viernes, 15 de noviembre de 2013

Unos ojos que te miran a través de la vitrina



¿No son muy jóvenes? ¿Muy niños para el amor? No es algo que sencillamente se les viene grande? Y realmente ¿quién lo sabe?
Los observo risueña, no pueden tener más de una década y allí esta, es peculiar pareja cogidos torpemente por las manos.
Ella se estira la falda, muy limpia, ni una sola arruga la recorre en su superficie. Y es que claro, el atuendo llevaba colgado y preparado una semana bajo la oscuridad de un armario infantil, en el que fuera, sobre la puerta bailaban sus pegatinas.
Él chico, sin saber que decir sigue sumido en sus pensamientos. Siempre ella, por fuera y por dentro. Qué será lo que tendrá que le encanta. Espera haber causado buena impresión ya que sus tres horas encerrado en el cuarto de baño pese a los gritos de su madre instándole tenían un motivo, su cita. Iba a llevarla a su restaurante favorito, ese acristalado en el que el azúcar era un modo de vida. Allí ponían los mejores batidos de la ciudad.
La melena rubia cae sobre los hombros de la chica mientras ella repasa mentalmente como comportarse: piernas cruzadas, por favor y gracias, no reír escandalosamente, contenerse...todos los consejos que vienen en el manual para ser madre que traen los niños bajo el brazo nada más nacer.
De pronto la tele sobre uno de los estantes del establecimiento se enciende. Noticias. Muertes, tristezas, penas. Hoy, como tantos otros días en los que se ha convertido el mundo no dan ni una sola noticia que sea capaz de sacar una sonrisa. Aunque sus manos siguen entrelazadas.
Veo que observan atentos el televisor y después se miran. El chico se acerca a la barra como puede y de puntillas intenta llamar al camarero lo más alto posible.
Veo que se sienta de nuevo y al cabo de un rato llega un joven de veinte años de uniforme a dejar dos espumosos batidos sobre la mesa.
Comienzan a beber con ganas, ganas de vivir, de reír, de disfrutar de los momentos. De repente vuelven a ser ellos, ya no hay reglas, no hay normas.
Las risas de los dos chiquillos se escucha por encima de las noticias, la sonrisa se contagia hasta llegar a mi. Yo que los contemplo desde el otro lado de la vitrina, pegó lo más que puedo mis manos al cristal. Envidia sana. Imagino que es lo que siento por dentro al ver que aún quedan motivos para aprovechar los infinitos segundos que vivimos cada día, cada hora, cada momento.
Un batido de chocolate, una película que mi mente tiende a reproducir y aquellos dos niños a los que no se sí tendré el placer de volver a ver en esta vida son mi motivo de hoy, para seguir. ¿Y el tuyo?

No hay comentarios: