domingo, 6 de marzo de 2016

Algo del afecto, creo.

De nuevo domingo y el psiquiatra me acaba de diagnosticar.

Sólo me pasa a mi esto de que la paciente pueda ir a la consulta en fin de semana. En fin.
Él sabe que son mis días más productivos, por eso me invita a casa a desayunar. Cree que así avanzaremos más.

No se equivocaba.

Lo ha descubierto.
Me dio un nombre bastante técnico.
"Señorita, tienes ambivalencia afectiva".
Le encanta llamarme señorita, es nuestra manera de mostrar el cariño que cogen dos confidentes, aunque sea por puro trámite. Por respetar la relación médico-paciente que, según dicen, siempre fue importante.
Al escuchar aquellas dos palabras lo primero que se me ha venido a la cabeza era lo musical que suena mi trastorno. Ahora tendremos que añadir otro nuevo a mi transitada historia clínica.
La cantidad de A que tengo que gastar para pegar las letras en una pared blanca, si las tuviera adhesivas.
Después me he centrado en la segunda palabra. Afectiva. Puede ser que tenga razón. Estaba segura de que sería algo relacionado con el afecto. Con el cariño, con los sentimientos que él me ha dejado siempre demostrarle y callar a mi antojo.

Le he preguntado de qué se trataba mientras me terminaba el croissant del desayuno. Pero creo que ya lo sabía. Nadie mejor que la persona que realmente siente para saberlo.

-No lo digas. Lo sé.- Lo interrumpo antes de que pueda desvelar nada.- Es como esto ¿no?
-¿Esto? ¿A qué te refieres con esto?- Quiere saber.
- Como lo nuestro.- confieso en mi momento de mayor lucidez.- Como sentir dos cosas al mismo tiempo. Como que te odio, pero a la vez te quiero.

Él me mira con los ojos llenos de nuestros recuerdos clavándome sus pupilas negras.
Quizá en un rato no sea yo. Al menos no de la que se enamoró. Quizá en un rato no recuerde lo mucho que me gusta bailar con Jack Savoretti, mientras mi psiquiatra me abraza con lágrimas en los ojos.

Me invita a desayunar cada domingo porque es quien se levanta antes de los dos. Hace cinco años que dormimos en la misma cama cada noche. Y no quiere separarse de mi por mucho que se lo haya rogado.
Es mi médico, si.
Pero también es el amor de mi vida, mi mejor amigo y la persona con la que siempre supe que querría pasar el resto de mi vida.
Me quiere todos y cada uno de los días, pero sobre todo los días como hoy. Los domingos. En los que mi cabeza, no sé por que, se empeña en irse a no sé dónde.

Conozco perfectamente esa ambivalencia afectiva. Y él tiene toda la culpa.
Lo quiero. Lo quiero hasta dolerme. Por cómo me mira- como si no existiera nadie más, por sus ideas, por sus miedos, por sus defectos.
Pero lo odio.
Lo odio con todo mi ser desde el día en que me diagnosticaron la esquizofrenia. Yo no podía parar de llorar y él se acercó a mi y me dijo: "señorita, ¿crees que si nada ha podido con nosotros, va a poder esta tontería?"

Cada mañana, a eso de las diez, mi cabeza se dispersa. E intento por todos los medios hacer que el odio que experimento sea mutuo. Que se vaya de una vez por todas. Y no vuelva a verle cada vez que abro los ojos al despertar.
Pero es inútil.

Es un hombre de palabra.
Es el hombre de mi vida.
Y yo, toda su locura.



(Johnny Depp, Juliette Binoche- Chocolat)


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