martes, 21 de octubre de 2014

Norte


Me gusta pensar que vivimos en un mundo de casualidades.
Soy curiosa y adoro los detalles.
Normalmente, cuando voy andando por la calle, mi cabeza se imagina historias, intentando enlazar unas vidas y otras. Me gusta ver a ese pequeño corriendo, pensando en que quiere llegar antes a casa porque recordó que hoy regresaba su padre de un viaje. Me gusta contemplar el aspecto de la gente para intentar adivinar que tipo de vida lleva, si seríamos amigos, si se podría convertir en alguien imprescindible en mi vida.
Me vienen a la memoria personas que hace años que no veo, y sonrío, pensando que habrá sido de ellas; me pregunto con quién compartirán ahora esos momentos que antaño fueron tan nuestros.
Me intriga pensar a quien me encontraré en la esquina de la Rua Nova, donde el sonido de las gaitas a las tres te transporta completamente al medievo. Me sorprendo cada día al ver las caras de siempre y otras tantas que nunca volveré a ver.
En la otra de punta de casa, en el norte, la vida que se lleva es la misma, si bien con algo menos de temperatura y un poco más de agua. 
La gente sale a la calle, ríe, mira extraño o como si te conociesen de toda la vida.
Duermen, juegan, trabajan.
La vida santiaguesa fluye con todos nosotros a cuestas, sin prisa pero sin pausa.
El sol sale, disfruta la mañana y parte de la tarde para dejar paso a la luna que se engalana de estrellas.
La misma luna, los mismos cuentos cada noche, las mismas vidas que susurran que andan soñando la vida.

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