lunes, 26 de mayo de 2014

Una noche es una noche


Daban las siete de la tarde sobre aquel inmenso almacén. Hacía ya tiempo que las puertas estaban cerradas al público. Aquel establecimiento había sido antes un teatro de renombre.
Tú la mirabas nadar entre tantos trajes de tul, entre tantos collares brillantes y tantos chales de plumas. Querías que nunca parase de bailar. Ella sonreía. La música sonaba alta- tanto que los cristales de los amplios ventanales vibraban con aquella melodía.
Ella antes no era así y llegaste tú para cambiarla. Antes ella se paseaba a puerta cerrada, más sola, más triste y no dejaba que la ayudaran. Antes no era ella.
Y de pronto llegaste tú y le cambiaste todos los esquemas. Entonces comenzó a ser feliz. Lo veías en la luz de sus ojos, lo veías en todas las fotos que te sacaba mientras dormías con la vieja Polaroid y que además pegaba en el muro de pierda. Lo veías cuando le dabas los buenos días. Ella antes no se hubiese atrevido a bailar, pero contigo se sentía capaz de todo.
Corrió hasta el perchero de sus sueños. Aquel en el que guardaba todos sus vestidos, los que realmente le pertenecían. Todos blancos, todos de fiesta. Qué sería ella sin una buena fiesta, sin un dolor de pies, sin maldecir a aquel que había inventado los tacones para luego adorarlo… Te miró cómplice y enseguida adivinaste en su sonrisa lo que pretendía.
-Esta noche nos vamos a bailar.- Te susurró.- Una noche es una noche.
Todo por verla contenta.
A las nueve estuvo lista. Pero claro, tú ya la esperabas para abrirle la puerta. Arrastraste la silla a la que vivías pegado desde años atrás y le confesaste lo guapa que iba.
Vestido blanco, largo, pendientes; también largos, tacones de altura vertiginosa y el pelo suelto, con aires de libertad. Le colocaste una flor en el pelo y saliste para verla iluminada por las últimas luces del ocaso.

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