martes, 13 de mayo de 2014

"Te querré más todavía"

"Mario, no te vayas. No me dejes entre tanto espesor de vegetación. No huyas. ¿Nunca te han dicho que huir es de cobardes? No vuelvas a aquel mil novecientos ochenta y dos. Quédate conmigo, te lo ruego."
En un rincón quedaban viejas flores de la ansiada y pasada primavera. Flores a las que los ropajes de gala se les habían caído. Flores demacradas por un sol cegador. Continuaba allí en el alféizar de la ventana, apoyada, mirando la inmensidad del mar sin tan siquiera parpadear. La ilusión se había perdido, la magia le cogía de la mano y la envolvía con un aura brillante pero ella seguía allí quitándose importancia, con lágrimas en los ojos y ansias de vivir. Con sus palabras entre los dedos. Palabras que clavaban un puñal en su angosto corazón, con muchos años de diferencia. Pasaba páginas, más y más cada día y nunca terminaba, no encontraba el punto final.
"No te vayas, Mario"
Las horas, segundo tras segundo pasaban lentas. Desde la inmensa casa de piedra en lo alto del acantilado se podía distinguir su figura, siempre expectante. La hiedra, ya vieja había decidido recorrer todos los rincones de la casa. Ya poco quedaba de la que un día había construido aquel joven lleno de sueños y esperanzas.
Los años habían pasado con la juventud y las sonrisas a quemarropa. Los cabellos de Luz brillaban plateados con el alba. Sus ojos, aún inundados de lagrimas, continuaban vivos. Su corazón entre las manos, con cada letra escrita por él.
Y aquella primavera, la de la esquina rota decidió verla partir. Luz abandonó la casa donde un día fue feliz para ir en busca de Mario.
Antes de irse volvió la vista atrás, adivinó el sonido de las olas traviesas y continuó su camino.
"Hola…¿Me has echado de menos, Mario?"


"Es claro que lo mejor no es la caricia en sí misma sino su continuación."
M.B. (1982)


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