miércoles, 11 de septiembre de 2013

Una pequeña parte de mi felicidad

Nada como aquella noche. Las vimos entrar entre el gentío. Estaban locas. Rebosaban juventud, marcha y el aspecto desenfadado las hacía más bonitas todavía. La música hacía retumbar las paredes improvisadas de aquel alegre lugar, la noche también era joven.
No se cómo ni por qué me encontré mirándola a los ojos. Ella estaba más apartada, más cohibida y por ello me pareció preciosa. Al igual que las otras, bailaba sin frenos dejándose la piel en cada paso tambaleante. Pero a ella no la observaban los demás, solo yo; ella, que parecía que no existía fue la que me animó a moverme lenta y cautelosamente a través de la pista.
Los altavoces hacían que me pitaran los oídos y de pronto de algún lugar comenzó a caer pintura de muchos colores. Ella sonreía, la pintura le manchó los labios, el pelo que movía ferviente y los largos pendientes dorados que llevaba.
Yo tenía una copa en la mano y lo único que me apetecía entonces era besarla.
Nos separaban diez centímetros, cinco, dos...
Juntamos los labios. Ibamos despacio porque ibamos lejos y nos habíamos estado buscando. Yo, el chaval mas inmaduro, niñato y feliz del universo y ella, mía.




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