martes, 5 de agosto de 2014

Cuando menos te lo esperas


Con ayuda de unas cerillas encendió aquel haz de luz lleno de vida en una noche de verano. Una risa tras otra se escapaba de esos perfectos labios rojos mientras los rescoldos de las llamas se consumían ávidamente. La suave brisa estival se llevaba la danza traviesa de sus cabellos.
Era ya de madrugada, cuando tras el manto de estrellas, ella pudo adivinar la silueta de un minúsculo avión que ambicionaba con aterrizar en su corazón.
Se entregó a la noche.
A lo lejos, una vez cansados los pies de aquellos estúpidos tacones de discoteca seguía escuchando algo de música en sus oídos.
Tacones en mano, se adentró en la arena hundiendo bien los pies para más tarde confundirse con unas olas cansadas de unas tres de madrugada.
No tenía sueño pero quería soñar. Quería soñar con que todo salía bien, con que las casualidades existían y a ella la habían puesto en el mundo para ser feliz.
Entonces lo sintió.
Sintió su aliento en el cuello, su risa en las comisuras de los labios y su mirada sobre los ojos de ella, quizá no tan sorprendidos como él esperaba.
De repente él estaba allí, otra vez. Sin un cómo, ni un porqué y con el único motivo de verla a ella, de poder abrazarla y de decirle cuánto había odiado siempre las despedidas.
Ella suspiró. Pedir un deseo a aquella dichosa vengala había funcionado.
Él había vuelto para quedarse susurrándole que sentía haberse enamorado de ella.

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