miércoles, 29 de octubre de 2014

Andrés

Salida concurrida de la facultad, hora de almorzar, tripas ruidosas.
Multitud de gente que avanza sin rumbo exacto pero sabiendo perfectamente hasta donde le llevaran sus  pies.
Pasillos con olor a vida, en los que las risas se pierden entre apuntes, prisas y agobios.
Fascinación por el motor de una vida, motivación. Es la que hace que recorran tantas cabezas los pasillos en las horas puntas.
Pero de pronto decides cambiar el rumbo, el camino y en vez de seguir el mismo itinerario de cada mañana, tomas las escaleras. De pronto mientras vuelves los ojos sin mirar nada en concreto lo ves y se te dispara el corazón. Respiras demasiado despacio para su ritmo frenético.
Andrés.
Comienzas a dar saltos de felicidad al darte cuenta de que le tienes delante, en un cartel,  con letras de gloria, una fecha. Su rostro entre bares y escenarios con esas melodías de corazón que tantas veces han acariciado tus oídos. Solo él. Él ha sabido entender con una sola guitarra la emoción de una vida. Ha sabido revolver tus pasos y poner tus nervios a flores y flores de tu piel.
Pasando por piedras y charcos, amaneceres en Santiago y otros tantos dieces de abril cuando te veía bailar flamenco.
Sientes que tan lejos, puede entenderte mejor que a pocos milímetros. Sientes que siendo un desconocido, te conoce demasiado bien, y desde siempre.
Gracias, Andrés, por bajar la luna y las estrellas para que seamos capaces de quemarnos por nosotros mismos.
Te deja atrás, con la felicidad de una pequeña que ha obtenido un merecido premio. Por fin va a verte, tan solo a seis caricias, para decirte que lo que quiere en media noche es una vida y media.
Y amanece.


"A Andrés Suárez, dueño de mis pasos de baile lentos"


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