sábado, 17 de mayo de 2014

Desde Roma con Amor


Volver. Volver sola, acompañada, pero volver. Decidir pisar sus milenarias calles mágicas y regresar, después de todo. Parece que fue ayer y sin embargo, ha pasado una vida.
Salía de aquel cuarto sin ascensor, del Trastevere y la brisa de la tarde se empeñaba en jugar con sus cabellos.
Las luces del ocaso bailaban al son del ruido de aquella ciudad. Domingo joven, romano. Veia pasar varias motocicletas a su paso, alocadas como siempre. Tenía que llegar temprano. Hoy era su día de gritarle al mundo que vivir valía la pena.
Caminando sin prisa ni pausa llegó a su rincón favorito de aquel mundo. Andrea le esperaba al final de aquella inmaculada escalinata. Croissants para dos. Lo saludó como siempre y él decidió que era la hora del grito.
Bordearon el Quirinal dando un interminable paseo por la calle del recuerdo.
En sus oídos, Ferro les recordaba porque estaban allí, entonces y juntos.
Llegaron a vía del Corso y bajaron. De aquellos suculentos dulces no quedaba más que el sabor en los labios.
Coliseo.
Ochenta arcos y mil maravillas. Puera secreta, puerta sur. Siempre estaba abierta, el bueno de Tito...
La pareja se coló con facilidad y consiguió ascender hasta lo más alto para ver los últimos rayos de sol marcharse. Olor a jazmín en flor cuando llegaba el momento del grito. Un grito, y luego el otro. Grito de amor desde Roma, de pasión de libertad.
Había vuelto.

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