jueves, 30 de octubre de 2014

Carta de un loco, al amanecer de un ocaso

No sé a quien le hablo. No sé si le hablo al aire, al mar o tan siquiera si tú, si vosotros, me estáis escuchando.
Solo sé que no sé nada, sólo sé esa frase, que me enseñaron cuando el tiempo nunca pasaba.
Sólo quiero hablar con ella, pero ella no quiere escucharme. Y duele. Duele tan dentro que intentas en vano buscar el mecanismo que frena tus pasos, una cuerda para pararte en seco, una batería gastada, para no seguir viviendo. Para no seguir.
Lo peor de todo es encontrar su rostro y saber que sigues respirando. Mirar a la cordura a los ojos inmerso en tanta locura.


Dile a la puesta de sol que me espere, que no se vaya todavía. Dile que me queda poco para llegar y que voy en el tren de la vida, que si se para y respira, más tarde me lo podrá contar.
Dile que cuando un manto de colores intensos esté tejiéndose en ella, no se los quite, que los deje ver a las estrellas, y que a la luna la evite.
Dile a la puesta de sol que voy ya, que si quiere que le lleve algo o le basta con el mar.
Dile que para cuando duerma, ya la podré abrazar, que esta noche duermo con ella y que me quiero quedar. Dile que hace ya tiempo que destapé mis ojos para ver los suyos, tan profundos.


No le digas lo que hice, que la dejé llorando en una alcoba. No le digas que no se me ocurrió echarla de menos hasta ahora; tampoco, que las tristezas y las penas nunca vienen solas. No le digas que la distancia hace el olvido, si no que la llevo aquí conmigo. No le digas que me sacaste de aquel bar desarraigado. No le arranques las ilusiones como hicieron conmigo y deja que siga creyendo en la magia. Que si aún sigo respirando fue porque una vez la miré a los ojos.
Deja que piense que somos eternos. Deja que crea que puede comerse el mundo, y que con un poco de esfuerzo todo se consigue.

No se te olvide decirle que, a pesar de todo, la quiero.

O mejor, deja que se lo diga yo, que después de todo es verdad eso de que el amor es cosa de dos.


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