sábado, 23 de noviembre de 2013

La máquina.

Ahí está ella, frente a su copia. No hace más que preguntarse qué fue lo que hizo mal para merecer aquello. Fuera, amanece.
Ahora que se ha parado a pensar se da cuenta de cuanto han cambiado las cosas. La obra se vuelve en contra de su propio creador. No siente, no duele, tampoco llora.
Ella recuerda, una y otra vez. Recuerda aquel día que se quedó de fiesta demasiado tarde, que luego levantó con él por fin a su lado. Aquel fue el día más feliz de su efímera existencia. Efímera, si. Ahora le toca abandonar ese mundo hostil en el que le tocó vivir, decir adiós como otros tantos antes que ella. Dejarlo todo en manos de un puñado de cables perfectamente organizados para cumplir una función.
¿Te imaginas que algún día las máquinas nos reemplazasen? Recuerda la pregunta de él cuando nada tenía sentido, ella dejó pasar sin más la idea.
Ella se toca el pelo nerviosa, su copia le repite.
-¿Cómo te llamas? 
-yo soy tú, tú no existes.
De pronto se le hiela la sangre ¿ella es la copia. No lo entiende. Ella intenta llorar pero no le salen las lágrimas. Se le ocurre una idea. Va a dañarla de alguna forma, va a demostrar que no siente nada y que bajo ningún concepto son la misma persona.
Luego decide que no, ha llegado el momento de probar que ella es ella y que la copia que tiene enfrente no es más que una simple máquina.
Ambas están cansadas, han rememorado durante la noche tantas cosas para probar quien es cada una que ya no saben que hacer.
Por fin Diana decide levantarse. La otra Diana la observa impasible.
-Me llamo Diana, tengo veinte años y estoy enamorada de una de las mejores personas que existen. Nos queremos, estoy viva, nací del amor que se daba una pareja, tengo gente que me aprecia y soy feliz. ¿Quién eres tú?
La copia procesa toda la información. Se satura y ante esta confesión sólo tiene una alternativa.
-me llamo Diana. Cuatro, cinco, uno, uno, siete, tres, ocho, dos, cero, ce. Número de serie.
Es lo único que consigue decir antes de que sus ojos se apaguen por completo.
Diana sonríe pletórica, es ella. Nunca ha habido otra. Por muchas máquinas que haya en el mundo, por muchos avances, nadie desbancará jamás al ser humano. Y de pronto cae en la cuenta de que a ese montón de cables les hace falta algo: el espíritu de lucha, el mido a morir, la superación, el amor. Les hace falta vivir.


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