lunes, 20 de julio de 2015

Un domingo atrás, veintisiete días después

Irónico que cuanta más oscuridad se cruce en tu camino, mas estrellas encuentras en el cielo.
Repleto, de vidas que se fueron, que te cuidan desde un bello balcón de porcelana.
Hoy toca noche rara. De domingo a unos minutos de lunes. Noche de vueltas en la cabeza y de ver sonrisas  a lo lejos.
A un kilometro del poder de la naturaleza, con las pestañas pesadas, se encuentra mi persona.
Yo ando lejos. En muchos sitios a la vez. ¿Quien dijo que fuera imposible?
El paraíso está repleto de almas en pena, de risas ahogadas bajo un vaso de tequila mal echado un martes noche.
El paraíso huele a limón y a sal. A despedidas.
Yo intento volver sobre mis pasos, llegar hasta donde mis manos pretenden tocar el cielo de un solo salto. Estoy aquí.
Sola de vida y acompañada de estrellas.
El mar también quiere enredarme.
Pretende que no lo pierda de vista, que no salga de entre sus piernas, me susurra: no te pierdas.
Siempre nos han dicho que no hay nada infinito, al menos para nosotros, que no podremos verlo en vida.
Estoy segura de que se equivocan.
El cielo, lo es.
Es infinito.
Es un pedazo que se muestra ante nuestros ojos de mil maneras, con vestidos de tantos colores como aquellos por inventar. El único capaz de darse cuenta de la estupidez del ser humano y reír a carcajadas. El cielo; tan humano y tan de otro mundo, que nos hacen falta mil de ellos para comprenderlo.



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