sábado, 5 de noviembre de 2016

Las huellas de tu abrazo

Solo espero poder colarme en los sueños de ese alguien durante el resto de mi vida.
¿Hay algo más bonito?
Me refiero a que llegues a esa confianza con una persona,
la de colarte en sus sueños.
Ser partícipe de las preocupaciones y deseos de alguien y poder compartir para que pesen menos y se disfruten más.

Anoche te colaste tú en los míos. Hacía tiempo que no te veía, y tampoco esperaba hacerlo así. Es cierto que no fue un sueño bonito, idílico.
Fue de los más reales tenido.

No recuerdo bien dónde estaba. Solo recuerdo que abrí los ojos en un mundo onírico y vi llover tras el cristal de una casa que se me antojaba desconocida y acogedora. Sobre el alféizar, y de espaldas a mi había un gato pardo algo disconforme y perezoso. 

Nunca me han gustado mucho los gatos. No son animales que me transmitan confianza.
Saltó al suelo al escuchar el ruido de la puerta y el murmullo posterior.
Y apareciste tú por esa puerta.
Empapado y queriendo saber qué tal me iba. Sonriente. De la única forma que te recuerdo.
Detrás de ti, todos tus amigos, creando una gran algarabía entre mi toda mi paz anterior. Y espantando al felino hacia Dios sabía dónde.

Yo no terminé de esbozar mi sonrisa. No me salía. Estaba enfadada contigo. Y lo sigo estando.
Me parece que esperé mucho a que volvieras a llamarme. Si, eso fue lo que te dije. Creí que tus noticias llegarían antes, y menos escuetas. Creí que preocuparme por ti no dolería. Pero preocuparse siempre duele.

Entonces te conté. Te conté todo lo que había hecho en tus ausencias, te conté que ya no pasaba por los puertos de las ciudades con mar, porque me recordaban a ti. Que ya no iba al mismo bar a las doce, por si se aparecía tu fantasma y se llevaba mi aliento. Te conté que te había echado de menos, pero que me lo supe callar. Y que aprendí a quererme, y que nunca había conocido a un amigo como tú.

Y, entonces, te enfadaste tú. Me dijiste que cada uno se preocupaba a su manera, que si creía que no te habías acordado de mí en todo ese tiempo. Tampoco lo supe.
Pero no me resultaron más que palabras.
De qué sirve extrañar si no puedes demostrarlo; de qué acordarte, si nadie conoce tus olvidos.
Y luego me abrazaste.
Juro que necesitaba aquel abrazo para olvidar.
Y recuerdo que encajaba perfectamente bajo tu barbilla  y entre tus brazos.
Después me dijiste que me concedías un deseo y yo te pedí volar.
Me susurraste al oído que no eras tanto de aire, que a ti te perdían las olas.

Después desapareciste. Llevándote tu sonrisa perfecta y a todos tus amigos.

Y me vi en una azotea de Brooklyn. En una de esas con letras tipo Broadway de bombillas gigantescas. Era noche oscura y éstas estaban brillantes. 

Y qué bonito se veía el mundo desde las alturas.

Y en mi espalda, donde aún descansaban las huellas de tu abrazo, me empezaron a crecer las alas.

Me he levantado con un dolor inmenso en el hueco donde anoche comenzaron a salirme alas.
En las huellas de tu abrazo.

Aunque me levante cada día, sigo adorando mis sueños.
Al menos en ellos te veo. Y me haces de hado madrino.

Y me abrazas.

Y me dejas volar.


      (Debra Winger- "Oficial y Caballero")



No hay comentarios: