mundo.
Desde hace poco, los domingo son por ella. Son para echarla de menos más fuerte sin terminar de dar crédito a que no vaya a aparecer en cualquiera de otras vacaciones, diciendo que tiene mucho que hacer.

Este fin de semana, la recordé más aún. Cómo le gustaba a ella la marina.
Lo disfruté por ti.
Bailé hasta quedarme sin pies, reí y canté hasta quedar afónica. Conocí almas que rápidamente me abrazaron el corazón. Y dormí de cansancio.
Y no salí corriendo por la puerta de atrás como otras veces.
No me moví del sitio, o quizá si. No lo recuerdo.
Lo que si sé es que llegué a la felicidad más plena olvidando por unas horas su nombre.
Definitivamente hay vida detrás de él, y de lo que fuimos.

Caía el sol sobre Compostela, porque cada 29 de febrero, los cielos no quieren llorar.

Vi catedrales más inmensas en aquellas playas, de las que veré nunca construidas por el hombre. Y un faro, que señalaba a ninguna parte. Su bombilla fundida no alertaba a ninguna amante de marinero.

Y yo me encapriché contigo de madrugada.
Y me dije que la vida sigue.

a K.

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