lunes, 25 de noviembre de 2013

Frío y fuera nieva.


Uno a uno van quedando en el olvido. Apilados descansan los jerséis en el fondo de un descomunal guardarropa de madera. Son todos distintos. Cada uno una lana, cada cual un recuerdo. Los recuerdos de un invierno demasiado feliz para ser cierto. El invierno en que sólo se preocupaba de ser feliz y el resto no importaba. El invierno de ella, de ellas, de él. El invierno de todos.
Poco importaba que fuera soplara el viento, que los dedos no se sintieran bajo capas y capas de abrigo, que lloviera, que nevara....
Importaba lo de dentro.
Entraban en las estancias, irrumpiendo cual caballos en batalla, siempre riendo. A veces era chocolate lo que esperaba caliente sobre la mesa, otras veces algo con hielo. Pasteles, cariño, amistad, sonrisas. Eran películas los domingos por la tarde acurrucados con una manta, eran tardes de chimeneas y recuerdos inolvidables. Eran llegadas de fiestas, de vestidos largos, guerras de nieve, de pasos parados....
Todo se guardaba en un inmenso armario, todo comprimido, recordando. Quedaban restos de cada caricia en cada gota de perfume, siempre diferente, que aún impregnaba la prenda. Quedaban restos de pegamento de alguna pegatina inocente que le hizo volver a ser niña. Guardaba bajo el séptimo, aquel que le regaló su padre; un pequeño diario que ya rara vez escribía. Bajo el tercero su pequeño cofre de los secretos. Una insignificante caja de madera que contenía dos entradas de cine demasiado arrugadas, un pequeño caramelo y un par de pendientes que nunca se pondría, sus tesoros.

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