jueves, 24 de abril de 2014

Noches en vela.

No sabía que pedir y pidió la luna. Pensó que no lo conseguiría nunca. Pasó que lo dejo escapar.
Él se marchó en busca de la felicidad. Se subía a los balcones más iluminados de París, al extremo más alto del Empire State, llegó hasta las montañas más altas, siguiendo siempre la noche, buscándola a ella. No entendía entonces lo difícil que sería conseguir hacerla suya. Y es que con las ganas y la ilusión encima, el camino se hacía un poco menos cansado.
Los ojos le brillaban cada vez que, sin querer, ella se escapaba entre bastidores por el horizonte. No dejaba que el la viera quitarse su vestido de gala y descubrir ese primoroso cuerpo, todo de luz. Pero él, continuando la lucha, la seguía.
Así fue como se dio cuenta de que el amor existía. Cómo se percató de que el olvido era su hermano y de que hacía ya tiempo que no se hablaban, de que él lo había traído la noche.
Como tantos otros días llego el crepúsculo, Lorenzo se despidió con un leve movimiento de la mano izquierda y él le devolvió la sonrisa. Las primeras estrellas empezaron a pegarse en el firmamento y esperaban impaciente la salida de Catalina. La luz comenzaba a brillar de nuevo cuando el joven vislumbró aquellas lágrimas de cristal. Entonces la abrazó para siempre.
Cuentan que ella sigue esperando. Él consiguió la luna pero no la llevo de vuelta a casa, Catalina a un le tiene entre sus brazos.




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