miércoles, 21 de mayo de 2014

El verdadero nombre de Ricardo

Colette llevaba horas en la proa del inmenso barco de vapor en busca del amor, en vías de la felicidad. No era para nada una experta en aquellos temas por muchas habladurías que hubiesen circulado por las calles parisinas.


Quedaban pocos días para llegar a la capital chilena y los nervios de la joven estaban a flor de piel. Esperaba encontrarlo.
Entre sus torpes manos se encontraba aquella levita que se habían dejado olvidada en el café Concord. Ella se había responsabilizado de aquella prenda, cruzando incluso el continente para hacerla regresar hasta su dueño. Aquellos ojos color caramelo intenso que la habían cautivado.
No habían dicho su nombre pero en el interior de la prenda rezaba el de "Ricardo Reyes- Santiago (Chile)" 
-¡Qué gallardo! ¡qué elegancia!-Pensó Colette.
Los sucesos de Moulin Rouge regresaron a su cabeza para importunarla y ella respiró hondo. Era cierto que siempre se metía en líos, que nadie le había dado nunca un voto de confianza y que su sitio hacía ya tiempo que se había desplazado de la ciudad de la luz. Por eso y por aquel misterioso joven de mirada perdida se propuso perderse en la inmensidad del mar.
Entró y salió del camarote, vigiló a todos y cada uno de los pasajeros a los que recordaba haber visto en el embarque y luego se sentó a descansar.
Pensó que era una alucinación cuando vislumbró entre las sombras del viento la figura del joven perfectamente recortada. Su rostro se volvió conteniendo la emoción y pensó bien antes de actuar.
Para cuando la solución vino a chocarse con sus ideas, Colette se encontraba inconscientemente junto al joven.
-¿Ricardo?- Se atrevió Colette en una pregunta apenas audible.
La mirada del joven aterrizó en los cabellos de la joven que tiraba de su pasado.
-¿Me está hablando a mi?- Inquirió el joven.
-Si esto es tuyo sí. Sé que no debo inmiscuirme en sus asuntos pero…se lo dejó en la cafetería Condor.-Apuntó con una sonrisa a la levita.- Me pareció usted un buen hombre y decidí traérsela. Cual fue mi sorpresa que sin haberlo pensado estaba en una embarcación de camino a Chile, sin haber sacado mis pies flamencos de la capital.
El rostro del joven se le antojó sereno y cauto a un tiempo. No acertaba a adivinar sus sentimientos porque tampoco lo conocía pero esperaba que agradeciese el detalle.
-Es mío, si.-Afirmó. Por fin una hermosa sonrisa decoró los labios del joven.- No tendría que haberse molestado, tengo más en casa.
-Si no era molestia. Añadió Colette.- Esta levita ha sido la excusa perfecta para alejarme de todo. Empezar de cero.
El joven cogió la levita. Ella pensó que se  marcharía y que aquel viaje no había servido más que para dar una vuelta en barco.
-Por cierto, no me llamo Ricardo.
Ella la miró a los ojos sorprendida. No quiso preguntar su nombre y él tampoco se lo reveló.
-¿Podría tutearla? Quiero mostrarle algo.
-Claro que sí. Mi nombre es Claudine, aunque me conocen por el nombre de Colette.
-Claudine…, es hermoso.- Susurró el joven más cerca.
Ambos recorrieron la cubierta hasta llegar a las cómodas hamacas de mimbre y se sentaron allí. El joven dejó la levita en la hamaca. Sacó con cuidado una pequeña libreta repleta de papiros que sobresalían de ella. En la tapa de aquella libreta rezaba: "Libreta de sueños, canciones"
-Ábrela por una página, la que quieras. Ese será tuyo.
-¿Ese?- Preguntó Colette curiosa. Mas antes de esperar, alimentó su curiosidad.
Página cincuenta y cuatro.


"Cuando veo de nuevo el mar

el mar me ha visto o no me ha visto?
Por qué me preguntan las olas
lo mismo que yo les pregunto?
Y por qué golpean la roca
con tanto entusiasmo perdido?
¿No se cansan de repetir
su declaración a la arena?"





-Todo tuyo. Te lo dedicaré.
-¿Son todos tuyos?
-Si.
Sin darse cuenta, Colette leyó una pequeña firma al ocaso de la página rugosa.
-¿Te llamas Pablo?
El joven no contestó en seguida. Miró al horizonte. Si. Pablo era el nombre de aquel maravilloso joven que había robado tantos corazones. Sin embargo, no lo había buscado. Él solo se dedicaba a vivir. Por eso se había cambiado el nombre, por eso había viajado hasta París en busca de su maestro. No quería destrozar más vidas con ayuda de unas pocas palabras, vehículos de sus alocados sentimientos.
-Me llamo Pablo.- Confesó a su oído.
Ella vio en las páginas siguientes que al nombre le acompañaba una única letra: N.
Había escuchado hablar de aquel joven. Era guapo, bien parecido, de buena familia. Nunca arreglaba corazones. Más bien su oficio era romperlos.
-Te conozco.- Susurró Colette.
Las luces del crepúsculo hicieron que aquellas dos vidas se unieran lentas en un tímido beso.
-Ha sido un placer, Pablo. Un placer acompañarte en esta vida.
Pablo días después la vio bajar de primera clase. Era guapa, mucho. Pero no era para él.
Se prometió que algún día, cuando las canas poblaran su cabeza iría en su busca y le daría las gracias. Le agradecería haberle abierto los ojos.



























No la volvió a ver. Nunca.
Los años pasaron. Día si y día también Pablo buscaba la mirada de la joven en el horizonte. Siempre escribiendo para liberarse.
Una mañana encontró una levita apolillada sobre el tercer estante del armario y la recordó, feroz como las olas. Decidió coger aquel barco, una última vez.
Llegó a París y dando una bocanada de aire la buscó por donde su memoria recordaba que había estado en un corto espacio de tiempo. Los pasos, traicioneros la llevaron a su lecho. Sin saber cómo ni por qué bajo una almohada llena de lágrimas encontró una pequeña página arrancada de un diario que le parecía familiar.
El comienzo de aquel poema hizo que su avejentado corazón corriera más deprisa. Colette.

2 comentarios:

Rubén Ortiz dijo...

Me gusta más tu versión de Titanic que la de James Cameron jajaja

Galena dijo...

:3