domingo, 4 de mayo de 2014

El arte de vivir bailando


Es un sentimiento. 
Baile.
Acordes de una guitarra, guitarra española en una noche serena, que suenan lentos al compás de un ritmo, de unos pasos de tacones desgastados.
Volantes que vuelan frenéticos siguiendo los pasos marcados por otros. No siguen un camino, completan un círculo.
El cabello recogido, a ratos, a tientas, peinetas que lo adornan y unos pétalos de la mano de un cáliz demasiado fresco en uno de los lados de su rostro.
Faroles que iluminan ese rostro, calles demasiado largas que nunca terminan; brisa marina adornada por las noches de verano.
Quédate con ella de por vida.
Uno de sus brazos se eleva solo sobre su cabeza; su mano acompaña las notas secas que salen del cajón que otras manos tamborilean.
Una caída tras otra, y vuelta a empezar. Unos lunares que se extienden por toda su geografía. Un deseo de olor a azahar. Todo en blanco y negro para después colorearse con cada puesta de sol.
El sudor de un esfuerzo demasiado sufrido, un esfuerzo completado que ha dado sus frutos. Una sonrisa entre sus brazos puestos en jarra.
Las manecillas del reloj paradas. No es que no marquen las doce, es que ya ni siquiera marcan.
Otra rumba de voz aterciopelada.
Ansias de sur, de vida.

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