domingo, 22 de marzo de 2015

Atrás en el tiempo

(Like crazy, Anton Yelchin y Felicity Jones)

-Yo estaba loco por ella. En secreto, pero lo estaba. De aquello hace tantos años...- Le cuenta a su hija mientras sonríe al recordar.- Nos conocimos en la universidad. Yo era el típico niño bien y un poco canalla que se reía de todo. No me faltaban amigos, la verdad. Hicieron falta un par de años para que ella se diera cuenta de lo que yo sentía en silencio. Quién diría que ella se enamoraría de mi. Al principio no quería acercarse, por más intento que yo hiciera, cuando le hablaba se coloreaban sus mejillas. Ella entonces tenía novio, llevaban bastante tiempo y se querían. 
Yo nunca fui de meterme en relaciones ajenas, así que dejé el tiempo pasar confiando en eso de que el roce hacía el cariño. La miraba al entrar en clase sin que ella se diera cuenta. Aunque no coincidíamos en muchas.
Poco a poco fui dejándole ver quien realmente era, lejos de toda pose a mantener. Hacía como que no entendía algo y le pedía que me lo explicara, me la llevaba a estudiar a rastras a la biblioteca solo para pasar un par de horas más a  su lado. Hacíamos juntos los trabajos. Ella.
Hubo un tiempo en que cualquier cosa que le decía le hacía gracia, entonces me permití ir a más. Mis amigos cada vez me protestaban más porque no los veía.
Llegó un día que ella no se presentó  a nuestra cita de biblioteca. Y me quedé estudiando hasta tarde. Eran tantas las madrugadas que habíamos pasado sobre los libros, codo con codo que se me hizo extraño. Me pareció raro que no apareciera. Eran las tres y media de la mañana cuando decidí llamarla por teléfono, sabiendo que lo tendría apagado.
Pero aquella noche fue distinta. Ella contestó al teléfono. Estaba muy triste. Decía que sentía no haber podido ayudarme aquella tarde. No me hicieron falta ni dos minutos para plantarme en su piso y decirle que bajara. Ella salió y pude ver había estado llorando. Creía saber porqué así que solo me acerqué a ella y la abracé con cariño. Ahí me di cuenta de lo indispensable que se había vuelto para mi. Dejé que se echara a llorar sobre mi hombro y por fin me contó lo sucedido. Lo habían dejado. Él había estado viendo a otra. Y ella no quiso continuar con aquella mentira.
Mi corazón se hizo un poco más fuerte sabiendo que quedaba un rayo de esperanza pero no dije nada. Simplemente me quedé allí por ella. Pasamos la noche viendo películas en el sofá. Sin realmente ver nada. Cada uno pensando en sus cosas. Los días siguientes me esforcé porque ella olvidara a aquel capullo. Si estaba triste, lo disimulaba a la perfección. Aunque de vez en cuando podía ver algo de tristeza en su sonrisa.
Continuaron  las tardes de biblioteca, las fiestas desenfrenadas y los viajes de fin de semana con  los amigos y con ella. Su risa era lo que me hacía no rendirme.
Fueron unas fiestas de San Juan. Un 24 de junio. Aquella noche había decidido que mis sentimientos dejarían de ser secretos. Ya teníamos la confianza suficiente como para que ella me tomara en serio. Poco antes de media noche me la llevé a la orilla, a hombros. Cómo gritaba. Parece que fue ayer. Me pedía que le bajara, riendo, decía que el agua estaría helada. Antes de que sus pies tocasen las olas la bajé. Ella se empeñó en mojarme y terminamos los dos dando saltos para no congelarnos en la hoguera. Pensé en decírselo. Había ensayado tantas veces aquel momento. Y justo entonces cuando la tuve delante no fui capaz de decirle nada. Ella se me quedó mirando como si supiera que iba a decirle algo.
Hice lo que me pidió el cuerpo en aquel momento. La besé. Al principio se sorprendió, pero luego se dejó llevar en mis brazos. Al fin pude decirle lo que sentía, desde el momento en que  la conocí. Sus ojos se iluminaron y me susurró al oído que no podría haber imaginado una forma mejor de comenzar el verano. El resto de la historia ya la conoces. Mamá te la cuenta siempre, ¿no?


a N.

1 comentario:

Caracola dijo...

Me has dejado muda.